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viernes, 27 de diciembre de 2024

9. Otra vez a las puertas del año nuevo

No sé si me creerán, pero mi sensación ahora mismo es como si, desde el momento en que comenzó este año que está a punto de terminar, no hubieran transcurrido doce meses, sino un par de lustros por lo menos. Es la consecuencia de haber estado de viaje una cuarta parte de 2024 cumpliendo mi viejo sueño de dar la vuelta al mundo y constatar que la Tierra es esférica y no plana, periplo que inicié el 14 de abril y concluí el 25 de julio. Igual que la pandemia de comienzos de 2020 nos distorsionó a todos la percepción del tiempo y la memoria, pues a mí este viaje me ha descolocado un poco y me ha traído de vuelta a un mundo que ya no es el mismo que yo dejé a mitad de la primavera pasada.

Esta ha sido sin duda mi aventura más destacada del año, pero no la única, puesto que quizá recuerden que en febrero viajé a París para dar mi última clase en el máster de Alain Sinou, que en junio se jubilaría de la universidad París-8, y también que en abril, antes de irme a mi gran viaje, recibí en Madrid a los alumnos de ese máster, a los que acompañé por la ciudad durante una semana. Después de volver de tierras lejanas, he hecho unas cuantas excursiones a La Coruña (agosto), Llanes-Asturias (octubre) y Ámsterdam (diciembre). Este último viaje, del que no conté nada en el blog, tuvo lugar en el gran puente de la Inmaculada y la Constitución, y me sirvió para comprobar que esa ciudad tan querida por mí sigue siendo extraordinaria. Les adjunto una imagen mía en una conocida tienda de zuecos de madera, en la zona del mercado de las flores.

También he recibido en casa a mis consuegros romanos, a los que conocí en Roma durante mi periplo y que, por ahora, son los únicos que me han devuelto la visita, espero que no sean los últimos. Mi querida amiga alemana Patri, alma gemela de mi hijo Lucas, estuvo también tres días alojada en mi casa, durante sus vacaciones de otoño. Así que, en medio de esta actividad casi frenética, me he dado de bruces con las navidades, un tiempo que siempre he odiado pero que en el año en curso creo que no me puede pillar enfurruñado, tras doce meses tan intensos y felices como los que he pasado, sólo enturbiados por la repentina muerte de mi querido amigo Joe, un personaje insustituible al que añoro cada día.

Coherentemente con todo ello, he puesto, como saben, un árbol de Navidad por primera vez en mi vida postmatrimonial y me he apuntado a diversas celebraciones, casi todas ellas con música, de las que les voy a dar cuenta. En primer lugar, la Contrapunto Big Band, que dirige mi querido amigo Henry Guitar y cuyos componentes gustan de autodenominarse la Contramuslo Big Band, grabaron a mediados de mes un villancico para felicitar las pascuas a todos sus colegas. Es el primer vídeo con el que les obsequio hoy.

El viernes 20 de diciembre me acerqué a la sala Jazzville, cerca de la glorieta de Conde de Casal, para asistir al concierto del grupo Eclectia Project, un conjunto instrumental que comanda mi amigo Christian Visea y que hace exactamente un año presentó su nueva formación en el mismo local. Christian es un guitarrista vallecano muy bueno, que compone una música que, partiendo del jazz, desarrolla un universo sonoro lleno de paisajes, colores y texturas. Tiene un estilo elegante y tranquilo que a veces recuerda a la música ambiental que suele emitir el Hilo Musical y que tanto usan los dentistas y otros facultativos. Con esta nueva formación, la cosa suena fenomenal y el concierto me resultó muy agradable, como aperitivo de los fastos con los que ya nos amenazaban. Vean un clip que grabé de este evento.

El sábado 21, seguían los eventos musicales y eso me llevó a coger el Metro hacia la zona del Puente Vallecas donde se sitúa el bar La Bombonera, bastante cerca del campo del Rayo Vallecano. Allí, a partir de las siete de la tarde, actuaba el Colectivo La Palmera, que está compuesto por unos cuantos de los miembros de la Contramuslo. Este colectivo suele incluir la batería de mi amigo Críspulo, que esta vez estaba inmerso en la sobremesa de una comilona con sus amigos del barrio, por lo que el concierto fue sin percusión, pero igual de divertido. Les traigo también un pequeño clip de uno de los temas, de marcado aire rockero, que incluía paradas en las que la gente debía de quedarse haciendo la estatua. Ángel, el pianista que asume los galones de showman en este grupo, trataba de guiar a los asistentes a que se quedaran congelados en esas paradas, pero él mismo se equivocaba a menudo. Véanlo.

Desde cualquier ángulo que se considere, este que termina ha sido un año intenso, en el que yo he tenido la suerte de gozar de buena salud, que a mis años es lo crucial, y si no, que se lo pregunten a Rapha-Él. A nivel nacional, la derecha se desespera porque ven que no pueden desalojar a Sánchez del poder y yo, aunque la figura del presidente no me seduce demasiado, me estoy volviendo sanchista, después de ver cómo lo atacan desde la fachosfera, los pedrojotas y los nacionalistas catalanes, entre otros. Sánchez ha demostrado que puede navegar por aguas turbulentas sin inmutarse especialmente y la verdad es que el señor Fake-joo no ofrece muchas alternativas, su plan de gobierno se limita a desalojar a Sánchez del poder y luego ya veremos.

La verdad es que para este viaje no hacía falta que hubieran echado al fraCasado. Este, simplemente, era tonto; Fake-joo no lo es en absoluto, pero es malvado. Lo comprobamos en el debate preelectoral, en el que se le vio disfrutar como gorrino en lodazal templado destrozando a Sánchez con esmero. Tal vez no ganó las elecciones porque a la gente no le gustó ese estilo cruel. Lo que pasa es que las gafas le daban hasta ahora un aire doctoral, como de inofensivo contable de entidad bancaria. Sin embargo, últimamente se las ha quitado y es como si se le hubiera desnudado el alma. Comparen las imágenes, antes y después de quitarse las gafas. Viendo la segunda de ellas, creo que este señor haría carrera como actor de películas de terror, para hacer de vampiro o de hombre lobo. A mí esos ojos me dan mucho miedo.

A nivel mundial, esperamos también aterrorizados la toma del poder por Donald Trump. No se sabe cómo se va a desempeñar este señor tan imprevisible, pero nada bueno podemos esperar. Mientras los políticos de los diferentes países siguen su deriva, trufada de pequeñas rencillas y rencores, la Inteligencia Artificial sigue su curso y ya se ven por ahí resultados de la infiltración de esta poderosa herramienta en los diferentes aspectos de nuestro devenir cotidiano. Seguro que ustedes, queridos lectores, tan versados en el mundo digital que hasta pueden seguir un blog como el mío, han recibido en sus móviles el vídeo elaborado con IA en el que las diferentes parejas de antagonistas se abrazan embelesados para desearse feliz Navidad. Por si acaso no lo han visto todavía, aquí se lo traigo. 

Aplicando la IA a unas imágenes, se puede ilustrar la música interpretada en un xilófono de los de toda la vida para lograr una felicitación de Navidad de resultado muy vistoso.

Finalmente, la música, con la ayuda de la Inteligencia Artificial, consigue resultados espectaculares, siempre que se aplique con sentido del humor. Hablando de Trump, tal vez ustedes recuerden el único debate que este señor mantuvo con Kamala Harris. Salió tan escaldado, que ya no quiso tener ninguno más (igual que Sánchez). Bien, pues en ese debate, Trump sorprendió a todo el mundo proclamando que en Springfield los inmigrantes se estaban comiendo los gatos, los perros y las mascotas de los pacíficos habitantes de esa localidad. Todos pudimos ver a Kamala mondándose de la risa ante tamaña barbaridad. Con el audio de esa proclama, un DJ sudafricano que se hace llamar The Kiffness ha elaborado un vídeo realmente divertido, que les pido que vean. Realmente, uno se pregunta cómo es posible que los norteamericanos hayan podido elegir como presidente a este sujeto.

A mí la situación me tiene tan aterrorizado como al perro que sale al final de este vídeo desternillante, pero aún así, me he sumado a la cena de Nochebuena con la familia de mi hermano Antonio, que lleva muchos años invitándome a su mesa en tan especial ocasión. Y, todavía haciendo la digestión del banquete, algunos de los implicados acudimos el día de Navidad al restaurante La Divina de Goya a degustar sus famosos caracoles, que ofrecen todos los días del año. Uno ha de cumplir con los ritos y las liturgias de las navidades, procurando llegar entero al final. Yo he superado de momento el primer round; me quedan todavía la Nochevieja, el Día de Año Nuevo y los Reyes Magos con el roscón y lo demás. La verdad es que yo me lo estoy pasando bien últimamente, aunque, como el hippi de la viñeta que les pongo abajo, he de reconocer que fue mucho más divertido tener 20 en los 70, que tener 70 en los 20.

Continúo por lo demás con mis rutinas habituales, el domingo acudiré por última vez a la academia de yoga The Mysore Shala, que el día uno cerrará sus puertas para siempre. Todavía no tengo una solución alternativa para seguir practicando esta disciplina que ya forma parte de mi vida y para lo que no descarto seguir haciéndolo en casa. No obstante, si puedo encontrar una nueva academia, me intentaré apuntar, por aquello de socializar un poco, ver a gente diferente y no limitarme al simple ejercicio casero. Esto forma parte de mis propósitos de año nuevo. Por otro lado, les recomiendo encarecidamente la visión del documental que ha dirigido el exitoso músico C.Tangana sobre el mundo del flamenco, que está ahora mismo en los cines de toda España. Se titula La guitarra flamenca de Yerai Cortés y es espectacular.

En fin, es este un post cortito de texto, con mucho contenido audiovisual, como los que yo solía escribir para cerrar los años en que mantuve viva la página Reflexiones a la Carrera. El cierre de esa tribuna, después de casi doce años, es una de mis principales novedades de este 2024. Pero ya saben también que, durante mi viaje around the world, di tres conferencias en Corea y una más en Curitiba, en la sede del prestigioso IPPUC, Instituto de Pesquisa e Planejamento Urbano de Curitiba. El impacto de esta última charla fue tal, que me han hecho una entrevista on line para incluirla a todo color en la revista anual de dicho organismo. Les invito a leerla, está en portugués pero no creo que tengan mucho problema para entenderla. Para ello han de pinchar AQUÍ. Mi entrevista, como palestrante destacado de este año, se encuentra entre las páginas 43 y 47. Es un archivo pdf, sencillo de pasar las páginas y de ampliarlo por trozos para leerlo con comodidad.

