Nada, que ya he tirado la toalla de encontrar la púa que me entregó Samantha Fish en Melbourne, después de tocar con ella todo su concierto de cierre de gira por Australia. El último lugar en donde he mirado es en el filtro de la lavadora, por si la púa se hubiera lavado con alguna de mis camisas o pantalones y hubiera terminado allí, pero nada, resultado negativo. Sam ha terminado ya su gira europea, sobre todo en el Reino Unido, con unos conciertos finales en Holanda y Alemania, y ya está de vuelta en los USA para los bolos en torno a la noche de Halloween. Espero tener más ocasiones de conseguirme otra de sus púas, porque Sam las tira a boleo al final de los conciertos para quien tenga la suerte de pillarlas, si bien, cuando alguien de la primera fila extiende la mano como yo hice en el Corner Hotel de Melbourne, le entrega la primera con un gesto delicioso, como pueden ver en la foto de abajo.
A falta de material para vendimiar mis sueños y cultivar mis mitos, en estos días he seguido mis rutinas de jubilado hiperactivo y, nada más publicar mi post anterior, atendí en el parque Madrid Río al grupo de cinco alcaldes y políticos de Latinoamérica, acompañados de dos técnicos de la Fundación Konrad Adenauer. Eran, creo, alcaldes y concejales de pequeñas ciudades de México, Panamá, Perú, Argentina y Chile, la mayoría del tipo mestizo hermético, que sólo hablaban lo estrictamente imprescindible, salvo el argentino, con el que conecté más profundamente y que me planteaba preguntas bastante incisivas. Los demás se limitaban a escucharme, se dispersaban por el parque haciendo fotos y selfies para el recuerdo y no era fácil pastorearlos, a pesar de ser tan pocos. Y naturalmente, se empezaron muy pronto a mostrar cansados de tanta caminata, los latinos suelen ser flojos para este tipo de eventos. Pero los alemanes eran inflexibles: había que cumplir lo programado, que para eso ponían ellos el dinero. Les dejé en el Matadero bastante derrengados, pero agradecidos. Antes, nos hicimos una foto de grupo en la prestigiosa pasarela concebida por el señor Dominic Perrault, que pueden ver abajo. Y, por cierto, aun estoy pendiente de que me paguen lo acordado por mis servicios.
El martes 22 tuve la segunda sesión del Club de Lectura Billar de Letras en la que analizamos el libro Por qué el agua del mar es salada. No es un libro cuya lectura les recomiende. Se trata de la primera novela de la escritora austriaca Brigitte Schwaiger, señora que tuvo una vida agitada y más bien desastrosa. Nacida en una pequeña ciudad de la montaña austriaca, se fue a Viena a estudiar Lenguas Romances y Psicología pero, a mitad de su primer año lectivo, se lió con un español, se casaron y se fue con él a Mallorca, donde vivió cuatro años. Al fracasar su matrimonio, se volvió a Viena, donde se metió en el mundo del teatro, como actriz y ayudante. Allí, un productor teatral la dejó embarazada y la forzó a abortar. Algo que le resultó muy traumático. Empezó entonces a escribir y publicó su primera novela, que fue un bombazo; se vendieron incontables ejemplares en Austria y fue traducida a las principales lenguas del mundo.
A partir de ahí, todo fue de culo. Sus siguientes novelas no se vendieron igual, se dio a la mala vida y se le empezó a ir la cabeza. Acabó ingresando intermitentemente en instituciones psiquiátricas de Viena, agobiada por las deudas y su ostracismo del primer plano de la cultura, hasta que se suicidó tirándose al Danubio tras dejar unas notas explicativas de su decisión. La novela de marras, siempre en mi opinión, es menos interesante que su vida, se limita a contar en primera persona, con un estilo bastante caótico como si pensara en voz alta, el aburrimiento y la insatisfacción de una mujer de clase alta a la que su familia obliga a casarse con un tipo al que no ama. Teniendo en cuenta que está escrita en 1977, la temática anticipa muchas de las líneas de la literatura actual escrita por mujeres, en sintonía con el Mee Too y la deriva subsiguiente. Yo realmente no le veo demasiado interés al libro, como para traerlo al club. Vean una foto de esta señora. Corresponde a 1978, su momento de mayor éxito.
