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viernes, 15 de noviembre de 2024

6. Increíble pero mentira

Terminaba yo el otro día con la recomendación de que leyeran el artículo de Eduardo Riestra en La Voz de Galicia. Esperaba que alguno de mis seguidores me regañara por esa proposición, pero nadie ha dicho esta boca es mía (los lectores de este blog se han reducido bastante por decisión mía, puesto que he eliminado a más o menos la mitad de los que recibían avisos de los textos del Road Runner Trip). La verdad es que la propuesta de este señor, acomodado editor que vive como un cura en La Coruña, era más o menos esta: todo es una mierda, el mundo está organizado de manera fatal y sobre la base de una injusticia y una desigualdad estructurales y crónicas, pero yo no puedo hacer nada, así que me pido unas nécoras y un centollo y disfruto de tales manjares sin la más mínima mala conciencia por los muertos de Gaza y los ahogados en el Mediterráneo.

No sé, a mí me parece que este razonamiento es bastante impresentable. El mundo está organizado de esa terrible manera que todos conocemos: de 8.000 millones de habitantes que tiene la Tierra, al menos 3.000 millones viven en chabolas, semichabolas o viviendas irregulares de autoconstrucción (dato de la ONU); el número de refugiados y desplazados crece continuamente y alcanza ya los 120 millones; en la guerra de Gaza, la cifra de muertos supera los 42.000 en apenas un año. Todo eso lo podemos ver cada día en los telediarios. Y lo vemos casi con indiferencia, nosotros que vivimos de forma cómoda en la parte de arriba de la tortilla mundial, lo que nos convierte colectivamente en unos miserables. En esas condiciones, ¿hacernos los locos, comernos un centollo y disfrutar como gorrinos, nos redime de ser unos miserables? Yo creo que no. El mundo se está yendo a la mierda y nosotros lo vemos comiendo palomitas cómodamente arrellanados en nuestros sofás.

Tomando unas cervezas el otro día por la Palomeras profunda, con mis amigos Henry Guitar y Críspulo, afinamos un poco más el concepto. Tal vez lo que quiere decir Eduardo Riestra es que no debemos amargarnos la vida echándonos sobre las espaldas las culpas de otros (los que gobiernan el mundo y toman las grandes decisiones). Tampoco vamos a ir ahora de héroes a nuestras edades. Pero nos queda una cosa: intentar hacer lo más correcto en el pequeño margen que nos deja el Sistema. Para mí, hacer lo correcto consiste en, ante cualquier alternativa, elegir la opción menos dañina para los demás, la que menos problemas cause, la que intente mediar en los problemas y evitar la crispación que nos lleva a la ira, que es la peor de nuestras consejeras. Si todo el mundo tratara de hacer las cosas así, la suma de todas esas actuaciones compondría una especie de dique de defensa de nuestro pequeño mundo, ahora mismo amenazado desde tantos ángulos.

Y en cuanto a lo de comerse un centollo, no seré yo quien lo desaconseje, pero tampoco viene mal conformarnos de vez en cuando con unos huevos fritos. Llegados a este punto, tal vez ustedes desconocen que, en el mundo anglosajón, no fríen los huevos como nosotros. A mi modo de ver, los desgracian, aunque esto es sólo una opinión personal. Si viajan ustedes por el ancho mundo, como yo acabo de hacer, comprobarán que no basta con pedir unos huevos fritos, para que nos traigan unos huevos fritos como Dios manda, es decir, como suelo yo cocinarlos. Para ello hay que coger una sartén pequeña, llenarla generosamente de aceite y calentarlo. Cuando ya está muy caliente, se echan los huevos con cuidado, se les va echando aceite por encima con la espumadera y se sacan enseguida, con la proverbial puntilla debida a la alta temperatura del aceite. Conviene también escurrirlos cuidadosamente con la espumadera, para que no salgan demasiado grasientos.