Con este regalo de Reyes me despido de ustedes por este año. Si consiguen leerlo, verán que, después de cuatro años de jubilado, yo ya no me corto; digo exactamente mis opiniones y no tengo que dar explicaciones o disculpas a nadie. La línea ideológica y argumental de mis respuestas a las preguntas de esta entrevista es totalmente coherente con lo que yo he ido escribiendo y opinando en estos doce años de bloguero, que continuaré en enero de 2025. Así que, lo dicho: que tengan ustedes una buena entrada de año, que el 2025 nos siga trayendo buena salud y que podamos seguir cómodamente vislumbrando el mundo desde esta nuestra privilegiada atalaya con la cabeza sobre los hombros. Un enorme abrazo para todos.

lunes, 16 de diciembre de 2024

8. Sobreviviendo en un mundo volátil

Mis queridos lectores y seguidores: esto va a toda pastilla, el mundo gira y gira en su espacio infinito, con amores que comienzan, con amores que se han ido, con las penas y alegrías de la gente como yo… ¿Cómo dicen? ¿Que eso ya lo cantaba Jimmy Fontana hace lustros? Por supuesto, nada menos que en el año 1965; yo tenía por entonces catorce añitos y trataba de comprender lo que se me venía encima, allí en La Coruña, una ciudad entonces cerrada y claustrofóbica para mí, con un clima espantoso, que me resultaba muy agobiante. ¿Saben ustedes algo de Jimmy Fontana? Seguro que no. Jimmy está considerado aún hoy como un auténtico gigante de la música ligera italiana y todo gracias a ese tema inmortal.

Pero este señor ya tenía una larga carrera como músico de jazz, había tocado el contrabajo en diferentes grupos y se había animado a componer canciones menos complejas, con una de las cuales (Lady Luna, 1961) había incluso participado sin éxito en el festival de San Remo. En 1965 compuso Il Mondo, la canción en la que volcó sus preocupaciones y toda su sabiduría musical. Consciente del potencial del tema, buscó al maestro Ennio Morricone para que le hiciera el arreglo orquestal y el resultado y su repercusión internacional superaron todas las previsiones. El tema entró en las listas de todos los países e impulsó la carrera de este artista, que nunca igualaría ese éxito. Les voy a pedir que vean el vídeo que les pongo más abajo.

Jimmy Fontana, que por supuesto no se llamaba Jimmy ni se apellidaba Fontana, tenía un aire inconfundible de contable y, efectivamente, estudiaba contabilidad durante el día, aunque luego por la noche acudía a los antros romanos a tocar el contrabajo en sus sucesivos grupos de jazz, el último de los cuales llegó a ser liderado por él, bajo el nombre de Jimmy Fontana e il suo trío. Pero, sin verle mucho futuro a ninguna de sus dos profesiones, decidió componer una canción a la manera de Domenico Modugno, que era quien se llevaba todos los éxitos en ese momento. Jimmy era un músico sólido y compuso un Modugno que superaba al modelo. Un caso similar al de Otis Redding que, cansado de derrochar energía tribal en su música, decidió componer una canción a la manera de los Beatles, y le salió el Sitting on the dock of the bay, por el que todo el mundo lo recuerda.

Hala, ya se han entretenido un rato, a la vez que han aprendido algo que no sabían, con lo cual hemos matado dos pájaros de un tiro, según la conocida locución verbal que todavía se sigue usando, con permiso de las sociedades protectoras de animales. Por cierto, en inglés se dice to kill two birds with one stone, matar dos pájaros con una sola piedra. Eso es así en el inglés británico, que se usa en la mayor parte del imperio. En Norteamérica, donde las armas de fuego están por todas partes, la expresión se termina en cambio por with one shot, para deleite de los de la Asociación del rifle y en consonancia con la expresión española. Todavía no he empezado con el texto de este post y ya han aprendido ustedes una segunda cosa. Vale, ya no les vacilo más. Les decía que el mundo va a toda velocidad y cada vez se acelera más. Es como si todo el personal se pusiera a correr, antes de que Trump tome posesión, no vaya a ser el demonio que nos ponga todo patas arriba y ya no haya remedio.

Tal vez eso es lo que han pensado los rebeldes sirios que, en once días han terminado el trabajo que tenían atascado desde hace trece años. Yo que, como gallego soy desconfiado, estoy un poco mosca con la rapidez de este suceso. En la era de las comunicaciones por satélite, creo que, por muy primitivos y asilvestrados que sean estos rebeldes triunfadores, no se hubieran metido a una aventura que podía haberles salido fatal, sin una investigación previa de la inteligencia que les garantizase que el régimen corrupto de Bachar el Assad no iba a defenderse. Porque la cosa se ha hecho sin un solo disparo. Hasta puede que hayan consultado el tema con el mismísimo Trump. Pero esto son todo imaginaciones mías. Como esas interpretaciones que dicen que se está preparando la construcción de un gaseoducto desde Qatar a Occidente, para joder más a la industria del gas de Putin y necesitaban atravesar una Siria más afín. Lo que pasa ahora es que no se sabe en qué va a desembocar este movimiento táctico, que fácilmente puede terminar en un estado fallido, como Libia, Somalia o Haiti. En fin, ya veremos, dijo un ciego (otra locución verbal con la que les obsequio).

Otro que se ha apresurado a montarla antes de que Trump tome el mando es el presidente de Corea del Sur, en este caso de forma catastrófica para sus intereses, porque el país no estaba por la labor de volver a los tiempos de la dictadura de Park Chung-hee. Sobre este tema me mantengo en permanente contacto con mi hermano coreano Woo, que está lógicamente preocupado por la aceleración de los tiempos en esta era despendolada que amenaza con llevarse por delante a los más pintados, y si no que se lo pregunten a Macron. Pero es que, en un ámbito más cercano y cotidiano, a mí me afectan determinados cambios que veo como irreversibles y que hacen que mi pequeño mundo de jubilado hiperactivo se vea también directamente amenazado, a pesar de lo que he presumido tras mi viaje de vuelta al mundo de tres meses y medio.

Ya les dije que estoy encantado de haber hecho ese viaje antes de que todo se vaya a la mierda. Si llego a dejarlo para el año que viene, lo mismo ya no lo hubiera podido hacer. Otros cambios, sin embargo, me entristecen porque señalan el fin de una época. Como les comenté en el post precedente, yo ya no puedo ver películas de Netflix, porque me las desgracian con diversos cortes intermedios para publicidad. Y, algo todavía más grave, mi amiga Ana, la artesana de Chapinería a la que debo las zapatillas que llevo usando más de veinte años, ha cerrado su industria y ya no podré renovar las que tengo cuando se caigan a pedazos. Un indicativo más de un mundo que se se termina y, qué quieren que les diga, con más de 70 a uno ya le cuesta adaptarse a las novedades que se van sucediendo.

En esa línea, recibí ayer un audio de mi querido amigo Nacho, el director de la escuela de yoga The Mysore Shala, a la que llevo acudiendo tres años y medio. En él me anuncia que la escuela se cierra el 1 de enero. Después de trece años de actividad, Nacho ya no puede más y se va a dedicar a otras tareas, más o menos relacionadas con el yoga: talleres, retiros y similares, a los que yo no tengo ningún interés en ir. ¡Madre mía! Una de mis más recientes señas de identidad que se desvanece en el viento y cuyo recuerdo se perderá como lágrimas en la lluvia. Vamos, que sólo me falta que Henry Guitar deje de dar clases de guitarra, Ed suspenda sus clases de inglés on line y me cierren el Ricla. La verdad es que yo salgo a pasear por la calle Atocha y apenas queda ninguno de los negocios y tiendas de toda la vida. Las sustituyen otras dedicadas al turismo tóxico y pedorro que invade mi barrio haciéndolo inhabitable los fines de semana y empezando a extenderse ya a los jueves.

Esto del turismo es algo de locos, sobre todo después de superar la pandemia. En estos días de Navidad, el centro se llena hasta más allá de su cabida con alcoranos y similares. ¿Cómo dicen? ¿Que no saben lo que son los alcoranos? Pues es un término que me proporcionó mi querida amiga África a la que visité el otro día. Alcorano es el gentilicio que distingue a los naturales de Villarejo de Salvanés, según mi acreditada manía, los más paletos de la Comunidad de Madrid. También se llena el centro de gentes de Toledo, Ávila o Segovia, más todos los pueblos de esas provincias, en los que se organizan excursiones en autobús de un solo día, para que los lugareños puedan ver las luces y la obra calamitosa de la Puerta del Sol, cuya estación de Metro ha de cerrar las puertas de entrada y salida en las horas punta para evitar peligrosas avalanchas. Y, en compensación, me dicen amigos de Ávila y Toledo que en los fines de semana, sus ciudades se llenan de madrileños, que las hacen invivibles.

Lo dicho: estamos todos locos. Pero el caso es que el mundo, tanto privado como más extenso, se ha acelerado y yo constato innumerables cambios en comparación con mi situación hace un año. Por un lado, tengo sobre mis espaldas un viaje de vuelta al mundo de tres meses y medio que me ha cambiado bastante en profundidad y que quedó debidamente reseñado en el blog The Road Runner Trip. Mi blog cotidiano ha cambiado de formato y ahora se nutre de un post cada quince días de media, lo que no le ha gustado a todos mis seguidores, pero es otra muestra más de la evolución de los tiempos. Y también ha cambiado mi situación personal, tal como les he sugerido en diversas informaciones colaterales de mis últimos posts. De ser un solitario irredento y empedernido capaz de irse por ahí un cuarto de año de ciudad en ciudad, he cambiado mi estatus al de LAT que, según las redes sociales es lo más cool de los modelos familiares, el colmo de la modernidad.

¡Ah, que tampoco saben lo que es el modelo LAT! ¡Joder, mira que saben ustedes pocas cosas! Pues enseguida se lo explico: LAT es un acrónimo inglés que significa Living Apart Together, es decir, vivir juntos separados. Ya saben que no es mi costumbre dar muchos detalles en este blog sobre mi vida privada y que los que siguen este blog en su mayor parte tienen otras formas de contactar conmigo si la curiosidad les puede. Pero no olviden que la curiosidad mató al gato, que no es ya una locución verbal, sino lisa y llanamente un aforismo. Pero, como forofo reciente del modelo LAT, he tenido que poner en cuestión mi anterior fobia a la Navidad y elegir entre seguir ejerciendo de perro verde o adaptarme un poquito a los nuevos tiempos. Y, como es natural, he elegido lo segundo. Y esa transformación me ha llevado a instalar un árbol de Navidad en mi casa, algo que no hacía desde hace casi veinte años, cuando huí de mi familia de Torrelodones. Vean que no les engaño.

