Regresado ya de la escapada a mis
orígenes coruñeses, me dispongo a relatarles las vicisitudes de este mi quinto
viaje del verano de 2025. En mi post anterior les hablé largo y tendido de
Noruega pero se me quedó en el tintero un tema con bastante presencia en la
cultura escandinava: me refiero a los trolls.
Se trata de unos personajes legendarios que habitaban en los bosques, por donde
se movían especialmente por las noches, porque la luz del sol les va mal. Son
una especie de duendes traviesos de distintos tamaños, que hacen toda clase de
perrerías a los humanos con los que se cruzan, con el único objetivo de divertirse
a su costa. En los tiempos actuales, los trolls
han devenido en una especie de trasgos benévolos cuyas estatuas satíricas y
grotescas se suelen situar en la puerta de las tiendas más típicas. Saben que me
gusta hacer el payaso, así que me fotografié con uno de estos amables
habitantes del bosque para dejar constancia para la posteridad, tal como pueden ver abajo.
Este tipo de personajes irreales y fantásticos suelen surgir en las regiones de bosque tupido, donde es más fácil asustarse y ver visiones nocturnas entre la bruma y la espesura. Igual que los trolls, las meigas gallegas, que haber haylas, proliferan en el imaginario de las gentes de campo de mi tierra, junto con La Santa Compaña y otras leyendas. Y las historias fantásticas se extienden también por Irlanda, Escocia o Bretaña, tierras de paisaje similar y con un rasgo común: la proximidad del Atlántico, ese océano que trae la lluvia y la humedad. Pero, entre mis viajes cuarto y quinto, hube de olvidarme de la humedad y las brisas atlánticas, para sufrir el horno de la Meseta Castellana, esa tremenda ola de calor que ha hecho brotar los incendios por muchas zonas de España. Desde hace unos días, parece que los incendios van remitiendo, a pesar de que apenas ha llovido, sólo por la llegada de esas masas de aire muy húmedo que nos ha vuelto a regalar el Atlántico.
Lo de los incendios ha sido
terrible y me ha afectado directamente, porque mi plan inicial era viajar en el
AVE a La Coruña. Tenía los billetes sacados hace bastante tiempo, para el día
16 de agosto, con vuelta el 21: los cinco días de ausencia de casa que me marca como máximo Tarick
Marcelino Martínez. El día 15 por la mañana, me acerqué a las taquillas de la
Estación de Atocha, donde había el revuelo y el caos que se pueden imaginar. Mi intención era anular
los billetes, pero para eso había que esperar más de una hora de cola. Una chica de
RENFE, que andaba por allí atendiendo a la gente de la cola, me explicó que, al tratarse
de una anulación por causa de fuerza mayor o desastre, los billetes se pueden
anular a posteriori (si es por un motivo personal de cualquier tipo, sólo pueden anularse antes). Ella me aconsejaba esperar un poco, para ver si el tema de los
incendios remitía. Así que me fui a casa.
Pero por la tarde, las noticias
eran alarmantes y algunos trenes que habían salido se veían detenidos en Zamora
y los viajeros trasladados en bus a Orense para seguir allí en otro tren. A la
vista de ello, me decidí a viajar en coche, así que volví a la estación y, tras la larga cola correspondiente, anulé ambos
billetes. Hice muy bien, porque el AVE a Galicia se cerró justo al día siguiente y permaneció cortado durante una semana entera, como quizá sepan por las noticias. El 16 por
la mañana cogí mi coche y enfilé la A6. Había mucho tráfico, por la Operación
Salida y por la anulación de las rutas en tren. Pero fui avanzando sin
demasiadas dificultades, hasta subir el Puerto del Manzanal. Nada más coronar el
puerto, al otro lado se veía una humareda muy negra y muy espesa. La gente
ponía las luces del coche como si fuera de noche y el paso por los diferentes
túneles era fantasmal. Pueblos como Ponferrada o Villafranca del Bierzo estaban bajo ese manto tenebroso. Y ese humo espeso duró hasta las proximidades de Lugo.
