Sí señores/as. España está
ardiendo por los cuatro costados y esperemos que pronto se pueda controlar el
tema y empezar a evaluar daños. Admitamos que algunos de los incendios puedan
haber sido provocados adrede: al fin y al cabo, hay gente que roba cable de los
tendidos ferroviarios, destroza papeleras, enmierda las calles con grafittis
sin ningún objetivo estético, sólo por joder, por no hablar de los que dedican
su tiempo a insultar en las redes sociales, o votan a Vox y a
SeAcabóLaPutaFiesta. Si el personal es capaz de semejantes aberraciones,
también puede sacar un mechero y prender fuego al monte. Pero, salvo algunos
casos aislados, España ha roto a arder por los cuatro costados por una sola
causa: el calor insoportable que estamos sufriendo este verano, del que yo me
he librado escapándome sucesivamente a la Borgoña, Béjar, París y Noruega, a
falta de la última escapada a mi querida Coruña, de la que ya volveré a un
Madrid algo más refrescado, espero.
Por cierto, ya está tardando el
señor Fake-jo-oh en salir a la
palestra a decir que la culpa de los incendios nacionales es de Sánchez y, ya de paso, culpabilizarle también de los de Portugal, Albania, Montenegro y Grecia y viajar
corriendo a Bruselas a denunciar lo mal que estamos en España y en Europa gracias a este señor, cuyas
actuaciones son perversas antes de que las emprenda, como la purga de Benito:
si Sánchez promueve cualquier iniciativa, ya es intrínsecamente mala antes de que
podamos evaluar sus resultados, sólo porque la patrocina él. ¿Creen que exagero? Sí, un poco, desde
luego. Pero no descarten que Fake-jo-oh
rescate esa cantinela a cuento de los incendios. Con ello no superaría sus
marcas de deslealtad, felonía y comportamiento antideportivo; sólo las
igualaría. Ya lo hizo con la pandemia, el volcán de La Palma, la Filomena,
el apagón y tantas otras calamidades. Y, cada vez que va de acuseta a Bruselas,
se topa con la indiferencia de las autoridades de la Unión, al mando de la señora von der Leyen, visiblemente enamorada de Sánchez, como evidencia el
hecho de que, aunque parezca mentira, se pone colorada cuando la mira.
¿Y qué hace la señora Ayuso al
respecto? Nada. Ella sigue de viaje con su ínclito novio, disfrutando de las
delicias de Miami que, salvando las distancias, ha de ser una especie de
Benidorm recrecido, cuajado de cubanos huidos de la isla (gusanos los llamaba
Fidel) y con un calor húmedo insoportable, como pueden ustedes verificar revisando
la estupenda película Fuego en el Cuerpo,
en la que el calor era el protagonista central. Que alguien de nuestra querida
piel de toro escoja Miami para veranear en agosto, dice bastante del
personaje; anda que no hay sitios más agradables sin salir de nuestro país. La
Comunidad de Madrid arde a todo trapo, pero esta señora no va a interrumpir sus
vacaciones doradas de nueva rica. La señora Botella tampoco dejó de disfrutar
del fin de semana en Lisboa que tenía planificado con su señor marido, mientras
el Madrid Arena explotaba de gente y cinco chicas morían en el desastre. Pero
nada impide las vacaciones de estos personajes, carne de memes como el que ven
abajo.
A los dos les gusta la fruta. ¿Y qué hace el tercero en discordia, nuestro no menos ínclito Topillo? Pues nada tampoco. Seguir disfrutando del permiso de paternidad expandido (como el poliestireno y otras sustancias químicas), al que tiene derecho gracias a una ley comunista, bolivariana y bananera impuesta por Sánchez a pesar de los votos en contra del PPVox (y no recuerdo si también de Junts, partido que ya ni se molesta en disimular su condición de ultraderecha). Y sus funcionarios están bien aleccionados: a la menor contrariedad, a cerrar el Retiro. ¿Que hay un incendio en Tres Cantos, a unos cuantos kilómetros de distancia? Nada: a cerrar corriendo el Retiro. Es la única ciudad del mundo que cierra los parques por el calor y la historia pondrá a este caballero en su sitio, el día que la lógica se imponga. Mientras tanto: ¿que tiene usted un calor que no le deja casi ni vivir? Pues tranquilo: hemos cerrado los parques por su propia seguridad, pero puede usted refrescarse acudiendo a la Puerta del Sol a refugiarse un rato bajo los toldillos del Topillo.