La verdad es que la Navidad tiene siempre para mí un componente positivo que es que mis dos hijos vienen a casa desde las tierras lejanas en las que habitan. Kike llega pasado mañana y Lucas está ya conmigo, para deleite de Tarick Marcellino, que no se le quita de encima en todo el día, como pueden comprobar en el vídeo de abajo. A Tarick no le mola nada este frío y se pasa los días entre el regazo de Lucas y los radiadores de calefacción, junto a los que se suele instalar a dormir. Y, desde luego, no le ha llamado nada la atención el árbol, que me compré en el Corte Inglés y que a Lucas le ha dejado boquiabierto.

Pero en absoluto se crean que ese espíritu navideño, teñido de falso buenismo, me hace abdicar de mis juicios sobre este mundo desigual y perverso en el que vivimos, en el que el dinero y el poder lo determinan todo. El capitalismo desbocado nos ha llevado a una situación en la que los florentinos y similares lo dominan todo. Y en el que los negocios más lucrativos son sin duda los ilegales: la droga, el tráfico de personas, la prostitución o la venta de armas, por no hablar del tráfico de órganos. Y todos ellos necesitan procedimientos de blanqueo del dinero negro, lo que explica el auge desmedido del turismo. Nos han engañado a todos para que los de A vayamos a B y los de B a A de manera compulsiva. El turismo masivo es la vía ideal para el blanqueo del dinero sucio.

En ese contexto les quiero relatar una historia que me ha afectado directamente. Es algo nimio, pero significativo. Hace unos siete u ocho años, yo recibí una inesperada cantidad de dinero, vía herencia, y antes de usar la mayor parte en inversiones que no les voy a detallar aquí, decidí darme dos caprichos, que se contaron en el blog: hacerme socio de ACNUR y comprar acciones del Deportivo de La Coruña. Respecto a lo segundo, por aquellos tiempos las acciones estaban tasadas en 60€ cada una. Yo compre 20, así que invertí 1.200€. El club de mis amores estaba pasando por apuros económicos que lo llevaron a la tercera división nacional y pedía ayuda para saldar la deuda monumental que tenía.

Unos años después, el club emprendió una ampliación de capital, destinada a salir de la situación concursal, y ofreció a los accionistas como yo duplicar su inversión, trapo al que entré diligente. Pasé a tener entonces 40 acciones, por valor de 2.400€. Tras eso, me he desentendido un poco, no voy a las juntas de accionistas, pero he seguido por la prensa el brillante proceso que le ha permitido a la propiedad mayoritaria del club, la entidad bancaria ABANCA, saldar la deuda entera y convertirse en un club saneado, ya en la Segunda División y con pretensiones de subir a Primera. Eso sí, cada vez que pasaba unos días en La Coruña, me acercaba por la sede social para interesarme por mi inversión. La última vez, las acciones estaban a 60,10€, que es como si hubieran bajado, pero eso entendía yo que ayudaba al club a ir saliendo de la penuria.

Pero en agosto pasado visité de nuevo La Coruña, como saben, y me acerque como de costumbre a preguntar qué había de lo mío. Y, para mi gran sorpresa, me informaron que este 27 de mayo, mientras estaba yo en Sydney, Australia, el club había anunciado que, para terminar de una vez con la deuda, había decidido rebajar el valor de las acciones, desde 60,10€ a 0,08. Como lo oyen (o lo leen). Es decir, que, gracias al Depor de mis penares, están ustedes leyendo el blog de un auténtico millonario, titular de acciones del club por valor de 3,20€. No sé lo que piensan ustedes (una vez que hayan dejado de carcajearse a mi costa) pero a mí me parece una indecencia que esto sea posible legalmente. Es que así es como funciona el capitalismo salvaje este en el que nos tratamos de desempeñar.

Frente a esto yo tengo dos caminos: el primero es dejar esas acciones como están, para seguir siendo accionista nominal y esperar a ver si poco a poco se van revaluando, algo que creo que sucederá cuando las ranas críen pelo. El segundo es vendérselas a ABANCA, la entidad bancaria mayoritaria, autora de la tropelía por la que todo el mundo le felicita. Me llevaría esos poco más de tres euros, pero podría consignarlo como pérdida patrimonial en la siguiente declaración de Hacienda que haga, y desgravarme un poquito, que este mundo cruel está organizado para los listillos y aprovechados que conocen todos los trucos.

En medio de este carrusel de historias cambiantes que nos acosan en un mundo acelerado que no se toma un respiro, hay también noticias agradables. El Madrí y el Barça están ahora mismo pinchando, lo que le ha puesto la Liga en bandeja al Atleti, de lo que me congratulo. Y el Dépor está ya en Segunda, peleando por mantenerse y tratar de ascender a Primera, si no es este año, el que viene. Y, lo que más gusto me da, es ver que Guardiola pierde un partido tras otro, por primera vez en la historia. Ya me había alegrado de la caída de Mourinño (una persona repulsiva y pésimo entrenador), que está penando por Turquía, como antesala de su vuelta a su tierra a entrenar al Rio Ave o algún club del mismo pelaje. Guardiola es un buen entrenador, quizá el mejor, pero también una persona repulsiva, en mi opinión. Y nada mejor que asistir a su estrepitosa caída, que evidencia la imagen de abajo.

Pero, fuera coñas como decimos en mi tierra, la situación de nuestro mundo pinta mal, con la victoria de Trump y la amenaza mundial de los populismos de extrema derecha que amagan con acabar con la Democracia. Trump se vende a sí mismo como el tipo que va a acabar con todas las guerras en marcha, de las que culpa a Biden. Ahora todo el mundo se echa las manos a la cabeza con el indulto preventivo de su hijo, algo que este anciano gagá había prometido no hacer nunca. No sé de qué se extrañan; también había prometido que estaría sólo cuatro años en el cargo y ha habido que desprenderlo del sillón con agua caliente. Respecto a Trump, ya-veremos-dijo-un-ciego, pero de un tipo tan colérico e imprevisible se puede esperar cualquier cosa.

Y a pesar de todas las amenazas de este mundo acelerado que camina imparable hacia su desaparición, hay cosas que permanecen. En mi barrio ya no quedan casi tiendas ni bares de los antiguos, mi academia de yoga cierra, mi amiga Ana ya no hace zapatillas de casa de piel de cordero y mis acciones del Dépor valen tres euros. Pero pasado mañana es el día de Santa Lucía. Y dicen en mi tierra que por Santa Lucía, mengua a noite e crece o día. A partir de pasado mañana, las tardes empiezan a estirar. Lo que pasa es que las mañanas continúan encogiendo y la suma de ambos fenómenos da un saldo negativo a la duración de los días, hasta el 20 de diciembre, día del solsticio y el día más corto del año. Luego, las mañanas siguen encogiendo todavía hasta el 27, pero el saldo empieza ya a ser positivo.

Y a partir del 27, los días crecen por el principio y por el final. Ya saben también que, por la inercia térmica de la Tierra, los días más fríos se sitúan estadísticamente en torno al 20 de enero. Fenómenos todos ellos derivados de la llamada eclíptica, la inclinación del eje de rotación de la Tierra con el eje de traslación alrededor del sol, causante también de las estaciones, simétricamente opuestas en ambos hemisferios. Ese ángulo fue medido con precisión por Eratóstenes de Cirene, sabio griego del siglo III antes de Cristo, que estableció su magnitud en 23 grados y 51 minutos, amplitud después confirmada por el egipcio Ptolomeo. Y nadie les ha enmendado la plana.

Si la Tierra mantiene la eclíptica desde tiempos inmemoriales, tal vez no todo esté perdido. Así que dedíquense ustedes a disfrutar con fruición de los tiempos navideños, sean buenos, no sean perros verdes como yo lo era hasta este año y a ver si tienen suerte y les toca la Lotería. Hace poco salió por la tele un supuesto sabio que enseñó un saco de arroz de muchos kilos, echó allí un granito negro y dijo después que la probabilidad de encontrar ese granito era muy superior a la que tenemos de que nos toque la Lotería. A mí no me toca nunca, desde luego, pero en la puerta de Doña Manolita hay una cola de postulantes esperanzados que este año llega a la Gran Vía y da la vuelta hasta el Uniqlo, que ocupa ahora el edificio donde estaba antes el cine Avenida, donde yo vi dos veces Blade Runner. ¿Será por lo acojonado que está el personal con las perspectivas mundiales? No lo sé. En cualquier caso, ya veremos dijo el ciego. 

lunes, 2 de diciembre de 2024

7. Sobre el maktub, la breva y el método Luisinho

El 27 de noviembre, hace unos cuantos días, el gran Jimi Hendrix hubiera cumplido 82 años, si no hubiera fallecido a la edad maldita de 27, hace ya una eternidad. Es una pena, pero estaba escrito que debía suceder así, el destino nos reserva estas jugarretas y faenas, lo mismo que propicia ciertos encuentros mágicos en nuestras trayectorias. El 17 de octubre de 1961, dos chicos londinenses que no se conocían de nada, se encontraron en la estación de tren de Dartford y ese encuentro dio origen a una de las bandas más longevas y prolíficas del rock: The Rolling Stones. Mick Jagger (18 años) esperaba el tren que lo acercaría a la London School of Economics donde estudiaba, y Keith Richards (17 años) se dirigía a la Sidcup Art School, donde intentaba perfeccionar sus habilidades como dibujante.

Y quiso el destino que se juntaran en la Plataforma 2 de la estación, a la espera de su tren. Jagger llevaba dos discos de Muddy Waters y Chuck Berry, que un conocido le había traído de los Estados Unidos, mientras que Keith Richards portaba su guitarra electrificada. Ambos iban preparados para impresionar a sus colegas escolares, a ver si ligaban un poco, que por entonces era uno de sus objetivos vitales prioritarios, junto con la música, por supuesto. Para Richards, esos discos eran un tesoro, así que abordó a Jagger, empezó a hablar con él y se subieron juntos al vagón en el que siguieron conversando al respecto. Jagger tenía ya un grupo de rock amateur con el que se reunía a tocar cuando podía y Richards se sumó a los pocos días a ese grupo, que todavía no había adoptado el nombre que les daría la fama. Vean una foto de ambos en la estación de marras. Se la hicieron unos días después de su encuentro, intuyendo que allí empezaba algo grande y había que inmortalizarlo.