Después, la bruma típica de Galicia.
Como siempre, en Galicia mis
membranas se tonifican, la piel se sanea, el aparato respiratorio se lubrifica y me siento
realmente en casa. Además, duermo estupendamente por estar al nivel del mar. Así
que estos días pasados en mi hometown,
han sido realmente gratos. Mi primer objetivo era visitar a mi hermano Pepe y
encontrarme también con Alfred y Berto, ilustres seguidores de este blog y
amigos de los de verdad. Vayamos por partes. A mi hermano lo encontré bien,
dentro de sus patologías que no voy a revelar aquí. Mantiene el ánimo y está
arropado por su familia más próxima. Pero era evidente que se alegraba
mucho de verme. Por diversos motivos hacía un año que no aparecía por Coruña, desde
que en agosto de 2024 pasé unos días allí tras regresar de dar la vuelta al
mundo. Como de costumbre, nos hicimos unas cuantas fotos los hermanos y les
traigo aquí la que me parece más destacada.
No voy a hacerles un relato
cronológico de mi viaje, sino que me centraré en algunos de los hechos más destacados.
He de decir que encontré mi ciudad bien, adaptada a los tiempos modernos, con
las calles limpias y el tráfico ordenado y con la actividad callejera de costumbre.
El clima de estos días de entretiempo es ideal y todo el mundo sale a pasear,
llena las numerosas terrazas y acude también a los restaurantes, en donde se
ofrece comida de calidad. A este respecto, me sorprendió la falta de pescado en
los menús de los restaurantes; parece que está muy caro, lo mismo que el
marisco, y a cambio proliferan las ofertas carnívoras, sobre todo las
ofrecidas por chefs argentinos. Entre ellas es especialmente popular la picaña, en este caso de patente
brasileña, un trozo de la parte trasera de la vaca, que se saca a la mesa a
medio cocinar, para que cada uno vaya poniendo los cortes en una plancha muy
caliente para hacerlos a su gusto. Aun así, les muestro una bandeja de
volandeiras que me comí de entrante con Berto en una parrillada de las que
ahora abundan en la ciudad.
La volandeira es una variedad distinta de la zamburiña o la vieira, ambas ahora en veda según lo que me contaron, y estaban exquisitas. También cayó una ración de pulpo con Alfred, pero me llamó la atención la falta de pescado y marisco en la dieta de los coruñeses. Diríase que todo lo que se pesca en ambos sectores se transporta a Madrid en los camiones que llenan la carretera A6 a diario. Otra de las características del mundo moderno. Les contaré también que estuve alojado, como en ocasiones anteriores, en casa de mis sobrinos Javi y Vanesa, con la sorpresa de que esta última ha empezado a correr en serio. Esta vez venía yo con mi equipación de runner, con la intención de hacer un par de veces el recorrido del paseo marítimo, pero no sabía que podría correr acompañado, como sucedió uno de los dos días. Abajo tienen el testimonio de ese evento: pueden verme orgulloso, junto con una de mis sobrinas preferidas, después de hacernos unos seis kilómetros al ritmo cochinero que yo marqué y al que ella se adaptó ralentizando un poco su rutina habitual.
Estábamos aquí listos para
zamparnos unos pinchos de tortilla del bar La Campana, en la calle Torreiro,
entre los mejores que se pueden comer en Coruña, y, obviamente, a mí se me ve
mucho más cansado, que para algo tengo 74 años, mientras que ella aparece fresca
cual cogollo de Tudela. Pero sin duda otro de los hitos de este viaje fue mi
encuentro con Berto, con quien hacía años que no coincidía por diversas
circunstancias. Esta vez teníamos además el acicate de tomarnos algo a la salud
de nuestro común broder el Coronel
Groucho, recientemente desaparecido como se contó en el blog. Quedamos en la
Cervecería de la Estrella Galicia, un lugar mítico para el trío, con muchas
anécdotas a nuestras espaldas, desde los tiempos en que era una pequeña casa
con cuatro mesas y unas sillas en el jardín y la leyenda de que la cerveza les llegaba
directamente desde la vecina fábrica. Ahora es un edificio nuevo, donde se puede
comer bien a base de raciones y la cerveza sigue estando espectacular como
siempre.
