Sí, créanselo, más adelante
llegaremos a esa afirmación científica cierta, que ya sé que ustedes tienen
curiosidad por escuchar algo de la boda de mi hijo en París y compartir alguna
imagen. Empecemos pues por el objeto de su curiosidad. La boda de Kike y
Clarice fue magnífica, empezó con una ceremonia civil impartida por un
funcionario de la Alcaldía del Distrito X, en plena Rue du Faubourg de Saint
Martin, un edificio estupendo, como todos los que expresan la magnificencia del
poder secular surgido de la Revolución Francesa, que en todas las grandes
ciudades del país intenta competir con los majestuosos edificios de la
Iglesia. Imbuido por ese espíritu y el aura del lugar, el funcionario se vino
arriba y pronunció un discurso vibrante en francés en el que hizo una loa de lo especial que es el poder civil en Francia y conminó a los novios a formar una familia
basada en el respeto y la cohesión secular, a la altura de lo que quiere el
Estado Francés.
He de aclararles que todo el
programa fue diseñado por la pareja, bajo la premisa de organizar unos festejos
juveniles a los que invitaron a sus principales amigos, españoles e italianos,
y en los que había, a título de excepción, unos cuantos adultos y vejestorios (esto
último lo digo por mí) para los que sobraban los dedos de dos manos a la hora
de contarlos: yo, el padre, con mi pareja, la madre y dos amigas nuestras que
recientemente han perdido a sus maridos, mis mejores amigos tal como se contó
en el blog. Esto por la parte española. Por la italiana, solamente los padres
de la novia, mis queridos consuoceri. Siete mayores, o idosos, en total. Esto
excluyó a los numerosísimos primos de ambas partes, y redujo el número de
invitados a unos setenta. Ya tendrán tiempo estos parientes de disfrutar de la
compañía del nuevo matrimonio en ocasiones futuras. Tengo algunas fotos que les
quiero mostrar. Empecemos por una del feliz novio, esperando a la puerta de la Alcaldía.
Bueno, con esto ya tienen bastante
información gráfica. Los festejos continuaron después de la ceremonia y se
completaron al día siguiente en el Puebla
Pavillion, un chiringuito dentro del parque Buttes-Chaumont, en el barrio de Belleville, en donde la parte
española aportó jamón de bellota en abundancia y la italiana un queso parmigiano entero, con la
correspondiente cuchilla para ir sacando porciones comestibles sin cortarlo a
cuchillo, mientras que el bar aportó baos
chinos, tacos mexicanos y otras delicatesen, además de cerveza y una selección
de vinos elegida por mi hijo que es un enólogo reputado, con título y todo. La cosa duró hasta las dos de la mañana y la parte joven la siguió luego en una disco cercana. De
todo ello se sacaron innumerables fotos, pero esta no es una página de
cotilleos, o de ecos de sociedad, sino un blog en el que normalmente se habla de otras cosas. Sólo decirles que fueron unos festejos muy gratos en los que la gente se lo
pasó muy bien y todo salió a la perfección.
Como les conté, mi chica y yo nos
alojamos dos noches en la casa parisina de mi amigo Alain Sinou, de quien tengo
algo más que contar. En mi primer viaje de este verano, por París y la Borgoña,
Alain me cedió la conducción de su coche y resulta que, un mes después, le han
llegado dos multas por rebasar muy ligeramente los límites de velocidad en
algunos tramos o cruces de pueblos. Lo lamento mucho, pero yo conduzco de la
misma forma en España y acabo de pasarme dos años sin que me pongan una sola
multa, lo que me ha permitido recuperar tres de los cuatro puntos que me quitó un
cabrón de agente de movilidad (el cuerpo creado por el Topillo, que no sirve
para mucho más que dar por culo al ciudadano).