Cosas como esta cuenta Keith Richards en su autobiografía Life (2010), un libro interesante y divertido en el que revela todos sus secretos. Yo me lo leí hace unos años y creo que es uno de los libros de memorias de músicos más maravillosos que he leído, junto con el que Miles Davies publicó en 1989, un texto clave para conocer la historia del jazz completa. Los Stones, ya con su nombre, completaron el grupo con sus otros tres miembros originales y empezaron a tocar versiones de temas de blues y soul que seleccionaban con mucho cuidado, antes de lanzarse a componer, un arte en el que se revelarían como maestros. Corría el año 62 y de eso hace ahora 62 años, lo que no deja de ser otra muestra de cómo el destino juega con nosotros. Y empezaron a ser conocidos, al rebufo del estratosférico éxito de los Beatles. De esa época es este You better go on, que tocaron de la forma que ven abajo para un programa de la televisión local. Este vídeo tiene exactamente 60 años, que manda carallo. Veánlo.

  

Muchos años después, ambos músicos, ya millonarios, se distanciaron y Mick inició una carrera en solitario, acompañado por otros artistas de prestigio, como Jeff Beck o Lenny Kravitz. Tuvo unos éxitos importantes, pero nada comparable a la repercusión mundial de los Stones. Durante ese tiempo, Richards se marchó a Jamaica en donde se dedicó a tocar y componer con diferentes músicos locales, sin otro propósito que el de pasárselo de puta madre. Añorante de las glorias pasadas en común, Jagger lo fue a visitar y reanudaron su relación, Desde entonces, los Stones hacen giras y giras, en las que estos ya octogenarios artistas desarrollan una energía sorprendente. Hace ya bastantes años que en sus giras se hacen acompañar por una unidad médica geriátrica permanente. Y en paralelo siguen grabando unos discos bastante presentables. Mientras el cuerpo aguante. Vean una foto de ambos más actual.

Hendrix murió ahogado en sus vómitos en el baño de un hotel de Londres en donde estaba alojado con una chica que no era su novia y que entró en pánico y no supo qué hacer hasta que era ya demasiado tarde (por cierto, esta chica y la novia americana de Jimi han pasado luego décadas peleándose por la herencia del músico, jalándose del moño, judicialmente hablando). Y cualquiera de ustedes, queridos lectores, puede caer en la tentación de pensar que el tipo se había abandonado a la mala vida, adobada por toda clase de sustancias, por lo que no es de extrañar que terminase como terminó. Pero yo les aseguro que Keith Richards no llevó una vida mucho más saludable durante muchos años, y aquí lo tienen, a punto de cumplir los 80, felizmente rodeado por su mujer, sus hijos y sus cinco nietos (no sé si tiene ya alguno más). Así que esta diferencia de trayectorias, únicamente cabe atribuirla a la buena o mala suerte; en definitiva, a lo que solemos llamar el destino.

Partiendo de un ateísmo básico, fundacional (mi padre era ya ateo convencido), yo tengo últimamente la percepción de que tal vez por ahí en alguna parte exista una especie de Gran Guionista, que determine todas nuestras vicisitudes sucesivas. De ninguna forma me lo imagino como un dios bondadoso como el que suelen evocar los cristianos, sino más bien un grupo de dioses traviesos y malévolos, a la manera de los de la antigua Grecia, que juegan a los dados con nuestros destinos, sólo para divertirse y desprovistos de cualquier tipo de empatía o sentimiento misericordioso. Después de más de 70 años de vida, mi mente se inclina últimamente a un concepto en línea con lo que los árabes llaman el maktub. Empezaré por decirles que el maktub no es un concepto musulmán, sino árabe, anterior al Corán, como lo prueba el hecho de que en ese texto sagrado se menciona una vez, cuando dicen que Mahoma siguió el maktub que ya le determinaban los Evangelios cristianos y la Torá judía.

El concepto es, pues, anterior al Corán. Para los árabes, el maktub es el camino que cada uno sigue a lo largo de su vida, un camino que está trazado completamente desde mucho antes de nuestro nacimiento. Si nuestro camino entero está trazado y predeterminado, solamente nos queda la tarea de caminar por él. A veces sucede que nos desviamos de nuestro camino, pero es entonces cuando el maktub nos lleva de vuelta, una versión árabe del karma de los hindúes. Entre los musulmanes creyentes se utiliza mucho el inshallah, que viene a ser un equivalente al Dios proveerá de los católicos. Pero el maktub no tiene necesariamente que ver con ninguna divinidad. Por tierras más próximas se solía usar un dicho que rezaba: ¡no caerá esa breva! Sin embargo, hay ocasiones en que el maktub o el karma hacen que te caiga finalmente la famosa breva. Sólo queda entonces reconocerlo y mostrarse agradecido con el destino.

Mirando hacia atrás con mi perspectiva de septuagenario, debo reconocer que, en general, soy una persona que ha ido teniendo bastante suerte en la vida (por ahora) y lo digo solamente a título comparativo, confrontando mi trayectoria con la de muchos de los que me rodean, o rodeaban; ya saben que he perdido a tres amigos muy cercanos en menos de un año. Ellos se han ido y yo estoy aquí, escribiendo mi blog para ustedes y viviendo la vida a grandes tragos. Dice mi admirada Maruja Torres que cuantos más amigos se le mueren, más ganas le entran a ella de vivir la vida lo más intensamente que pueda. Parte fundamental de esa suerte que presumo de haber tenido está en el hecho de haber nacido en Europa en la segunda mitad del siglo XX. Un tiempo en el que no nos tocó vivir ninguna guerra, circunstancia que se producía en nuestro mundo occidental por primera vez en la Historia.

Lo que viene ahora no parece tan halagüeño y lo siento por mis hijos. Con Trump a los mandos, nuestra sensación es de estar en un barco gobernado por un timonel medio loco. Sin olvidarnos de Putin, Netanyahu y los demás. Un panorama siniestro, pero hoy no quiero yo derivar mi discurso por estos vericuetos. Aunque sí les recomiendo el artículo de ayer en El País de la escritora portuguesa Lidia Jorge, una de las plumas europeas más cualificadas para hablar de nostalgia o saudade de los tiempos venturosos que nos tocó en suerte disfrutar a nuestra generación. Les voy a poner el enlace con este artículo crepuscular y les digo que, si no son suscriptores y no lo pueden abrir, pues búsquense la vida a través de algún amigo o alguna otra forma de acceder a su texto. Yo me limito a indicarles que pinchen AQUÍ.

Tremendo artículo este de Lidia Jorge. Pero retomando el hilo de más arriba, creo que además de un equipo de guionistas cósmicos, que ya lo quisieran en Hollywood, hay una especie de predeterminación que nos hace movernos en planos paralelos, en los que nos vamos entrecruzando todo el rato. De ahí eso de que el mundo es un pañuelo. Para mí el mundo es un paquete de pañuelos extendidos, que no tienen comunicación entre ellos. A pesar de que yo tengo amigos por todo el mundo creo que me muevo en un solo de esos planos y que con la gente que habita en los otros jamás me voy a encontrar. Un ejemplo. En el post anterior les hablé de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, cuyo libro de cuentos ya me he terminado. Los guionistas estelares de mi vida decidieron que acudiera a su presentación en la librería Tipos Infames, a pesar de que era miércoles y yo tenía mi sesión de guitarra en Palomeras.

Para poder llevar adelante esa decisión, estos cabrones hicieron enfermar a Henry Guitar, que se quedó sin voz y suspendió nuestra clase-ensayo, lo que me permitió a mí acudir a la presentación del libro. Todo esto se contó en mi post anterior, que se publicó oportunamente en el blog. Unos días después, acudí al bar Ricla, donde mi tocayo y su hermano Jóse me habían avisado que su madre había cocinado un pote asturiano, uno de los platos que más me gustan del lugar. Y allí, mi tocayo, que es seguidor puntual del blog, me contó que ellos conocían hace mucho a Natalia, cliente asidua del Ricla de cuya vida personal saben muchas más cosas que yo (que no voy a detallarles aquí). Es obvio que el mundo es un pañuelo, aunque se trata de un pañuelo de muchas capas, por una de las cuales nos vamos moviendo. Por cierto, aquí les dejo mi foto sosteniendo el cartel con el que me reservaron mesa en el lugar.

Si uno acepta estas cosas del maktub, el karma y el mundo estratificado en capas que no se comunican nunca, aunque sea a título poético, pues se alcanza una especie de paz interior o nirvana, a lo que ayudan mucho cosas como el yoga, el blues y la compañía de un gato tan especial como el bueno de Tarik Marcellino. En realidad, mi amiga Tato empezó a criar a Tarik para su sobrino Manu, pero aquí intervino el maktub y resultó que uno de los compañeros de piso de Manu vetó la presencia de animales en la casa que comparten. A mí me había mandado antes fotos y vídeos de otros gatos, pero ninguno me gustaba. Y, en cuanto me llegó el primer vídeo de Tarik, supe que ese era mi gato y le pedí que me lo reservara. Y así me encontré con el animalito más majo y buen compañero del mundo. Un gato que no está para nada triste y azul, ni tiene nada que ver con el gato de Schrödinger, aunque a menudo hace uyuyuyuy, como el famoso de Rosario Flores.

Con Tarik, el único problema es que está un poco gordo, pesa más de seis kilos y he decidido ponerle comida en el cuenco sólo una vez al día, antes de acostarnos. Es una medida que no le ha gustado demasiado y encima, como es un ansioso, generalmente se acaba toda la comida antes de mediodía, por la tarde pasa un hambre considerable y por las noches saca su acento gallego para clamar desesperadamente: ¡¡¡Pero cando se come nesta casa, carallo!!! Vean cómo se pone de elocuente el bueno de Tarik Marcellino Martínez para proclamar que no hay derecho, hombre, que él se porta bien y no es justo que lo tenga a dieta.

Pobrecito mío. En fin, mi vida plácida sigue a toda pastilla, en medio de este tsunami de locura consumista que nos anega a todos en estas fechas. Desde que han encendido las luces de Navidad en Madrid, ha comenzado una avalancha de turismo local pedorro, gente que viene de Toledo, Ávila o Segovia y, lo que es peor: de Villarejo de Salvanés, donde reside la gente más paleta del entorno. Todos ellos llenan las calles del centro, atestan los bares y atascan el tráfico, hasta el punto que los municipales cortan los accesos y a mí me cuesta un buen rato de elocuencia convencer al agente de turno de que vivo justo detrás y que lo único que quiero es dejar el coche en mi plaza de residente frente al Museo Reina Sofía. La forma de defenderse de esto es no salir apenas de casa, que es lo que yo hago, dedicado a la lectura y otras nobles ocupaciones.