Allí nos tomamos el aperitivo,
para caminar después a una parrillada a darnos un banquete en condiciones y
brindar por nuestro añorado amigo, donde quiera que esté. Como ya les he dicho,
comimos volandeiras y picaña, pero necesitábamos rematar
debidamente el banquete, así que nos sentamos de vuelta en una terraza vecina a
tomarnos un buen licor café. Y allí confraternizamos (por decirlo de alguna
manera) con dos chicas muy jóvenes y alegres, llenas de tatuajes por todos
lados excepto la cara, que nos entraron al trapo sin demasiadas objeciones y
nos hicieron recordar nuestros viejos tiempos de smooth operators con nuestro amigo el Coronel. Tal vez ustedes
desconozcan la letra de una vieja tonadilla muy popular en las tierras
gallegas, que les reproduzco a continuación
A miña casa non quero que veñas
Sempre me fodes nunca m’empreñas
Seica non podes, seica non sabes
Seica perdiches as habilidades
Pues está bien claro que tanto
Berto como yo no hemos perdido las habilidades de ligar un poco con unas
jóvenes de las que casi podíamos ser sus abuelos y a las que hicimos reír a
carcajadas. Les preguntamos el porqué de tanto tatuaje y nos contaron que ellas
van escribiendo una especie de diario de sus vidas, pero no en un cuaderno,
sino en su propia piel. Así nos mostraron algunos: este es un novio que tuve,
este es el plato que más le gustaba a mi abuelo, cosas así. Yo lo siento, pero
no comparto esa manía que han adoptado todos los chicos y chicas de una cierta
generación, a mí me parece que estas dos chicas se habían desgraciado la imagen
para siempre y algún día se arrepentirán, porque un tatuaje es algo muy difícil de
eliminar y la piel es uno de nuestros tesoros más preciados, que debemos cuidar
mejor. Una de las cosas por las que adoro a Samantha Fish es porque no se hace
tatuajes. Pero, en fin, después de nuestro grato encuentro nos hicimos el selfie para la posteridad, que ven abajo.
Ahí nos tienen, dos abuelos
resultones en buen estado. Me viene a la memoria otra vieja estrofa, creo que
de Campoamor: las hijas de las mujeres que amé tanto/me besan ya como se besa a
un santo. Pero mis aventuras coruñesas no terminan aquí. Porque con Alfred y
con mi hermano recorrimos muchos de los rincones por los que pasea la gente en
Coruña. Como la nueva explanada frente a la fachada más conocida de la ciudad, la
de las famosas galerías. Por el terreno recuperado al mar corren los jóvenes, o
patinan, o van en bici; la gente saca a sus perros a pasear, las parejas
veteranas pasean de la mano, algunos músicos callejeros desgranan su repertorio
y han aparecido nuevos bares con terraza, como el Camarote, la terraza del Real
Club Náutico RCNC, o el bar restaurante Casa Alejandro. Abajo una foto del trío.
Es de justicia señalar que tanto mi cuñada como la señora de Alfred nos acompañaron en algunas de nuestras aventuras, pero no les he pedido permiso para publicar sus fotos y desconozco si les hace gracia la idea de aparecer en una tribuna de publicación libre. Pero he dejado para el final mi visita al Centro MOP, el espacio artístico organizado por la Fundación Marta Ortega Pérez en unas naves abandonadas del antiguo puerto de La Coruña. En este lugar, abierto en 2022, se han organizado unas exposiciones de fotografía, que han puesto a la ciudad en el primer lugar de la vanguardia artística mundial. Yo había visto ya dos exposiciones monográficas dedicadas a los fotógrafos Steven Meysel y Helmut Newton, ambas excelentes, como se dio cuenta en el blog, y visité el lugar por tercera vez, para ver la actual de David Bailey. Me acompañó el bueno de Alfred, aunque ya había visto esta expo en más de una ocasión. Y me hizo algunas fotos junto a imágenes de la exposición que él mismo seleccionó. Por ejemplo, esta junto al retrato de mi admirado David Bowie.