¿Y cómo los hacen los anglos? Pues, para empezar, utilizan una plancha sin aceite, o con apenas unas gotas. A partir de esto hay cuatro versiones. Sólo en la primera de las cuatro se fríen los huevos por un solo lado. El resultado son los sunny side up eggs (así han de pedirlos), es decir, literalmente: los huevos con el lado soleado hacia arriba. Estos son los que más se parecen a los nuestros. En las otras tres versiones, a los huevos les dan la vuelta con la espumadera para freírlos por los dos lados. Eso da lugar a los over easy eggs, en los que todavía puede mojarse un pan o una patata frita; los over medium eggs, que están ya semidesgraciados, y por último los over hard eggs, que se parecen peligrosamente a unos huevos cocidos. Si el restaurante al que han acudido ustedes es un poquito gourmet, pueden pedirse unos spanish fried eggs y tratarán de hacérselos de los buenos, sin demasiada garantía, pero incomparablemente mejores que los de los otros tipos.

Cosas como esta estudiamos y repasamos en las clases bisemanales de mi querido amigo Ed, que se esfuerza en mejorar nuestro nivel de inglés con ánimo siempre a punto. Por cierto, mi amigo Ed acaba de volver de unas merecidas vacaciones anuales, una parte de las cuales ha pasado en un viaje de quince días a un lugar perdido de la costa colombiana del Pacífico. Llegó allí tras volar a Medellín y entró en una especie de limbo sin WiFi en el que vivió feliz con la única compañía de la selva y el mar. A la vuelta, que hizo por Bucaramanga, se conectó de nuevo y se enteró de que en esos quince días el mundo se había acelerado y se había vuelto aún más loco. Primero el caso Errejón. Segundo la catástrofe de Valencia. Y tercero la otra catástrofe de la nueva elección de Trump. ¡Madre mía, qué mundo este que nos ha tocado! Un matiz más: además de intentar hacer todo el rato lo correcto, hemos de estar con los ojos bien abiertos, por lo que pueda venir, no sea que nos arrolle alguno de estos tsunamis. No dejen de tenerlo en cuenta.

Del caso Errejón ya se habló en el post precedente y no hay mucho más que añadir. Tal vez que convendría que no se confundieran las actitudes impresentables y deleznables de un señor, con la comisión de delitos tipificados en las leyes. Tocarle el culo a una señora en una fiesta no es algo muy de alabar, pero no se debe meter a nadie en la cárcel por eso. Y otra reflexión a cuento: cuando aparece un personaje o movimiento, digamos, a la izquierda de las tímidas propuestas socialdemócratas, el Sistema se revuelve contra ellos e intenta machacarlos (como a Pablo Iglesias o ahora mismo a Sánchez y su señora). Pero a veces no les hace falta hacer nada: ya se pegan ellos mismos tiros en los pies. Si el señor Errejón era un picha brava, un cocainómano y un violento, ¿podemos creer que en su círculo más inmediata nadie lo supiera? Y, de ser así, ¿cómo se les ocurre darle la portavocía de su grupo en el Congreso?

Lo de la Dana valenciana es bastante más tremendo, sobre todo por lo cerca que nos pilla. Esto pasa todo el tiempo en lugares como, no sé, Bangla Desh, por decir un país a menudo azotado por este tipo de calamidades. En tales casos, nosotros vemos el minutito escaso de información en el telediario y directamente pasamos a comernos el centollo o lo que nos hayamos preparado. A cuenta de esta catástrofe y su pésima gestión por el presidente de la Generalitat valenciana, me viene a la memoria un viejo chiste de los tebeos que yo solía leer de pequeño. Lo he buscado en la Wikipedia, no lo he encontrado, pero sigue firmemente anclado en mi memoria. El chiste pertenecía a una delirante página que hacía F. Ibáñez antes de parir a Mortadelo y Filemón. Se llamaba Increíble pero mentira y era una colección de noticias falsas compuestas por un dibujete y un mínimo comentario. Si quieren comprobar que no les miento, pinchen AQUÍ.

En el chiste del que les hablo, el texto rezaba: Lo que se reiría la gente de Gotaskaen, el hombre del tiempo que, un día antes de empezar el Diluvio Universal, pronosticó que aquello era algo leve y pasajero. En el dibujo se podía ver a unos cuantos señores vestidos con túnicas y resguardados bajo un tenderete. Uno de ellos sacaba una mano fuera para ver si llovía y el bocadillo del dibujo decía: Nada, esto son dos gotitas y enseguida escampa. Quién le iba a decir al bueno de F. Ibáñez que sesenta años más tarde aparecería en Valencia un ridículo y trágico epígono de aquel imaginario Gotaskaen, para decir más o menos lo mismo. El señor Mazón salió a las seis y pico de la tarde a decir oficialmente que lo peor ya había pasado. Yo he visto el vídeo antes de que lo intentaran borrar, cuando ya había salido hasta en el As. Pueden comprobarlo pinchando AQUÍ.