Ya me he terminado el libro de Natalia, La máquina de hacer pájaros, que no me atrevo a recomendarles. Esta mujer tiene un mundo interior muy particular, que podríamos considerar surrealista y en el que a veces es difícil discernir de qué nos está queriendo hablar. Sus cuentos son cortos y algunos son fabulosos. En otros se queda uno un tanto estupefacto. Con este libro terminado, me he puesto con otro que me tiene entusiasmado: Nada es verdad (Niente di Vero, 2022, Veronica Raimo). Se trata esta vez de una escritora romana de unos 40, que disecciona las particularidades de una familia bastante peculiar, dominada por un padre preso de paranoias, que ve peligros por todas partes, de los que quiere proteger a sus dos hijos, la narradora y su hermano. Es un libro divertidísimo, que se lee con placer y que les recomiendo sin dudarlo.

Además de leer, continúo con mis actividades diversas. El día 28 tuve una entrevista de hora y media, a través de Zoom, con mi amiga Sonia de Gregorio, de la que ya les conté que la Comisión Europea le ha concedido una beca para que investigue durante tres años sobre el concepto Regeneración Urbana, del que es, en mi opinión, una de las personas más conocedoras a nivel nacional. Dentro de una ronda con expertos del tema, me ha incluido a mí como veterano y tuvimos una sesión muy interesante. A Sonia le preocupa que el nombre se esté empezando a usar de manera impropia (por ejemplo, la Operación Nuevo Norte, antes Chamartín, se vende ahora como proyecto de regeneración urbana). Estas confusiones no son para nada inocuas: cuando aparece un concepto moderno y que mola, dicho en lenguaje de la calle, el Sistema se lo apropia y lo desvirtúa. Ya les hablaré otro día más en profundidad de este interesante tema.

Hace unos días invité a mi hermano mayor Antonio y mi cuñada Gundi a degustar un potaje de los llamados de vigilia, que se ha convertido en la receta estrella de mi cocina particular. Con dos invitados de 89 años, quería yo aprovechar que pudieran venir antes de que resulte imposible moverse por la zona centro donde vivo. Después del banquete, les ofrecí mis sofás para que se echaran una siesta, oferta que conlleva el peaje de que Tarik Marcellino se te sube a compartir la siesta contigo. Entre ambos, escogió el regazo de mi hermano, en una escena que también quedó inmortalizada, como ven abajo.

Como les he dicho, para conseguir la paz, alcanzar el karma o recuperar el camino perdido del maktub, ayuda mucho un gato como Tarik Marcellino y unos hermanos como los míos. Y también lo que yo he dado en llamar el método Luisinho, con el que cierro ya este post. Luisinho fue un jugador de fútbol portugués, ya retirado, que durante varias temporadas jugó en el Deportivo de la Coruña. Era un tipo bastante bruto, con cara intimidante, al que a menudo expulsaban por darle unos meneos tremendos al delantero rival que pretendía entrar por la zona que él defendía. Además, protestaba todas las faltas que le pitaban, se encaraba con los árbitros, empujaba a los rivales. Era un auténtico energúmeno del fútbol. En una ocasión, el árbitro lo expulsó y puso en el acta que le había amenazado de muerte. Le cayeron cuatro partidos de suspensión. Sus compañeros mostraron su extrañeza de que el árbitro hubiera entendido lo que decía este hombre, dado que ellos no le entendían nada en su portugués cerrado.

Hasta que, después de un verano de descanso en su tierra, regresó convertido en una persona diferente. Ya no hacía faltas violentas, le daba la mano a los contrarios y les ayudaba a levantarse, no protestaba una sola falta y, desde luego, ya no lo volvieron a expulsar. La cosa era tan llamativa, que un periodista le preguntó qué le pasaba. Su respuesta es genial. Verá, amigo, es que este verano he reflexionado sobre mi vida, de dónde venimos, a dónde vamos. Y he tomado una decisión: ya nunca me voy a volver a enfadar por las cosas que de verdad no tienen importancia. Me parece una respuesta maravillosa, que yo he aplicado a mi vida. Porque por la calle, o conduciendo por la ciudad, uno ve continuamente escenas en las que la gente normal se pilla unos berrinches monumentales por tonterías. Yo era un poco así antes y al final sufría mucho más que el causante de mi mosqueo.

Ahora voy por la vida cediendo el paso a todo el mundo, saludando sonriente y, por supuesto, conduzco mi coche de forma mucho más cuidadosa con los demás. Ya nunca me enfado con los taxistas que me meten el morro para ganar la posición, o con los domingueros que conducen a paso de tortuga. Por no hablar de los conductores de VTC que no se conocen la ciudad y se paran a consultar su ruta en el móvil. Yo ya no me voy a enfadar nunca por las cosas que carecen de importancia. Y, desde que me aplico el método Luisinho, estoy mucho más cerca del karma, y de recuperar el camino que el maktub trazó para mí muchos siglos antes de que yo naciera. Sean buenos y hagan como yo, que la paz personal va a ser un factor clave para soportar los duros tiempos que vienen. Hasta luego.

viernes, 15 de noviembre de 2024

6. Increíble pero mentira

Terminaba yo el otro día con la recomendación de que leyeran el artículo de Eduardo Riestra en La Voz de Galicia. Esperaba que alguno de mis seguidores me regañara por esa proposición, pero nadie ha dicho esta boca es mía (los lectores de este blog se han reducido bastante por decisión mía, puesto que he eliminado a más o menos la mitad de los que recibían avisos de los textos del Road Runner Trip). La verdad es que la propuesta de este señor, acomodado editor que vive como un cura en La Coruña, era más o menos esta: todo es una mierda, el mundo está organizado de manera fatal y sobre la base de una injusticia y una desigualdad estructurales y crónicas, pero yo no puedo hacer nada, así que me pido unas nécoras y un centollo y disfruto de tales manjares sin la más mínima mala conciencia por los muertos de Gaza y los ahogados en el Mediterráneo.

No sé, a mí me parece que este razonamiento es bastante impresentable. El mundo está organizado de esa terrible manera que todos conocemos: de 8.000 millones de habitantes que tiene la Tierra, al menos 3.000 millones viven en chabolas, semichabolas o viviendas irregulares de autoconstrucción (dato de la ONU); el número de refugiados y desplazados crece continuamente y alcanza ya los 120 millones; en la guerra de Gaza, la cifra de muertos supera los 42.000 en apenas un año. Todo eso lo podemos ver cada día en los telediarios. Y lo vemos casi con indiferencia, nosotros que vivimos de forma cómoda en la parte de arriba de la tortilla mundial, lo que nos convierte colectivamente en unos miserables. En esas condiciones, ¿hacernos los locos, comernos un centollo y disfrutar como gorrinos, nos redime de ser unos miserables? Yo creo que no. El mundo se está yendo a la mierda y nosotros lo vemos comiendo palomitas cómodamente arrellanados en nuestros sofás.

Tomando unas cervezas el otro día por la Palomeras profunda, con mis amigos Henry Guitar y Críspulo, afinamos un poco más el concepto. Tal vez lo que quiere decir Eduardo Riestra es que no debemos amargarnos la vida echándonos sobre las espaldas las culpas de otros (los que gobiernan el mundo y toman las grandes decisiones). Tampoco vamos a ir ahora de héroes a nuestras edades. Pero nos queda una cosa: intentar hacer lo más correcto en el pequeño margen que nos deja el Sistema. Para mí, hacer lo correcto consiste en, ante cualquier alternativa, elegir la opción menos dañina para los demás, la que menos problemas cause, la que intente mediar en los problemas y evitar la crispación que nos lleva a la ira, que es la peor de nuestras consejeras. Si todo el mundo tratara de hacer las cosas así, la suma de todas esas actuaciones compondría una especie de dique de defensa de nuestro pequeño mundo, ahora mismo amenazado desde tantos ángulos.

Y en cuanto a lo de comerse un centollo, no seré yo quien lo desaconseje, pero tampoco viene mal conformarnos de vez en cuando con unos huevos fritos. Llegados a este punto, tal vez ustedes desconocen que, en el mundo anglosajón, no fríen los huevos como nosotros. A mi modo de ver, los desgracian, aunque esto es sólo una opinión personal. Si viajan ustedes por el ancho mundo, como yo acabo de hacer, comprobarán que no basta con pedir unos huevos fritos, para que nos traigan unos huevos fritos como Dios manda, es decir, como suelo yo cocinarlos. Para ello hay que coger una sartén pequeña, llenarla generosamente de aceite y calentarlo. Cuando ya está muy caliente, se echan los huevos con cuidado, se les va echando aceite por encima con la espumadera y se sacan enseguida, con la proverbial puntilla debida a la alta temperatura del aceite. Conviene también escurrirlos cuidadosamente con la espumadera, para que no salgan demasiado grasientos.

¿Y cómo los hacen los anglos? Pues, para empezar, utilizan una plancha sin aceite, o con apenas unas gotas. A partir de esto hay cuatro versiones. Sólo en la primera de las cuatro se fríen los huevos por un solo lado. El resultado son los sunny side up eggs (así han de pedirlos), es decir, literalmente: los huevos con el lado soleado hacia arriba. Estos son los que más se parecen a los nuestros. En las otras tres versiones, a los huevos les dan la vuelta con la espumadera para freírlos por los dos lados. Eso da lugar a los over easy eggs, en los que todavía puede mojarse un pan o una patata frita; los over medium eggs, que están ya semidesgraciados, y por último los over hard eggs, que se parecen peligrosamente a unos huevos cocidos. Si el restaurante al que han acudido ustedes es un poquito gourmet, pueden pedirse unos spanish fried eggs y tratarán de hacérselos de los buenos, sin demasiada garantía, pero incomparablemente mejores que los de los otros tipos.

Cosas como esta estudiamos y repasamos en las clases bisemanales de mi querido amigo Ed, que se esfuerza en mejorar nuestro nivel de inglés con ánimo siempre a punto. Por cierto, mi amigo Ed acaba de volver de unas merecidas vacaciones anuales, una parte de las cuales ha pasado en un viaje de quince días a un lugar perdido de la costa colombiana del Pacífico. Llegó allí tras volar a Medellín y entró en una especie de limbo sin WiFi en el que vivió feliz con la única compañía de la selva y el mar. A la vuelta, que hizo por Bucaramanga, se conectó de nuevo y se enteró de que en esos quince días el mundo se había acelerado y se había vuelto aún más loco. Primero el caso Errejón. Segundo la catástrofe de Valencia. Y tercero la otra catástrofe de la nueva elección de Trump. ¡Madre mía, qué mundo este que nos ha tocado! Un matiz más: además de intentar hacer todo el rato lo correcto, hemos de estar con los ojos bien abiertos, por lo que pueda venir, no sea que nos arrolle alguno de estos tsunamis. No dejen de tenerlo en cuenta.