Es obvio que las cosas funcionan
de otra manera en Francia y por eso las multas. En ambos casos era por circular
a 75 en una zona limitada a 70 y a 45 en otra limitada a 30. En España no te
multan por eso. En Francia sí, pero la multa es pequeña: 90€ que se quedan en
45 si la pagas enseguida. Pero, por cada una, te quitan un punto. Alain pagó la
primera y no me dijo nada pero, ante la segunda, me lo contó y además me
confesó que le han quitado ya bastantes puntos por cosas así, lo cual no me
extraña nada. Ante eso, le dije que alegara que era yo el conductor, y le envié
nombre, DNI, copia del carné de conducir y domicilio para que me la manden a
mí. Y, con motivo de esto, hemos averiguado que los puntos no se quitan de un
país a otro, porque no hay acuerdo al respecto entre las diferentes policías.
Una amiga me contó, precisamente
en París, que a ella la pillaron haciendo una pirula importante en Grecia, le
mandaron la multa, que pagó, y la comunicación de que le quitaban cuatro
puntos. Pero nunca se los llegaron a quitar en España. Ahora mismo yo estoy
esperando que me llegue la notificación de la multa. Si es verdad que las cosas
son así, entonces ese punto extra no se lo quitarán ni a Alain ni a mí. Le he
propuesto a Alain que, una vez que nos aseguremos de que las cosas funcionan de esa manera, cada vez que le pongan una multa con puntos diga que he sido yo. Me la
mandarán, la pagaré, nos reiremos de los puntos quitados a nadie y luego él me envía
una transferencia por el importe pagado. Pero por ahora tenemos que esperar que
me llegue la notificación, que también puede suceder que se pierda por el
camino.
Hay que darle tiempo al tiempo, que
estas cosas no son como la purga de Benito. Seguro que han oído esa expresión,
que usaban cotidianamente nuestras abuelas, cuando alguien las conminaba a
darse más prisa en alguna de sus tareas, por ejemplo, en la cocina: Tranquilos,
que esto no es la purga de Benito. Pero, aunque conocen la expresión, me juego
el cuello a que desconocen de dónde viene. ¿Estoy en lo cierto? La verdad es que yo
tampoco lo sabía y tuvo que ser mi amigo Críspulo, durante mi segundo viaje del
verano, a Béjar con él y Henry Guitar, quien me explicó el origen del dicho. El tema surgió esos días, a cuenta de algún problema
digestivo del trío, que no les voy a precisar. Críspulo trajo entonces a
colación dos chascarrillos. El primero reza literalmente lo siguiente: Como
dice el Presidente de la Sociedad Española de Estreñidos, nunca sale la cosa
como uno quiere.
El segundo es la historia del
famoso Benito del dicho tradicional. Resulta que la cosa está basada en un
hecho real. Un tal Benito, mozo aguerrido de un pueblo manchego, se vio de
pronto afligido por un estreñimiento radical y persistente, del que no
conseguía librarse. Todo el pueblo estaba preocupado y entonces le aconsejaron
que caminara hasta la farmacia de un pueblo vecino, para comprarse una purga de
las habituales para esa patología tan molesta. El chico echó a caminar pero, a
punto de entrar en el caserío del pueblo vecino, le sobrevino una cagalera
explosiva que solucionó de una vez por todas el problema. De ahí el dicho: esto
es como la purga de Benito, que le hizo efecto antes de llegar a la farmacia. Así que ya saben de donde viene el dicho. Y, por cierto, mientras yo salía para París, mis amigos Henry y Críspulo asistían en Vallecas a la actuación de Obus en las fiestas de La Carmela. Vean qué contentos estaban.
Personajes protagonistas de este blog por derecho. Y ya han visto que todos los dichos y chascarrillos tienen un origen (menos ese que suele decirse de los sordos: está un poco teniente. Por mucho que he investigado, no he logrado saber de dónde viene). Pero volviendo a lo de la purga de Benito, es algo similar a lo que me sucede a mí cuando me acecha el insomnio. En casos extremos, voy a la farmacia y me compro un somnífero. Y, créanme: sólo con poner la cajita de somníferos en la mesita de noche, ya duermo como un lirón. Saber que puedo recurrir a ese remedio, me da una paz de espíritu que me permite conciliar el sueño enseguida. De hecho, estos somníferos suelo llevarlos de vuelta a la farmacia para el punto SIGRE, porque se me caducan antes de estrenarlos. Como la purga de Benito.