Después, Gotaskaen-Mazón estuvo diez días sin confesar qué estaba haciendo ese día hasta las seis de la tarde en que emergió desde la nada para emitir tan nefasto comunicado. A los diez días, acorralado por las evidencias, reveló que el día de autos había estado comiendo con una periodista en un reservado del restaurante El Ventorro, con instrucciones precisas a sus ayudantes de que no se le molestara por nada del mundo. Aclara que la comida era de trabajo, para ofrecerle a esta señora la dirección de la cadena pública de TV A punt. Pero, resulta que la chica es un bellezón, como pueden comprobar en la imagen de abajo. Y que Mazón está en plena edad del pavo (maduro), no como yo, que ya tengo 73. Si a mí me pillan en una historia semejante, dudo que nadie pensara mal de mí. Pero en este caso, uno no puede dejar de pensar que, durante una larga sobremesa hasta las seis de la tarde en un reservado y con orden de que no se les moleste ni por una dana, uno puede comerse muchas cosas. Porque, eso no lo han aclarado: qué fue lo que se comieron. Vean ya la imagen de la señora. 

A ver si va a salir por aquí alguna feminista que diga que estoy culpabilizando a esta señora estupenda de algo. Yo no la culpabilizo, sólo digo que es guapísima. Le culpabilizo a él por haberla cagado de forma tan estrepitosa y no dimitir abrumado por la vergüenza, sino intentar ocultar la verdad y seguir ahora adelante como si nada, negando la evidencia. Es esta una larga tradición en el PP, desde el atentado del 11M, sobre el que estuvieron hablando mierda dos años, hasta la muerte de los ancianos de las residencias madrileñas durante el peor momento del Covid. Pasando por el Yak 42, el Prestige y tantos otros episodios penosos. Por si lo han olvidado, lo primero que intentó el señor M. Rajoy fue remolcar el barco a aguas portuguesas. Nuestros vecinos tuvieron que movilizar a su Armada para espantar al barco de vuelta, como hago yo con Tarick Marcellino cuando amaga con subirse a la encimera de la cocina.

Pero estamos en un mundo en el que la desinformación y la mentira corren libres por las mal llamadas redes sociales. Y supongo que a sus oídos llegó en los primeros días de la catástrofe el rumor de que, además de los doscientos y pico muertos, había nada menos que 1.900 desaparecidos, y que el Gobierno del malvado Sánchez ocultaba este dato para no causar alarma. Ese bulo fue alimentado por pedorros como Iker Jiménez, a uno de cuyos reporteros lo filmaron desde un balcón particular arrodillándose para mancharse los pantalones de barro y darle más realismo a su crónica. Esto de la mentira premeditada y alevosa no es de ahora, siempre se han manipulado las informaciones de forma interesada y Goebbels fue el tipo que hizo de la desinformación un arte sofisticado. La gran Hannah Arendt hizo una reflexión precisa sobre esto, que no me resisto a reproducir.

Mentir constantemente no tiene como objetivo hacer que la gente se crea una mentira determinada, sino garantizar que ya nadie crea en nada. Un pueblo que ya no puede distinguir entre la verdad y la mentira, no puede distinguir entre el bien y el mal. Y un pueblo así, privado del poder de pensar y juzgar, está, sin saberlo ni haberlo querido, completamente sometido al imperio de la mentira. Con gente así puedes hacer lo que quieras.