Del caso Errejón ya se habló en el post precedente y no hay mucho más que añadir. Tal vez que convendría que no se confundieran las actitudes impresentables y deleznables de un señor, con la comisión de delitos tipificados en las leyes. Tocarle el culo a una señora en una fiesta no es algo muy de alabar, pero no se debe meter a nadie en la cárcel por eso. Y otra reflexión a cuento: cuando aparece un personaje o movimiento, digamos, a la izquierda de las tímidas propuestas socialdemócratas, el Sistema se revuelve contra ellos e intenta machacarlos (como a Pablo Iglesias o ahora mismo a Sánchez y su señora). Pero a veces no les hace falta hacer nada: ya se pegan ellos mismos tiros en los pies. Si el señor Errejón era un picha brava, un cocainómano y un violento, ¿podemos creer que en su círculo más inmediata nadie lo supiera? Y, de ser así, ¿cómo se les ocurre darle la portavocía de su grupo en el Congreso?

Lo de la Dana valenciana es bastante más tremendo, sobre todo por lo cerca que nos pilla. Esto pasa todo el tiempo en lugares como, no sé, Bangla Desh, por decir un país a menudo azotado por este tipo de calamidades. En tales casos, nosotros vemos el minutito escaso de información en el telediario y directamente pasamos a comernos el centollo o lo que nos hayamos preparado. A cuenta de esta catástrofe y su pésima gestión por el presidente de la Generalitat valenciana, me viene a la memoria un viejo chiste de los tebeos que yo solía leer de pequeño. Lo he buscado en la Wikipedia, no lo he encontrado, pero sigue firmemente anclado en mi memoria. El chiste pertenecía a una delirante página que hacía F. Ibáñez antes de parir a Mortadelo y Filemón. Se llamaba Increíble pero mentira y era una colección de noticias falsas compuestas por un dibujete y un mínimo comentario. Si quieren comprobar que no les miento, pinchen AQUÍ.

En el chiste del que les hablo, el texto rezaba: Lo que se reiría la gente de Gotaskaen, el hombre del tiempo que, un día antes de empezar el Diluvio Universal, pronosticó que aquello era algo leve y pasajero. En el dibujo se podía ver a unos cuantos señores vestidos con túnicas y resguardados bajo un tenderete. Uno de ellos sacaba una mano fuera para ver si llovía y el bocadillo del dibujo decía: Nada, esto son dos gotitas y enseguida escampa. Quién le iba a decir al bueno de F. Ibáñez que sesenta años más tarde aparecería en Valencia un ridículo y trágico epígono de aquel imaginario Gotaskaen, para decir más o menos lo mismo. El señor Mazón salió a las seis y pico de la tarde a decir oficialmente que lo peor ya había pasado. Yo he visto el vídeo antes de que lo intentaran borrar, cuando ya había salido hasta en el As. Pueden comprobarlo pinchando AQUÍ.

Después, Gotaskaen-Mazón estuvo diez días sin confesar qué estaba haciendo ese día hasta las seis de la tarde en que emergió desde la nada para emitir tan nefasto comunicado. A los diez días, acorralado por las evidencias, reveló que el día de autos había estado comiendo con una periodista en un reservado del restaurante El Ventorro, con instrucciones precisas a sus ayudantes de que no se le molestara por nada del mundo. Aclara que la comida era de trabajo, para ofrecerle a esta señora la dirección de la cadena pública de TV A punt. Pero, resulta que la chica es un bellezón, como pueden comprobar en la imagen de abajo. Y que Mazón está en plena edad del pavo (maduro), no como yo, que ya tengo 73. Si a mí me pillan en una historia semejante, dudo que nadie pensara mal de mí. Pero en este caso, uno no puede dejar de pensar que, durante una larga sobremesa hasta las seis de la tarde en un reservado y con orden de que no se les moleste ni por una dana, uno puede comerse muchas cosas. Porque, eso no lo han aclarado: qué fue lo que se comieron. Vean ya la imagen de la señora. 

A ver si va a salir por aquí alguna feminista que diga que estoy culpabilizando a esta señora estupenda de algo. Yo no la culpabilizo, sólo digo que es guapísima. Le culpabilizo a él por haberla cagado de forma tan estrepitosa y no dimitir abrumado por la vergüenza, sino intentar ocultar la verdad y seguir ahora adelante como si nada, negando la evidencia. Es esta una larga tradición en el PP, desde el atentado del 11M, sobre el que estuvieron hablando mierda dos años, hasta la muerte de los ancianos de las residencias madrileñas durante el peor momento del Covid. Pasando por el Yak 42, el Prestige y tantos otros episodios penosos. Por si lo han olvidado, lo primero que intentó el señor M. Rajoy fue remolcar el barco a aguas portuguesas. Nuestros vecinos tuvieron que movilizar a su Armada para espantar al barco de vuelta, como hago yo con Tarick Marcellino cuando amaga con subirse a la encimera de la cocina.

Pero estamos en un mundo en el que la desinformación y la mentira corren libres por las mal llamadas redes sociales. Y supongo que a sus oídos llegó en los primeros días de la catástrofe el rumor de que, además de los doscientos y pico muertos, había nada menos que 1.900 desaparecidos, y que el Gobierno del malvado Sánchez ocultaba este dato para no causar alarma. Ese bulo fue alimentado por pedorros como Iker Jiménez, a uno de cuyos reporteros lo filmaron desde un balcón particular arrodillándose para mancharse los pantalones de barro y darle más realismo a su crónica. Esto de la mentira premeditada y alevosa no es de ahora, siempre se han manipulado las informaciones de forma interesada y Goebbels fue el tipo que hizo de la desinformación un arte sofisticado. La gran Hannah Arendt hizo una reflexión precisa sobre esto, que no me resisto a reproducir.

Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente se crea una mentira determinada, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira, no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni haberlo querido, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así puedes hacer lo que quieras.

Ciertamente espectacular. En fin, de la vuelta de Trump no tengo mucho que decir, era algo anunciado. Y abunda en mi teoría de que ciertos partidos o personajes no requieren que se les ataque o persiga: ellos solos se disparan en el pie. Qué otra cosa pensar de un partido como el Demócrata, que no es capaz de decirle al anciano Biden que no se presente, que está gagá, hasta que lo ven hacer el ridículo en un debate televisivo y, tarde mal y a rastras, improvisar una candidatura encabezada por una mujer y negra, en el país más racista y machista del mundo occidental (dejo fuera a los árabes). El resultado está a la vista: Trump controla el Congreso, el Senado y el Tribunal Supremo. Y podrá hacer ahora una serie de tropelías que en su primer mandato no hizo por novato y porque ni él mismo esperaba ganar. Van a ser cuatro años de calvario para nosotros los europeos. Y felices para Orban, Le Pene, Meloni, Abascal, Milei y tantos otros. Que nos pille confesados. Como hoy estamos de chistes y viñetas, aquí les añado uno de un semanario británico. Está en inglés, pero qué problema es ese para unos políglotas acreditados como ustedes, queridos lectores.

En medio de estos desastres, uno se recoge en su mundo privado y mete la cabeza en la tierra como el avestruz. Yo tengo un montón de cosas de las que ocuparme y estos quince días transcurridos desde mi anterior post no han sido una excepción. Como les conté, vinieron por Madrid mis consuegros italianos, a los que cedí mi cuarto y mi cama, para que se sintieran en un hotel de cinco estrellas y con la prima colazione compresa, porque cada día les hacía el desayuno. Les hice también de cicerone por el centro urbano, los llevé al Museo de Colecciones Reales, cenamos un día en La Cabaña Argentina, la mejor carne de Madrid, y otro en La Primera, restaurante cántabro de alta cocina en la Gran Vía. También fuimos a La Venencia y a la Casa de las Torrijas, dos antros que les encantaron. Y quien les hizo los mayores honores fue el bueno de Tarick Marcellino, al que calificaron como un vero fenómeno.

Tras su marcha, me acerqué un día a Chapinería, a visitar a mi amiga Ana, que desde hace lustros tiene un taller de fabricación de zapatillas para casa de piel de cordero que son perfectas. Yo llevo usando esas zapatillas desde que mis hijos eran pequeños. Por entonces, Ana bajaba cada año a los mercadillos navideños como el de Recoletos y yo compraba allí zapatillas para toda mi familia. En 2022 me contó que ya no bajaba a Madrid, por lo que tuve que ir hasta el pueblo a comprarme las que tengo ahora en uso y otras para mis hijos. Ahora quería otras dos para regalar y Ana me hizo saber que sólo le quedaban dos de las tallas que yo quería, porque va a cerrar el taller. Resulta que la finca ganadera donde compraba el cuero para sus productos ha dejado de venderlos y ella ya no puede continuar con el negocio, agobiado también por las nuevas leyes de protección animal.

Otra cosa que desaparece en este mundo que se va a la mierda. De la misma forma he recibido el hecho de que, antes de mi viaje yo veía libremente todas las películas del catálogo de Netflix y ahora me ponen anuncios por la mitad, como si las estuviera viendo en Antena 3. El Netflix me lo ofrecía gratis la plataforma Orange, en la que tengo el WiFi. En realidad no era gratis, como se imaginan, formaba parte de un paquete (con perdón). Es la mecánica habitual del capitalismo: te ofrecen algo en determinadas condiciones, para que te enganches y luego te van empeorando esas condiciones. Desde luego que no pienso pagar nada por seguir en Netflix. Prefiero hacerme socio de Filmin o de FlixOlé, que son más legales.

He tenido también un bolo extra inesperado. Después de tres años de no saber de él, me llamó de nuevo el arquitecto Enrique Ibáñez, otro de mis viejos contactos habituales, para requerir mi ayuda a la hora de enseñarles los PAUs del Sur (Ensanches de Vallecas y Carabanchel) a los técnicos de una promotora holandesa llamada VanWonen, que promueve bloques de pisos de todo tipo para privados y administraciones. Pasamos una tarde estupenda paseándolos por estos barrios a los que nos acercamos en Metro y luego en varios Uber. Para preparar mi aportación, tuve una larga conversación con un compañero todavía en activo con el que repasé mis datos y mis recuerdos. Los holandeses se quedaron sorprendidos de la calidad arquitectónica de algunos edificios, algo inhabitual en el sector de la vivienda social. Todos ellos corresponden a los años en que al frente de la Empresa Municipal de la Vivienda estaba Sigfrido Herráez, actual decano del COAM. Vean una selección de las fotos que hice por allí.