Con estas reflexiones, más
específicamente blogueras, podemos dar por cerrados y relatados mis tres primeros
viajes de este verano: Borgoña, Béjar y París. Así que hoy les anunciaré los
número 4 y 5. En realidad, yo me programé estos viajes a comienzos de verano,
asustado por el calor que anunciaban y que fue terrible en la parte final de
junio. Pero lo cierto es que, a la vuelta de París, me he encontrado un verano
bastante suave, en el que las noches están refrescando bastante. Yo me
apuntaría a que fueran así siempre. Pero los veranos anteriores, nos han metido
el miedo en el cuerpo a todos los madrileños, de modo que la gente ha salido de
vacaciones masivamente y la ciudad está ahora muy agradable, con poca gente y
fresquito nocturno.
Como les digo, estas son
historias propias de este blog, en donde se cuentan cosas con un punto de magia
o imprevisibilidad, que sirven para que ustedes se diviertan y obtengan alguna
enseñanza. Y, en esta línea, he de revelarles que la célebre púa de Sam, que se me
perdió allá por el mes de octubre, se ha materializado de nuevo y ha
reaparecido en el cuenquito en el que guardo todas mis púas. La señora que
limpia en mi casa, dice que, colgando unos pantalones que acababa de sacar de la
lavadora, notó que caía algo de un bolsillo y, al ver que era una púa de guitarra,
la dejó en su lugar correspondiente. Es algo inverosímil: yo uso ahora unos
pantalones cortos que llevo desde hace dos meses y en octubre, no usaba esos
calzones veraniegos. Y la púa no estaba en su sitio una semana antes y ahora está.
Para que lo recuerden, yo asistí en
primera fila al concierto de Samantha Fish en Melbourne, y no conseguí que
hiciera un solo gesto de reconocimiento, como sí me los hacía su compañero Jesse
Dayton, que todo el rato me prodigaba guiños cómplices como diciendo: pero tú
que haces aquí, tan lejos de tu tierra. Al final del concierto, Jesse se acercó
a darme la mano y me dijo en español: gracias amigo. Pero yo andaba más atento
a lo que hacía mi admirada Sam, que suele lanzar sus púas para que las pillen
los asistentes más hábiles o con más suerte. Así que estiré la mano y ella depositó allí
la púa con la que había tocado todo el concierto. Luego, me quedé esperando
fuera, salió Jesse y me dio varios abrazos, pero no pude encontrarme con Sam en
las antípodas, como era mi plan, que había incluido Melbourne en mi itinerario sólo para verla a ella, puesto que no conocía a nadie en la ciudad.
Luego, empezaron mis clases con
Henry Guitar en Palomeras, a las que yo acudía regularmente con la púa de Sam. Hasta que un
día, en plena clase, me dio un amarillo
y tuve que irme corriendo a casa con el coche, sin evitar una vomitona tremenda
en la plaza de delante del Reina Sofía, bajo la cual me había dado tiempo por
los pelos de aparcar el vehículo. En esas penaeras,
la púa desapareció. Y estuve varios días
buscándola por todas partes: en los bolsillos de todos mis pantalones, por toda
la casa, en el parking, en el coche provisto de una linterna, en el aula de
Palomeras; le pedí al profe y a mis compañeros de clase que revisaran minuciosamente sus pertenencias: nada. Estaba convencido de que la había perdido. Y ahora reaparece en su
sitio de forma milagrosa. Y la explicación de mi asistenta no es creíble.