Ciertamente espectacular. En fin, de la vuelta de Trump no tengo mucho que decir, era algo anunciado. Y abunda en mi teoría de que ciertos partidos o personajes no requieren que se les ataque o persiga: ellos solos se disparan en el pie. Qué otra cosa pensar de un partido como el Demócrata, que no es capaz de decirle al anciano Biden que no se presente, que está gagá, hasta que lo ven hacer el ridículo en un debate televisivo y, tarde mal y a rastras, improvisar una candidatura encabezada por una mujer y negra, en el país más racista y machista del mundo occidental (dejo fuera a los árabes). El resultado está a la vista: Trump controla el Congreso, el Senado y el Tribunal Supremo. Y podrá hacer ahora una serie de tropelías que en su primer mandato no hizo por novato y porque ni él mismo esperaba ganar. Van a ser cuatro años de calvario para nosotros los europeos. Y felices para Orban, Le Pene, Meloni, Abascal, Milei y tantos otros. Que nos pille confesados. Como hoy estamos de chistes y viñetas, aquí les añado uno de un semanario británico. Está en inglés, pero qué problema es ese para unos políglotas acreditados como ustedes, queridos lectores.

En medio de estos desastres, uno se recoge en su mundo privado y mete la cabeza en la tierra como el avestruz. Yo tengo un montón de cosas de las que ocuparme y estos quince días transcurridos desde mi anterior post no han sido una excepción. Como les conté, vinieron por Madrid mis consuegros italianos, a los que cedí mi cuarto y mi cama, para que se sintieran en un hotel de cinco estrellas y con la prima colazione compresa, porque cada día les hacía el desayuno. Les hice también de cicerone por el centro urbano, los llevé al Museo de Colecciones Reales, cenamos un día en La Cabaña Argentina, la mejor carne de Madrid, y otro en La Primera, restaurante cántabro de alta cocina en la Gran Vía. También fuimos a La Venencia y a la Casa de las Torrijas, dos antros que les encantaron. Y quien les hizo los mayores honores fue el bueno de Tarick Marcellino, al que calificaron como un vero fenómeno.

Tras su marcha, me acerqué un día a Chapinería, a visitar a mi amiga Ana, que desde hace lustros tiene un taller de fabricación de zapatillas para casa de piel de cordero que son perfectas. Yo llevo usando esas zapatillas desde que mis hijos eran pequeños. Por entonces, Ana bajaba cada año a los mercadillos navideños como el de Recoletos y yo compraba allí zapatillas para toda mi familia. En 2022 me contó que ya no bajaba a Madrid, por lo que tuve que ir hasta el pueblo a comprarme las que tengo ahora en uso y otras para mis hijos. Ahora quería otras dos para regalar y Ana me hizo saber que sólo le quedaban dos de las tallas que yo quería, porque va a cerrar el taller. Resulta que la finca ganadera donde compraba el cuero para sus productos ha dejado de venderlos y ella ya no puede continuar con el negocio, agobiado también por las nuevas leyes de protección animal.

Otra cosa que desaparece en este mundo que se va a la mierda. De la misma forma he recibido el hecho de que, antes de mi viaje yo veía libremente todas las películas del catálogo de Netflix y ahora me ponen anuncios por la mitad, como si las estuviera viendo en Antena 3. El Netflix me lo ofrecía gratis la plataforma Orange, en la que tengo el WiFi. En realidad no era gratis, como se imaginan, formaba parte de un paquete (con perdón). Es la mecánica habitual del capitalismo: te ofrecen algo en determinadas condiciones, para que te enganches y luego te van empeorando esas condiciones. Desde luego que no pienso pagar nada por seguir en Netflix. Prefiero hacerme socio de Filmin o de FlixOlé, que son más legales.

He tenido también un bolo extra inesperado. Después de tres años de no saber de él, me llamó de nuevo el arquitecto Enrique Ibáñez, otro de mis viejos contactos habituales, para requerir mi ayuda a la hora de enseñarles los PAUs del Sur (Ensanches de Vallecas y Carabanchel) a los técnicos de una promotora holandesa llamada VanWonen, que promueve bloques de pisos de todo tipo para privados y administraciones. Pasamos una tarde estupenda paseándolos por estos barrios a los que nos acercamos en Metro y luego en varios Uber. Para preparar mi aportación, tuve una larga conversación con un compañero todavía en activo con el que repasé mis datos y mis recuerdos. Los holandeses se quedaron sorprendidos de la calidad arquitectónica de algunos edificios, algo inhabitual en el sector de la vivienda social. Todos ellos corresponden a los años en que al frente de la Empresa Municipal de la Vivienda estaba Sigfrido Herráez, actual decano del COAM. Vean una selección de las fotos que hice por allí.