Por cierto, esta actividad fue también de pago, así que, con mi factura king size de los de la Fundación Konrad Adenauer (que ya me han pagado hasta el último euro), más mis tres conferencias coreanas y el viaje en avión a Paris en febrero para dar mi clase en el máster de Alain Sinou, el año no me ha salido mal del todo. Para cerrar el recuento de mis actividades en estos quince días, les contaré que el miércoles 6 de noviembre, me acerqué a la librería Tipos Infames, en la zona de Tribunal, para asistir a la inauguración de la exposición que conmemora los 25 años de vida de la editorial Páginas de Espuma, además de la presentación del último libro de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire. Páginas de Espuma es una editorial especializada en colecciones de cuentos y relatos, resultado del empeño y el trabajo de Juan Casamayor, hace unos años reconocido como el mejor editor de España.

Cuando yo hacía mis pinitos en este tema de los relatos y novelas cortas, conocí a Juan y, desde entonces siempre tenemos la misma conversación, en la que le planteo que si un día yo repasara y mejorara mis relatos tal vez podría enviárselos. Pero cada vez estoy más convencido de que jamás lo haré. Por lo demás, fue un acto grato, en el que departí, además de con Juan, con algunos autores contrastados, como Eloy Tizón, Carlos Castán y Valeria Correa, a cuyo cargo corrió la presentación del libro de Natalia. Me siento bien entre esta gente y me hace ilusión comprobar que me reconocen y tenemos cosas de que hablar y comentar.

Natalia tiene 33 años y es natural de Cuenca (Ecuador) donde escribió su primera novela Nuestra Piel Muerta, que leí en su momento y fue un éxito de crítica y ventas. Luego tiene una segunda novela que no conozco y este libro de cuentos que presentaba el otro día. Entre medias se ha venido a vivir a Madrid, donde es profesora de una escuela de literatura. Estuve con ella también un buen rato, para que me dedicara su libro. Y, como de costumbre, recalé después en la taberna de Ángel Sierra, en Chueca, para cerrar la noche con un vermú y un par de gildas. Abajo pueden ver a Natalia hablando de su libre, atentamente observada por Valeria Correa a su lado y Juan Casamayor en la primera fila.

Como ven, mi vida transcurre plácida entre mis múltiples y variadas ocupaciones, mientras el mundo se desmorona a mi alrededor. A veces me siento como los aristócratas de San Petersburgo que hacían cola bajo la nieve para ver el ballet Bolshoi y que no se inmutaban mientras a su lado pasaban los revolucionarios bolcheviques camino del Palacio de Invierno, que tomarían esa noche. Los de la cola estaban convencidos de que aquello no iba con ellos, que no les afectaría en su vida muelle de millonarios. Pero sí les afectó y mucho, como sabemos ustedes y yo.

Si vienen las vacas flacas y la situación nos arrolla, al menos podremos componer algunos blues, porque ya saben que para componer blues no se puede ser muy feliz, como yo lo soy ahora. Hoy ha ido el post de dibujos y viñetas, así que lo cerraremos así. Un tipo sentado en la calle pone su sombrero para que le echen monedas, con este mensaje: Ya no puedo tocar blues nunca más, he encontrado la felicidad, por favor ayúdenme. Pues eso, que se porten bien, que traten de elegir siempre la opción menos dañina para los demás y que intenten buscar la felicidad mientras no nos arrolle la situación.

miércoles, 30 de octubre de 2024

5. Vendimiando sueños en medio del caos

Nada, que ya he tirado la toalla de encontrar la púa que me entregó Samantha Fish en Melbourne, después de tocar con ella todo su concierto de cierre de gira por Australia. El último lugar en donde he mirado es en el filtro de la lavadora, por si la púa se hubiera lavado con alguna de mis camisas o pantalones y hubiera terminado allí, pero nada, resultado negativo. Sam ha terminado ya su gira europea, sobre todo en el Reino Unido, con unos conciertos finales en Holanda y Alemania, y ya está de vuelta en los USA para los bolos en torno a la noche de Halloween. Espero tener más ocasiones de conseguirme otra de sus púas, porque Sam las tira a boleo al final de los conciertos para quien tenga la suerte de pillarlas, si bien, cuando alguien de la primera fila extiende la mano como yo hice en el Corner Hotel de Melbourne, le entrega la primera con un gesto delicioso, como pueden ver en la foto de abajo.

A falta de material para vendimiar mis sueños y cultivar mis mitos, en estos días he seguido mis rutinas de jubilado hiperactivo y, nada más publicar mi post anterior, atendí en el parque Madrid Río al grupo de cinco alcaldes y políticos de Latinoamérica, acompañados de dos técnicos de la Fundación Konrad Adenauer. Eran, creo, alcaldes y concejales de pequeñas ciudades de México, Panamá, Perú, Argentina y Chile, la mayoría del tipo mestizo hermético, que sólo hablaban lo estrictamente imprescindible, salvo el argentino, con el que conecté más profundamente y que me planteaba preguntas bastante incisivas. Los demás se limitaban a escucharme, se dispersaban por el parque haciendo fotos y selfies para el recuerdo y no era fácil pastorearlos, a pesar de ser tan pocos. Y naturalmente, se empezaron muy pronto a mostrar cansados de tanta caminata, los latinos suelen ser flojos para este tipo de eventos. Pero los alemanes eran inflexibles: había que cumplir lo programado, que para eso ponían ellos el dinero. Les dejé en el Matadero bastante derrengados, pero agradecidos. Antes, nos hicimos una foto de grupo en la prestigiosa pasarela concebida por el señor Dominic Perrault, que pueden ver abajo. Y, por cierto, aun estoy pendiente de que me paguen lo acordado por mis servicios.

El martes 22 tuve la segunda sesión del Club de Lectura Billar de Letras en la que analizamos el libro Por qué el agua del mar es salada. No es un libro cuya lectura les recomiende. Se trata de la primera novela de la escritora austriaca Brigitte Schwaiger, señora que tuvo una vida agitada y más bien desastrosa. Nacida en una pequeña ciudad de la montaña austriaca, se fue a Viena a estudiar Lenguas Romances y Psicología pero, a mitad de su primer año lectivo, se lió con un español, se casaron y se fue con él a Mallorca, donde vivió cuatro años. Al fracasar su matrimonio, se volvió a Viena, donde se metió en el mundo del teatro, como actriz y ayudante. Allí, un productor teatral la dejó embarazada y la forzó a abortar. Algo que le resultó muy traumático. Empezó entonces a escribir y publicó su primera novela, que fue un bombazo; se vendieron incontables ejemplares en Austria y fue traducida a las principales lenguas del mundo.

A partir de ahí, todo fue de culo. Sus siguientes novelas no se vendieron igual, se dio a la mala vida y se le empezó a ir la cabeza. Acabó ingresando intermitentemente en instituciones psiquiátricas de Viena, agobiada por las deudas y su ostracismo del primer plano de la cultura, hasta que se suicidó tirándose al Danubio tras dejar unas notas explicativas de su decisión. La novela de marras, siempre en mi opinión, es menos interesante que su vida, se limita a contar en primera persona, con un estilo bastante caótico como si pensara en voz alta, el aburrimiento y la insatisfacción de una mujer de clase alta a la que su familia obliga a casarse con un tipo al que no ama. Teniendo en cuenta que está escrita en 1977, la temática anticipa muchas de las líneas de la literatura actual escrita por mujeres, en sintonía con el Mee Too y la deriva subsiguiente. Yo realmente no le veo demasiado interés al libro, como para traerlo al club. Vean una foto de esta señora. Corresponde a 1978, su momento de mayor éxito.

Una mujer que vivió intensamente, pero marcada por un destino trágico. Yo intervine en el club para decir que me hubiera gustado preguntarle a esta señora cómo se hace para escribir así. Yo sería incapaz de hacerlo. Bueno, se me ocurre una forma. Beberme tres o cuatro whiskies, empezar a largar y conectar una grabadora. Luego transcribir lo grabado, ponerle puntos y comas y darle un poco de barniz literario. No tengo ni idea de cómo lo hizo esta señora, que fue la primera sorprendida por el éxito internacional del libro. Cada vez que asisto a una sesión del club que no me gusta demasiado, pienso en darme de baja pero, al final, continúo reincidiendo porque Ronaldo Menéndez es mi amigo y a veces trae al club unos libros extraordinarios.

En fin, al día siguiente, miércoles 23 de octubre, tenía yo un sarao de postín. Mi querida compañera de trabajo Esther Garvía celebraba su jubilación, a la que ha llegado como yo a los 70, después de toda una vida dedicada a los entresijos jurídicos del Ayuntamiento. Por mi parte, era la primera vez que volvía a mi último lugar de trabajo: no había pisado el edificio desde que cesaron a Silvia, mi querida jefa de los últimos años de carrera administrativa. Es decir, hace más de un año. Me resultó extraño, como regresar al pasado, encontré a gente que ha envejecido rápido y otros que están igual y las conversaciones me resultaron bastante ajenas, aunque me lo pasé bien, fue una especie de paseo por el túnel del tiempo. Y estoy plenamente convencido de que yo salí de ese entorno en el momento oportuno; lo que ha seguido es un proceso de deterioro continuado. Para el señor Almeida y su grupo que no cree en la planificación urbana, sino que es partidario del laissez faire para que los privados hagan lo que les dé la gana, el Área de Urbanismo es un incordio, que están dejando que se caiga a pedazos, así que los tiempos son malos. La que está tan espléndida como siempre es mi amiga Esther, tan guapa a los 70 como durante toda su carrera. Pueden comprobarlo en esta imagen.

Esa misma tarde terminé en la academia de música de mi amigo Henry Guitar, donde estamos montando un combo electrificado, con bajo y batería, al que yo trato de sumarme a pesar de mi nivel un poco deficiente, que trato de suplir con mi instinto musical. Henry trajo ese día un nuevo método de aprendizaje que es muy interesante, siempre que yo encuentre hueco en mi agitada deriva para practicar un poco en casa de manera regular. Al acabar la clase nos acercamos al bar Los Cuñaos, el antro prototípico de Palomeras donde nos obsequiamos con unas cervezas para celebrar la buena salud de los implicados en el grupo musical en ciernes.

El sábado a mediodía aterrizaron en Madrid mis consuoceri romanos, a los que recogí e invité a comer en mi casa, porque a las seis de la tarde debían tomar un tren para Córdoba y Granada, ciudades que están visitando en estos días, hasta mañana jueves en que vuelven a Madrid para pasar unos días por aquí. Son los primeros, entre los contactos que visité durante mi vuelta al mundo, que han decidido devolverme la visita. La verdad es que son una gente estupenda e hicieron buenas migas con Tarick Marcelino, de quien ya les había hablado extensamente su hija y cuyo nombre pronuncian en italiano: marchelino. Es tan gracioso que yo ya le llamo así con esa pronunciación. Por lo demás, les cociné un potaje de los míos, el plato estrella de la gastronomía emiliana.