Pero volvamos al fuego y a los
incendios. El calor que ha estado haciendo estos días es un indicativo claro de
que el clima está cambiando. Yo no recuerdo calores como este de manera tan
persistente. El verano de 2022 ya fue terrible para mí, que hasta entonces me
organizaba para quedarme en Madrid en agosto. El de 2023 no me pareció tan
tremendo, tal vez porque uno se va acostumbrando a estas cosas. El de 2024 me
pilló en parte viajando por el mundo, así que tampoco lo recuerdo muy malo. Y,
por último, este. En previsión de lo que venía ya saben que me he organizado
cinco viajes. Pero el ínterin entre el cuarto y el quinto me ha pillado de
lleno. Yo volví de Noruega el viernes 8 de agosto por la tarde/noche. Me
acercaron en coche a casa, subí, abrí las ventanas para ventilar un poco, deshice la maleta y atendí a Tarick Marcellino, que estaba muy enfadado de que le
hubiera dejado solo tanto tiempo.
Ordené aquí y allá, cerré todo de nuevo,
conecté el aire acondicionado y, sólo entonces, constaté que no tenía nada para
cenar. Así que decidí bajar al restaurante asiático Jinode, a comprarme un buen surtido de sushis, para tomármelos en casa con una Estrella Galicia
helada. El restaurante está a 200 metros de casa, eran más de las once de la noche y
hacía ya bastantes horas que el sol se había puesto. Pues casi no llego a mi destino. Aquello era como atravesar una sauna al máximo de temperatura. Y
yo estaba aclimatado a los quince graditos de media que hacía en Noruega. A medio camino,
me tuve que parar, porque me estaba mareando. Llegué al restaurante medio atontado, me senté y les
pedí un vaso de agua gigante. Una locura. Nos estamos asando vivos y esto de los
incendios viene de ahí. Y la sociedad mundial no va a hacer nada para revertir
el calentamiento producido por el uso generalizado de los combustibles fósiles.
Ya podemos irnos adaptando, que el mundo va a hacer con esto lo mismo que con el
horror de Gaza: mirar para otro lado.
Pero los incendios del sur de
Europa no son el único efecto del cambio climático, ni siquiera el más grave.
El nivel de los océanos está subiendo ostensiblemente y hay ciudades y países
en riesgo de desaparecer, como Venecia. Un caso crítico es el de Maldivas, ese paraíso
turístico a donde se van los ricachones a casarse o a pasar la luna de miel. La
capital de Maldivas se llama Male y existe un riesgo cierto de que desaparezca sumergida en el océano en
unas cuantas décadas. Esta ciudad alberga actualmente unos 270.000 habitantes y
tiene el aspecto que muestran estas vistas aéreas.
Bien, pues el gobierno de
Maldivas, estado musulmán, pragmático y relativamente moderno, hace años que ha llegado a la
conclusión de que Male se va a hundir. Y se ha aprestado a planificar y
construir una nueva capital, inmune al crecimiento de los océanos, es decir,
flotante. La construcción está en marcha y está previsto que todos los
organismos administrativos se hayan trasladado a su nueva localización a
finales de 2027. Los habitantes tendrán un proceso más gradual para realojarse,
en función del desarrollo del proyecto y la presión del crecimiento del mar. Abajo pueden ver un render de la nueva capital, cuyo diseño
parece haber agotado la imaginación de sus autores, a quienes no les ha quedado
ni un gramo a la hora de ponerle nombre: se llamará Maldives Floating City.
Pero Maldivas no es el único
estado amenazado por la subida del mar. Peor es la situación de algunos pequeños
estados de la Polinesia, como Kiribati o Tuvalu. Kiribati es una isla alargada
donde viven 135.000 habitantes, famosa porque la línea de cambio horario le
pasa exactamente por el centro, como les conté en uno de los posts más vistosos
de The Road Runner Trip, lo que permite que algunos de los lugareños se
levanten de la cama en una fecha determinada y se vayan a desayunar al día
anterior, y que otros se acerquen a cenar con unos amigos el día siguiente.