David Bailey, que vive todavía
(tiene 87 años), fue el fotógrafo que retrato el Londres de la moda, las flores
y el rock and roll de los sesenta y setenta. Son icónicas las portadas de
discos de los Stones y otros, que diseñó y ejecutó con maestría, lo que le
llevó a trabajar para el Elle, el Vogue o el Harper’s Bazar y a ser una
auténtica estrella del mundillo. Se dice que el personaje protagonista de Blow
Up está inspirado en su figura y todas las modelos de la época buscaban antes o
después su objetivo para promocionar sus carreras. Veamos aquí un par de
imágenes más de esta exposición magnífica, que sigue una línea muy nítida con
las otras dos que he visto en el MOP, un lugar donde se entra gratis y donde la
alta burguesía coruñesa contempla sin inmutarse los desnudos y otras imágenes
que antes hubieran causado su escándalo.
Una imagen más de la muestra. Alrededor de una foto de mayor tamaño de la gran Patti Smith, podemos reconocer los rostros de Miles Davies, Elton John o Fred Astaire por el lado de la izquierda, así como los Stones o John Lennon con Yoko Ono por la derecha.
En fin, una estancia muy grata
para renovar amistades y referencias. La Coruña se parece poco a la ciudad de
mi infancia, de la que yo salí escopetado para no volver nunca, salvo estas
visitas bastante espaciadas. Ahora es una ciudad cosmopolita, con centros
comerciales con las mismas tiendas que los de todo el mundo, con el MOP como
seña de identidad artística y con una agenda cultural puesta al día, lo que se
compagina con la presencia permanente del mar, el aire húmedo, la lluvia también
omnipresente y el deambular de sus gentes por las calles siempre abarrotadas,
coloristas y bulliciosas. Ahora mismo es casi más grato vivir en ciudades como esta,
de tamaño medio, que en urbes mastodónticas como este Madrid malgobernado por
el Topillo y la señora Ayuso y machacado por las olas de calor.
Paradójicamente, tal vez sea más fácil encontrar unos buenos percebes en Madrid
que en La Coruña, donde todo el mundo se ha pasado a la picaña y las
parrilladas. Cosas del mundo moderno.
Pero entre estas circunstancias volátiles en permanente transformación, siempre queda la amistad y los viejos recuerdos. Berto y yo somos
amigos desde hace más de 50 años y eso pervive para siempre. Les voy a dejar
con otro ejemplo de amistad eterna: la del gran Bruce Springsteen (75 años) y
su guitarrista Steve van Zandt, también conocido como Little Steven (74). Ambos
se conocieron casi de críos, eran dos chavales del barrio de Ashbury Park, en
New Jersey, que soñaban con hacer una carrera en el rock. 50 años más tarde,
ambos conservan la relación y ese punto un poco ingenuo y gamberro de sus
orígenes. Con motivo del reciente cumpleaños de Steve, el Boss quiso gastarle
una broma y se presentó en su casa disfrazado con el uniforme de una cercana
pizzería, para traerle una pizza de regalo. Steve salió a la ventana muy enfadado
gritando: Yo no he pedido ninguna pizza,
hasta que reconoció a su amigo y se hizo unas fotos con él. Para ver el
reportaje sobre esta broma, han de pinchar AQUÍ.
Ya ven que al Boss, como a mí, también le gusta hacer el payaso y dejar constancia para la posteridad. Poco más que añadirles. Que el día 21 esperé a las 10.00 para recoger una de las excelentes empanadas de la panadería Alameda que había encargado el día anterior. Que con ella me subí al coche y emprendí la marcha de regreso. Que esta vez apenas había humo, a pesar de que los incendios no se han apagado del todo y ahora dan combustible a la cansina disputa de los partidos. Y que aquí estamos de nuevo listos para empezar otro año lectivo que espero que sea bueno para todos ustedes. Así que, una vez más, sean buenos. Chao.
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