La visita inminente de mis consuoceri, me hizo ver algunas de las deficiencias de mi casa. Por ejemplo, que hace unos cuantos inviernos que no pongo las dos alfombras que tenía almacenadas en un rincón. Era tarea complicada, que abordé con mucha cautela porque, tras años de almacenamiento, me aterrorizaba la idea de encontrarme un verdadero nido de ácaros, si no aparecían polillas a cascoporro o cosas peores. Tenía además el miedo de que, en medio de la fauna cautiva, se me apareciera el novio de la señora Ayuso. Pero, miren ustedes por dónde, resulta que entre los ácaros sedicentes, quien apareció al final fue el señor Errejón. Hay que ver la que se ha montado con este señor con cara de no haber roto un plato en su vida, que al final ha resultado ser el doctor Errejón y mister Hyde a la vez.

Tuve la oportunidad de verlo así a un par de metros de mí, en un acto de campaña de la señora Carmena, al que me colé para sentarme en las filas de delante. Y me pareció un tipo físicamente llamativo, muy alto, de piernas larguísimas, con un cierto aire de arácnido y a quien seguro debían coser los pantalones a medida, porque no se ajusta a las tallas convencionales. Yo, desde que tuve a la señora Carmena de jefa, me declaré carmenista incondicional, condición que aún ostento, y también, por reflejo, errejonudo irredento, etiqueta de la que renegué rápido. Al tipo hay que reconocerle que es piquito de oro, que tiene una labia acreditada para enhebrar discursos potentes, aunque no parecía que de esos discursos se derivara ninguna consecuencia práctica para los ciudadanos y votantes potenciales.

Y resulta que era un monstruo depredador. Lo primero que leí en este escándalo fue su propia carta de renuncia y abandono de la política. Menuda pieza de hablar, hablar, hablar para no decir nada, como la canción emblema de este blog. Es cojonudo, ahora resulta que la culpa de que él sea un salido de cuidado y un acosador violento, la tiene la presión a la que somete a los políticos esa vida intensa y sin momentos de descanso, que genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica (sic). ¡Por Dios! qué cara más dura. Dice una amiga mía que sabe de esto, que el comunicado tiene un tufillo a estar redactado con la ayuda del ChatGPT, la herramienta de Inteligencia Artificial que suele hablar en este tipo de términos. Ahí lo dejo.

Todavía sin salir de mi asombro sobre lo que este señor sugería, llegó hasta mi vista el comunicado anónimo que una chica había enviado un día antes a la página de la periodista y escritora Cristina Fallarás. En este mensaje, la chica describe un patrón de conducta, puesto que luego otras afectadas por la subjetividad tóxica de este señor, explican más o menos lo mismo: que las llevaba a un hotel, las trataba de manera despótica y despreciativa, las forzaba a prácticas aberrantes contra su voluntad y, una vez consumado el tema, las echaba fuera de su vida y empezaba a hacerles gaslighting, que no sé por qué ha de escribirse en inglés lo que siempre se había llamado luz de gas, después de la magnífica película de Cukor en la que Charles Boyer le hacía eso a una angustiada y bellísima Ingrid Bergman.

Después, su ex novia Rita Maestre ha salido a la palestra para mostrar su estupor al constatar que esos comportamientos se produjeron durante el tiempo en que eran novios. Es decir, que el tipo se citaba en un hotel con alguna conocida eventual, se dedicaba a machacarla y luego volvía a casa a actuar como un novio perfecto. Doble personalidad de libro. La noticia apareció en Marca con un titular ciertamente portentoso: Errejón llevaba bastante tiempo sometiéndose a terapia para tratar su adicción al sexo y otras sustancias (sic). Si no se lo creen, pueden comprobarlo pinchando AQUÍ. Cojonudo, el sexo considerado como una sustancia.

Ya que estamos, la película de moda en estos momentos en todo el mundo se llama precisamente así: La sustancia (Coralie Fargeat, 2024). Yo la he visto y tiene un cierto interés, pero no deja de ser una película que empieza medio bien y sigue como un grand guiñol bastante yanqui o, si lo quieren ustedes en términos menos cultos, una auténtica astracanada, espasmódica, sangrienta, grasienta, asquerosa, con homenajes a diversas películas de terror, como Carrie, La Mosca o La Cosa. Yo les recomiendo ver antes La Infiltrada, por citar una película que me ha generado mucha más tensión y emotividad. La sustancia lo que provoca es la risa de las jovencitas a la vista del despliegue de sangre y vísceras desparramadas que se nos muestra.

Pero el titular del Marca hablaba por primera vez de adicción a sustancias y sólo le falta decir de cuál sustancia se habla. La cocaína es vox pópuli que es de uso corriente entre los políticos, porque sin ella es imposible resistir la presión del entorno 24 horas y siete días a la semana. Además un análisis toxicológico de las basuras en las alcantarillas de Londres, hace años reveló que donde más restos de coca había era en la City y en el entorno del parlamento. Parece claro que el amigo Errejón se dispensaba un tirito y se convertía de esta forma en el hombre lobo o el Mr. Hyde que luego perpetraba sus fechorías. Pero no nos equivoquemos. Ustedes y yo nos podemos dar un tirito y les puedo asegurar que no nos convertimos en depredadores sexuales. Para eso hay que tener, digamos, una patología de base, anclada en traumas de la infancia. La coca, administrada puntualmente, en cantidad discreta y en lapsus de varios meses, puede controlarse. Pero un errejónico es alguien incapaz de ejercer ese control.

Pero la cascada de testimonios contra el nuevo apestado sigue (y seguirá durante años). Dado el éxito de la primera denunciante anónima, la página de Fallarás en Instagram sigue registrando nuevas entradas. Los de Instagram se la intentaron cerrar y, ante el escándalo que se montó, se la han vuelto a habilitar. Así podemos leer ahora que el angelito este les desparramaba la coca por el culo a sus víctimas para esnifársela en tan noble localización. Aquí he de hacer una precisión. Lo malo de esto no es el tema en sí mismo, sino que el acosador forzara a la víctima a hacer algo que ella no quería─no quería, oiga. Porque el sexo sano es precisamente consensuar las prácticas que cada pareja es libre de elegir y no imponer nada a alguien a quien le incomoda la práctica en concreto de que se trate.

Conceptualmente, el asunto no es diferente al de los que se ponen nata montada sobre sus partes para que el partenaire se la coma sobre tan singular plato (si no han leído a Henry Miller, ni han visto El último tango en París, tal vez les suene todo esto a nuevo). Es decir, que lo impresentable de Errejón es que ejerciera la fuerza desde su posición preeminente como poderoso y famoso, para maltratar de palabra y obra a sus víctimas. Ya puestos, entiendo que la coca, que tiene un efecto anestésico instantáneo, no fuera lo más adecuado para unas membranas tan sensibles como las del culo; yo directamente probaría antes con la nata, que se puede comprar ya montada en el Alcampo y seguro que es menos agresiva para el ojete. En fin, voy a volver al tema de las alfombras, que en este blog a veces entran niños y no es cosa de seguir por la senda emprendida en esta larga digresión. Les diré que, nada más poner las alfombras, el bueno de Marchelino se instaló sobre ellas como un rey en su trono, como pueden comprobar en estas instantáneas que le tomé.










Este tipo de temas como el caso Errejón nos llevan a la conclusión de que nuestro mundo occidental está en plena decadencia; somos una sociedad enferma, algo que yo detecté claramente en mi paso reciente por los USA (por eso es altamente probable que gane de nuevo el señor Trump, una ruina para todos nosotros). Que sigamos yendo al cine y disfrutando de nuestros placeres cotidianos sin pensar en lo que está pasando en Gaza o en Ucrania, es insano. Por no hablar de que nos estamos cargando el planeta (y por eso la Tierra se defiende del virus que somos: a base de DANAs y otras calamidades, como la de ayer en Valencia, que va camino de superar el centenar de muertos). Y qué me dicen ustedes del hecho de que estemos usando móviles y coches eléctricos cuyas baterías se construyen con metales obtenidos en minas de África por mineros locales en condiciones de plena esclavitud. Y si no me creen, vean sólo dos imágenes como muestra. 



No les quiero crear malas conciencias, sino al contrario. A este respecto, viene como anillo al dedo el discurso de Joan Manuel Serrat, 80 años, al aceptar el premio Princesa de Asturias de las Artes. Al final, se viene arriba y se marca una canción, al parecer no prevista en el protocolo. Pero a mí lo que me interesa es el discurso, especialmente esa parte en la que dice que no le gusta este mundo en el que estamos viviendo estos últimos años. Que no le gusta un mundo en el que se cometen atrocidades y nadie puede hacer nada, ni la ONU, reducida a un foro que predica sus valores en el desierto ético de los Putin, Milei, Netanyahu o el gordo coreano, por citar sólo unos cuantos ejemplos (más Maduro, Ortega, Alí Jamenei y tantos más). Les voy a pedir que escuchen este discurso, si es que no lo conocen y, por supuesto, siempre que les apetezca perder diez minutos en su escucha.

Las imágenes que evidencian que estamos en un mundo enfermo son incontables. Yo les voy a mostrar hoy sólo tres, a título de ejemplo. Un atasco frente a un peaje o control en China, que supera ampliamente las colas de la frontera de Tijuana. Una vista aérea de la ciudad de Male, capital de Maldivas, que explica por qué las autoridades del país han decidido construir una nueva capital en un punto más alto, en previsión de que el calentamiento global lo inunde todo. Y por último, un edificio de lo que se puede considerar chabolismo vertical, en el centro de El Cairo.  



El discurso de Serrat incide en que este mundo no nos gusta a los septuagenarios como yo y similares. Pero no quiero que ustedes salgan de este post abrumados por este desastre y eso les impida seguir disfrutando de los placeres de este pequeño sector del mundo en el que vivimos como auténticos pachás, preocupados por temas insignificantes comparativamente, como el llamado caso Errejón (ahora nos queda asistir a su proceso de destrucción, del que no sé si va a salir con vida). A estos efectos, me parece muy recomendable la lectura del reciente artículo en La Voz de Galicia, del escritor y editor Eduardo Riestra, por cierto, hermano de una compañera mía funcionaria también recientemente jubilada. En la línea de Serrat, este señor proclama que no sólo no debemos renunciar al disfrute de nuestros placeres, sino que nuestro empeño en seguir haciéndolo es lo único que nos puede salvar del desastre colectivo y el desánimo por nuestra impotencia al contemplarlo desde nuestros sofás. Para leerlo han de pinchar AQUÍ. Y sean buenos, desde luego o, al menos, inténtenlo.