Pues el gobierno de Kiribati, viendo que su país está en trance de desaparecer,
ha comprado tierras en el cercano archipiélago de Fiji, para tener un lugar en
donde sus habitantes se puedan instalar y seguir viviendo. En el caso de Tuvalu,
que no llega ni a los 10.000 habitantes, al Ministro de Asuntos Exteriores le
ha dado por explotar la vena histriónica para lanzar un dramático mensaje al
mundo. Véanlo.
En la foto que aparece en la
máscara del vídeo, pueden ver la coña que se traía el tipo junto con los
técnicos que iban a grabar este vídeo tan tremendo. Y, por cierto: Australia se
ha ofrecido a brindar al pueblo de Tuvalu unos terrenos para que se instalen;
total a ellos lo que les sobra es suelo. En fin, ya saben que a mí me gusta
mucho la geografía, era mi asignatura favorita en la escuela y por eso me apasiona
también el urbanismo. Y ese es el motivo por el que he disfrutado mucho de mi
reciente viaje a Noruega, del que les cuento algunas cosas. Como les dije, es
la primera vez que hago uso de las ofertas del INSERSO y la CAM de viajes en
grupo para mayores. A mí me gusta más viajar por mis propios medios, pero esta
es una experiencia que no viene mal conocer, porque a medio plazo tal vez ya no
pueda uno viajar de otra manera.
En la T4 nos reunimos unos 40
viajeros, todos de una cierta edad, salvo algún jovenzano que acompañaba a sus
padres. El personal que acude a estas llamadas es bastante homogéneo. En
general gente bastante simple, sin grandes inquietudes culturales y que
encuentran en este tipo de viajes la forma de sentirse un poco importantes.
Comerciantes, empleados de banca, chupatintas de bufete de abogados y cosas por
el estilo. Su principal tema de conversación son precisamente estos viajes: ¿te
acuerdas cuando subimos al Machu Pichu, o al glaciar del Perito Moreno? ¡Qué
bien que lo pasamos! En aras de ese objetivo, se tragan sin rechistar que los
acarreen por las ciudades como borregos y les cuente un guía local cualquier
historieta. Y trayectos en bus de tres horas que, en el caso de Noruega les
llevan por un paisaje de bosques de coníferas gigantes, tan homogéneo como ellos.
Yo no llegué a confraternizar
mucho con nadie y ellos rápidamente captaron que mi chica y yo éramos
diferentes y respetaron esa circunstancia. Lo que sí he de reconocer es que eran
tranquilos, educados y poco conflictivos o ruidosos. A veces coincidíamos en
los lugares más turísticos con otros grupos de españoles que, nada más bajar
del autobús, montaban un pollo descomunal, sazonado con grandes carcajadas. Con
quien sí hicimos amistad es con el guía que nos acompañó desde Madrid, un
asturiano socarrón y rockero, que tenía en la cabeza una auténtica
enciclopedia. Y cada vez que salíamos en el bus después de comer, cogía el
micrófono y empezaba a largar su retahíla, con una voz monocorde que lograba el
mismo efecto que los documentales de animalitos de La2 o las etapas del Tour de
Francia.
Dicho esto, nosotros nos
aliviamos de dos de las excursiones optativas y eso nos permitió callejear a
nuestra bola un par de tardes, una por Oslo y otra por Stavanger, la llamada
capital del petróleo. De los paisajes poco les puedo contar. Ya saben que a mí
me gustan más las ciudades, pero reconozco que Noruega es un país con un
relieve endiablado, donde llueve o nieva todo el rato, lo que hace que esas
escarpadas montañas estén tapizadas de bosques de arbolado gigantesco, de una belleza innegable. Y en
cuanto a los famosos fiordos, son preciosos, pero no le van a la zaga a las
mayores rías de Galicia. En ese país semicongelado buena parte del año y donde
en el solsticio de invierno llega a no salir el sol, viven unos cinco millones
de noruegos, menos que la población de la Comunidad de Madrid. La mayor parte
de esa gente vive en las cinco mayores ciudades, de las cuales visitamos Oslo,
Bergen y Stavanger.