A mí se me ocurren algunas alternativas. La más simple: la púa se me cayó en casa, mientras yo corría al baño y luego a la cama; Tarick Marcelino la encontró y se puso a jugar con ella hasta que la dejó perdida en alguno de esos escondrijos a los que sólo él llega. Y la asistenta la ha encontrado ahora. ¿Y por qué se ha inventado otra explicación? Pues no lo sé. Tal vez es que, limpiando alguno de los rincones que no sanea más que de Pascuas a Ramos, la encontró en medio de mucha mierda, polvo y pelos del gato, y decidió ponerla en su sitio, a ver si yo no me daba cuenta, con lo despistado que soy. Otra posibilidad es que se la llevara a su casa entre sus cosas y la haya encontrado ahora y por eso la pone en su sitio a ver si cuela. Pero lo que es imposible de creer es que la púa haya estado en un bolsillo de un pantalón de invierno casi un año y de pronto reaparezca al sacar ese pantalón de la lavadora (pantalón que yo no he echado a lavar en este tiempo veraniego).
El hecho incontestable es que la púa ha estado desaparecida casi un año y ahora reaparece en su sitio de forma milagrosa. Cuando una de estas cosas sucedía en mi casa familiar de infancia, mi madre solía zanjar la cuestión con una frase del estilo: pues si nadie la ha puesto en el cuenco, se habrá puesto sola. Si a alguno de ustedes, queridos lectores, se les ocurre
alguna otra explicación, les ruego que utilicen el espacio de comentarios para
aportármela. De momento les pongo un selfie que me voy a tomar ahora mismo, para que vean que he recuperado la púa y también una foto de la colección de las
que usa habitualmente mi querida Sam, para que vean que es auténtica.
Historias sin una explicación
plausible, perfectas para comentarlas en este blog. Otras, sin embargo, son
puramente científicas, como la de las hormigas que da título a este post.
Resulta que mi casa está infestada de hormigas. Aparecieron entre las plantas
de la terraza, cuando de verdad la puse en condiciones. Luego se han desplazado
adentro y salen ya por el baño, la cocina, la pantalla del ordenador
mientras escribo y otras intrusiones igualmente molestas. Existen unos venenos
en gel inyectable que son súper eficaces, pero me da miedo usarlos en mi casa,
por si acaso al bueno de Tarick le da por relamerlos y se me muere. Así que he
preguntado a amigos y gente que sabe de este tema.
Para empezar, hay una receta para
evitar que salgan tanto. Se prepara una mezcla de café molido, pimentón picante
y hojas de laurel seco machacadas. Con esto se hacen unos paquetitos con papel
de plata, en los que se hacen unos cortes con un cuchillo, para que salga el
olor. Y se ponen cerca de sus itinerarios habituales. Ese olor no les gusta
nada y dejan de salir. Lo he probado y funciona muy bien, y durante mucho
tiempo. Pero no mata a las hormigas. Si se quiere acabar de verdad con ellas,
hay otro remedio natural infalible, que a la vez revela la crueldad innata del
ser humano, cazador y depredador por naturaleza (los humanos somos una
verdadera plaga, peores que el más letal de los virus).
Para matarlas de verdad es
preciso usar levadura salvaje, también llamada de payés y conocida también como
masa madre. Este producto se puede comprar en panaderías de esas guay que están
apareciendo ahora por los centros de las ciudades turísticas, o bien prepararla
en casa con unos ingredientes sencillos: agua y harina, que se deja fermentar
siguiendo unas instrucciones bastante fáciles de encontrar en la red. Y parece
que la masa madre en condiciones, les vuelve locas a las hormigas, cualidad que
se puede acentuar con un poco de harina y azúcar para preparar unas bolitas que
han de ponerse cerca de sus nidos. La hormiga huele la masa madre, encima
endulzada, empieza por empapuzarse de ello y continúa llevándose una buena parte
al nido para dárselo a las crías.
Ese producto, en el interior de
sus cuerpos de insecto se empieza a hinchar, a generar unos gases terribles, de
modo que crías y adultas, incapaces de tirarse pedos, explotan como globos y se
mueren del todo. Y el producto es inocuo para el bueno de Tarick Marcellino
que, en caso de que le dé por comerse las deliciosas bolitas, es capaz de
tirarse buenos cuescos, como ya he comprobado de forma sonora y olfativa. El
remedio no lo he probado todavía y me da algo de cargo de conciencia por la
crueldad que implica, pero no puedo dejar que las hormigas okupen mi domicilio sin defenderme del tema. Veremos qué pasa
cuando lo use, si es que llego a hacerlo. Se contará oportunamente.