Por cierto, esta actividad fue también de pago, así que, con mi factura king size de los de la Fundación Konrad Adenauer (que ya me han pagado hasta el último euro), más mis tres conferencias coreanas y el viaje en avión a Paris en febrero para dar mi clase en el máster de Alain Sinou, el año no me ha salido mal del todo. Para cerrar el recuento de mis actividades en estos quince días, les contaré que el miércoles 6 de noviembre, me acerqué a la librería Tipos Infames, en la zona de Tribunal, para asistir a la inauguración de la exposición que conmemora los 25 años de vida de la editorial Páginas de Espuma, además de la presentación del último libro de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire. Páginas de Espuma es una editorial especializada en colecciones de cuentos y relatos, resultado del empeño y el trabajo de Juan Casamayor, hace unos años reconocido como el mejor editor de España.

Cuando yo hacía mis pinitos en este tema de los relatos y novelas cortas, conocí a Juan y, desde entonces siempre tenemos la misma conversación, en la que le planteo que si un día yo repasara y mejorara mis relatos tal vez podría enviárselos. Pero cada vez estoy más convencido de que jamás lo haré. Por lo demás, fue un acto grato, en el que departí, además de con Juan, con algunos autores contrastados, como Eloy Tizón, Carlos Castán y Valeria Correa, a cuyo cargo corrió la presentación del libro de Natalia. Me siento bien entre esta gente y me hace ilusión comprobar que me reconocen y tenemos cosas de que hablar y comentar.

Natalia tiene 33 años y es natural de Cuenca (Ecuador) donde escribió su primera novela Nuestra Piel Muerta, que leí en su momento y fue un éxito de crítica y ventas. Luego tiene una segunda novela que no conozco y este libro de cuentos que presentaba el otro día. Entre medias se ha venido a vivir a Madrid, donde es profesora de una escuela de literatura. Estuve con ella también un buen rato, para que me dedicara su libro. Y, como de costumbre, recalé después en la taberna de Ángel Sierra, en Chueca, para cerrar la noche con un vermú y un par de gildas. Abajo pueden ver a Natalia hablando de su libre, atentamente observada por Valeria Correa a su lado y Juan Casamayor en la primera fila.

Como ven, mi vida transcurre plácida entre mis múltiples y variadas ocupaciones, mientras el mundo se desmorona a mi alrededor. A veces me siento como los aristócratas de San Petersburgo que hacían cola bajo la nieve para ver el ballet Bolshoi y que no se inmutaban mientras a su lado pasaban los revolucionarios bolcheviques camino del Palacio de Invierno, que tomarían esa noche. Los de la cola estaban convencidos de que aquello no iba con ellos, que no les afectaría en su vida muelle de millonarios. Pero sí les afectó y mucho, como sabemos ustedes y yo.

Si vienen las vacas flacas y la situación nos arrolla, al menos podremos componer algunos blues, porque ya saben que para componer blues no se puede ser muy feliz, como yo lo soy ahora. Hoy ha ido el post de dibujos y viñetas, así que lo cerraremos así. Un tipo sentado en la calle pone su sombrero para que le echen monedas, con este mensaje: Ya no puedo tocar blues nunca más, he encontrado la felicidad, por favor ayúdenme. Pues eso, que se porten bien, que traten de elegir siempre la opción menos dañina para los demás y que intenten buscar la felicidad mientras no nos arrolle la situación.

2 comentarios:

  1. Hola Emilio muy de acuerdo en todo lo que comentas y ya veo que mejoras en agudeza e ingenio. Es un placer leerte así como ver todo lo que publicas. Muy buenas las viñetas. Quiero dejar constancia para animarte a que sigas escribiendo. A nadie nos viene mal que como a Tarik Marcelino nos acaricien un poco el lomo de vez en cuando. Y por supuesto si no podemos ser honrados por lo menos honraditos y estar siempre muy atentos a intentar hacer lo correcto en beneficio de todos y de todas por supuesto. Un abrazo.

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    1. Muchas gracias por tu comentario, querido Henry, feliz Navidad y a por el año que viene.

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