Yo había estado en Oslo con motivo de la entrega de premios de Reinventing Cities, en mayo de 2019, unos días antes de que la señora Carmena perdiera la alcaldía. Y es una ciudad interesante, no tan bonita como Estocolmo o Copenhague, pero con varios edificios de visita obligada. La Ópera, que entonces estaba recién inaugurada, con su techo inclinado visitable, de mármol de Carrara, por donde pasea continuamente una multitud. Y el Museo Munch, obra del arquitecto español Juan Herreros, que en 2019 estaba aún en construcción. También el Ayuntamiento, donde cada año se entrega el premio Nobel de la Paz por expreso deseo de Alfred Nobel que era sueco y estableció que los otros cinco se entreguen en Estocolmo. Pueden encontrar fotos de estos edificios en Internet, pero yo les muestro algunas que saqué. Empiezo por un paisaje onírico del techo de la Òpera, con los paseantes bajo la lluvia.
Aquí una performance de activistas de ANONYMUS sobre el mismo techo de mármol.
El Museo Munch visto desde el techo de la Ópera.
Y aquí el menda, feliz con el Ayuntamiento de Oslo al fondo.
Entre las cosas que vimos en Oslo, quiero destacarles otras dos. En primer lugar, el Parque Vigeland, que es una preciosidad. Ya lo había visitado yo en 2019, como se consignó en mi blog, pero es algo que siempre merece la pena repetir. Gustav Vigeland fue un escultor noruego de la primera mitad del siglo XX. Era bastante clásico en su continua representación de cuerpos humanos, a la manera de Rodin, cuando ya la escultura había empezado a transitar por vías de mayor abstracción. Cuando los nazis invadieron Noruega, declararon no gratos a la mayoría de sus artistas, cuyo trabajo prohibieron, pero no a Vigeland, significativamente, aunque éste nunca fue nazi. Pero esa etiqueta ha pesado sobre su obra, que apenas se estudia en las Historias del Arte, fuera de Noruega. El Ayuntamiento de Noruega le cedió el terreno para el parque, que él mismo diseñó y que, en mi opinión es espectacular. Vean unas imágenes.
Otra visita que les recomiendo,
si es que algún día les da por visitar Oslo es la Biblioteca Pública Deichman
Bjorvika, justo enfrente de la Ópera. No es un edificio muy vistoso por fuera,
pero el interior es extraordinario. En un país que se pasa parte del año con
temperaturas bajo cero, esta biblioteca es realmente un centro social con
actividades para todas las edades. Allí te encuentras gente comiendo bocatas en
los sofás, jugando al ajedrez o las cartas, con toda clase de juegos de niños,
descalzados y con los pies sobre la mesa o directamente durmiendo. No hay
silencio, todo el mundo habla en alto, nadie se estorba y la gente parece feliz.
Los espacios, en los que hay multitud de estanterías con libros que se pueden
coger libremente, se organizan en torno a un gran vacío central por el que
suben y bajan escaleras mecánicas, uniendo todos los niveles. Saqué varias
fotos que les muestro, así como un vídeo del sistema automático de
clasificación de los libros que se van devolviendo o se dejan por allí. En el vídeo pueden escuchar el guirigay que hay en la biblioteca, tan diferente de las españolas, donde cada vez que hablas un poco alto, te chistan para que te calles.
En cualquier viaje a Noruega, no
deben ustedes dejar de visitar Bergen y Stavanger, dos ciudades muy bonitas de
tamaño medio, con numerosos atractivos, cuyas imágenes se encuentran en
Internet. El Barrio Hanseático de Bergen, Patrimonio de la Humanidad, es una
maravilla. Recorrimos también el muy conocido Canal del Telemark, donde han
de atravesarse diversas esclusas y que fue escenario de una batalla en la
Segunda Guerra Mundial, inmortalizada en diversas películas. Los noruegos, en
general, son gente fría, poco empática, influidos por el clima y por el sello
protestante-calvinista-puritano. Además, carecen de recursos para salvar
situaciones imprevistas: si sucede algo fuera de lo normal, se paran y esperan
a que venga alguien a solucionarlo. En situaciones así, los latinos tiramos de
imaginación y atajamos o improvisamos de cualquier manera. Imagino que no es un
lugar muy atractivo para vivir, entre el clima y lo siesos que son los
noruegos. Además, este era un país de granjeros y paletos hasta que encontraron
petróleo en los años sesenta. Después se convirtieron en nuevos ricos, que no
se han terminado de quitar el pelo de la dehesa, ustedes me entienden.