He tocado tangencialmente un tema
que quiero comentarles también. A lo largo de la calle de Atocha no paran de
surgir comercios y negocios dirigidos a los turistas que infestan el barrio
como las hormigas de mi casa, entre ellos muchas panaderías medio pijas. Estos
nuevos usos han echado fuera a los bares y comercios tradicionales, como
ferreterías y mercerías de toda la vida. Pero lo sorprendente es que la mayoría
de estos nuevos comercios gentrificados cierran en poco tiempo, a veces en un
par de meses. Ejemplos recientes. Después del verano, abrió un negocio de
peluquería de perros y gatos a los que la gente llevaba sus mascotas. Se
llamaba Perretes, tenía su propia página Web y hace poco que ha cerrado. Lo
mismo el restaurante mexicano La Tía Juana, que durante unos meses exhibió un
anuncio que me pareció siempre vergonzoso, uno que rezaba: Hígado, calienta,
que este finde sales de titular. Lamentable. Pues también ha cerrado.
No sé cómo interpretar esta fugacidad de los nuevos negocios. Yo no entiendo de estas cuestiones, pero me intuición me habla de algo relacionado con el blanqueo de dinero negro. Para lanzarse a montar un negocio de cualquier tipo hay que hacer un estudio previo que cualquier economista te elabora por dos duros. Los que montan uno de estos comercios, tienen a su disposición un estudio de negocio, que posiblemente les alerta de que la inversión es de riesgo. Y, si se lanzan al abismo, es porque han de tener otros objetivos. Mi barrio está lleno de restaurantes casi siempre vacíos y comercios donde no parece entrar nadie. Sospechoso. Ya profundizaremos más en este asunto, del que también les ruego opiniones.
Me queda sólo anunciarles mis dos
próximos viajes, con los que cierro mi ciclo de escapadas veraniegas. El próximo
viernes, 1 de agosto, tomaré con mi pareja un avión de las Norwegian Airlines
con destino a Oslo. Nos hemos apuntado a un viaje de una semana por Noruega, de
los que organiza la Comunidad de Madrid, para presumir que son mejores que los
del INSERSO, que ya se sabe que huelen mal porque dependen de Pedro Sánchez
(mira que son cansinos estos peperos). Es la primera vez que me sumo a uno de
estos viajes, más baratos que los de agencias como Alventus o Aularte, que ya
utilicé en su día, por estar subvencionados por la CAM. Espero que nos lo
pasemos bien, a pesar de la advertencia genérica del Presidente de la Sociedad
Española de Estreñidos que les he citado más arriba.
Me dice algún usuario experto que no haga demasiados comentarios negativos de Ayuso, que es el ídolo de buena parte de los que se apuntan a estos tours. Veremos y ya se contará. Lo que sí les adelanto, es que, como de costumbre siempre que viajo acompañado, no me voy a llevar el ordenador; ese es un pasatiempo de viajeros solitarios, así que no sabrán de mí hasta mi vuelta, que está fijada para el día 8. Y, una semana después, el día 16, tengo un billete de tren para viajar a La Coruña, visitar a mi hermano Pepe, encontrarme con mis buenos amigos Alfred y Berto y, ya si eso, calzarme unos buenos percebes, unos camarones o un centollo recién pescado. Como ven, no son malos planes para terminar el verano. Si ustedes están ya de vacaciones, disfruten del campo o la playa. Y, como siempre, pórtense bien.
Hace años fui a pasar unos días al pueblo de mis abuelos, y me encontré con procesiones de hormigas en la casa. Una paisana me aconsejó que comprase un kilo de sal y lo esparciese por los lugares donde procesionaban las hormigas. Así lo hice y la verdad es que desaparecieron. No me explico cuál fue el motivo, pero me parecio eficaz (y menos cruento que el de la masa madre). Por probar… un kilo de sal es barato
ResponderEliminary a Marcelino lo más que le puede pasar es que le suba un poco la tensión.