En Noruega, no se les ocurra
cruzar una calle fuera de los pasos de cebra marcados en el pavimento, o con el
semáforo en rojo. Le mirará a usted todo el mundo con escándalo y un punto de
condescendencia: estos latinos… La gastronomía no es muy exquisita: salmón,
salmón y salmón. Y arenque, conservado de mil formas. Comen mejor que los
británicos y los holandeses, desde luego, pero nada como España, Italia,
Grecia, Francia o Japón, mis países favoritos en cuestiones gastronómicas. En
fin, he dejado para el final lo que más me ha impresionado en este viaje, por
el que merece la pena hacerles una visita a los noruegos, algo de cuya
existencia no tenía ni idea. Hablo de las stavkirken, pronúnciese
estav-kirchen, que significa iglesias de madera. Resulta que los vikingos,
tradicionalmente paganos, en el siglo XII habían ya empezado a convertirse al
catolicismo. Y se pusieron a construir iglesias, con el sistema constructivo
que dominaban: en madera.
Llegó a haber más de 2000 de
estas iglesias, pero la mayoría fueron demolidas en la Edad Media y sustituidas por otras de
piedra y sistemas constructivos más modernos. Actualmente quedan 28 de estas
iglesias en Noruega, y otras dos fuera: una en Suecia y otra en Polonia,
construidas por noruegos exilados. Las iglesias se edifican sobre una solera
alta de piedra no enterrada, sobre la que se plantan cuatro largueros de pino
que se acodalan por arriba con vigas maestras Luego se van colocando las
piezas, machiembradas y sin clavos metálicos, únicamente con cuñas de la misma
madera que rigidizan el conjunto. El edificio se embrea por fuera, si bien en las zonas donde le da más el sol, la brea se pierde y la madera recupera su color. En el siglo XII no se había producido la Reforma
de Lutero, que generó las iglesias protestantes, sosas y sin apenas decoración.
Estas iglesias son una preciosidad y nosotros visitamos dos: la de Reinli y la de
Heddal. La más visitada, la de Borgund, estaba petada y no conseguimos boletos
para verla, aunque pasamos cerca. Les muestro unas imágenes, primero de la iglesia de Reinli.
Y ahora las de la iglesia de Heddal, las más grande de todas.
Una maravilla. No puedo dejar de
establecer un paralelismo estético con los templos maoríes de Nueva Zelanda,
también de madera y también recargados de imágenes y figuras, con un similar
primitivismo y un trabajo extraordinario sobre la madera. Los vikingos eran un
pueblo guerrero, que se pasaba el tiempo peleando entre las diferentes ramas,
como los reinos de taifas en España. La cosa terminó con la legendaria batalla
de Hörungavagr, en la que Harald Cabellos
Bonitos derrotó a todos sus enemigos y se convirtió en Harald I, el primer
rey de Noruega. Sucedió eso a finales del siglo X. Harald era ya cristiano. Sus
enemigos paganos debieron volver a Dinamarca en unos casos, o exiliarse a
Suecia o Polonia en otros. Y una pequeña partida logró llegar a Islandia, hasta
entonces una isla deshabitada. Allí se implantaron y dieron lugar al nuevo
país. En el lugar de la batalla, tres espadas vikingas gigantes de diez metros de altura componen un
memorial que es también un lugar de obligada visita en Noruega.
Esto es lo que les puedo contar de mi viaje. A la vuelta, calor y más calor y, de pronto, terribles incendios. Mañana o pasado, se reunirán en Alaska Donald Cabellos Bonitos y su antagonista el zar de todas las Rusias. Miedo me da lo que puedan acordar esos dos. Confío en que de aquí al sábado se restablezca el servicio ferroviario entre Madrid y Galicia, porque yo tengo un billete para salir de Chamartín a las once de la mañana. Deséenme suerte. Y no se quejen del calor, que esto está ya vencido, los días han acortado y la semana que viene se empezará a estar mejor. Con permiso de los malditos incendios.