Una mujer que vivió intensamente, pero marcada por un destino trágico. Yo intervine en el club para decir que me hubiera gustado preguntarle a esta señora cómo se hace para escribir así. Yo sería incapaz de hacerlo. Bueno, se me ocurre una forma. Beberme tres o cuatro whiskies, empezar a largar y conectar una grabadora. Luego transcribir lo grabado, ponerle puntos y comas y darle un poco de barniz literario. No tengo ni idea de cómo lo hizo esta señora, que fue la primera sorprendida por el éxito internacional del libro. Cada vez que asisto a una sesión del club que no me gusta demasiado, pienso en darme de baja pero, al final, continúo reincidiendo porque Ronaldo Menéndez es mi amigo y a veces trae al club unos libros extraordinarios.
En fin, al día siguiente, miércoles 23 de octubre, tenía yo un sarao de postín. Mi querida compañera de trabajo Esther Garvía celebraba su jubilación, a la que ha llegado como yo a los 70, después de toda una vida dedicada a los entresijos jurídicos del Ayuntamiento. Por mi parte, era la primera vez que volvía a mi último lugar de trabajo: no había pisado el edificio desde que cesaron a Silvia, mi querida jefa de los últimos años de carrera administrativa. Es decir, hace más de un año. Me resultó extraño, como regresar al pasado, encontré a gente que ha envejecido rápido y otros que están igual y las conversaciones me resultaron bastante ajenas, aunque me lo pasé bien, fue una especie de paseo por el túnel del tiempo. Y estoy plenamente convencido de que yo salí de ese entorno en el momento oportuno; lo que ha seguido es un proceso de deterioro continuado. Para el señor Almeida y su grupo que no cree en la planificación urbana, sino que es partidario del laissez faire para que los privados hagan lo que les dé la gana, el Área de Urbanismo es un incordio, que están dejando que se caiga a pedazos, así que los tiempos son malos. La que está tan espléndida como siempre es mi amiga Esther, tan guapa a los 70 como durante toda su carrera. Pueden comprobarlo en esta imagen.
Esa misma tarde terminé en la academia de música de mi amigo Henry Guitar, donde estamos montando un combo electrificado, con bajo y batería, al que yo trato de sumarme a pesar de mi nivel un poco deficiente, que trato de suplir con mi instinto musical. Henry trajo ese día un nuevo método de aprendizaje que es muy interesante, siempre que yo encuentre hueco en mi agitada deriva para practicar un poco en casa de manera regular. Al acabar la clase nos acercamos al bar Los Cuñaos, el antro prototípico de Palomeras donde nos obsequiamos con unas cervezas para celebrar la buena salud de los implicados en el grupo musical en ciernes.
El sábado a mediodía aterrizaron en Madrid mis consuoceri romanos, a los que recogí e invité a comer en mi casa, porque a las seis de la tarde debían tomar un tren para Córdoba y Granada, ciudades que están visitando en estos días, hasta mañana jueves en que vuelven a Madrid para pasar unos días por aquí. Son los primeros, entre los contactos que visité durante mi vuelta al mundo, que han decidido devolverme la visita. La verdad es que son una gente estupenda e hicieron buenas migas con Tarick Marcelino, de quien ya les había hablado extensamente su hija y cuyo nombre pronuncian en italiano: marchelino. Es tan gracioso que yo ya le llamo así con esa pronunciación. Por lo demás, les cociné un potaje de los míos, el plato estrella de la gastronomía emiliana.
La visita inminente de mis consuoceri, me hizo ver algunas de las deficiencias de mi casa. Por ejemplo, que hace unos cuantos inviernos que no pongo las dos alfombras que tenía almacenadas en un rincón. Era tarea complicada, que abordé con mucha cautela porque, tras años de almacenamiento, me aterrorizaba la idea de encontrarme un verdadero nido de ácaros, si no aparecían polillas a cascoporro o cosas peores. Tenía además el miedo de que, en medio de la fauna cautiva, se me apareciera el novio de la señora Ayuso. Pero, miren ustedes por dónde, resulta que entre los ácaros sedicentes, quien apareció al final fue el señor Errejón. Hay que ver la que se ha montado con este señor con cara de no haber roto un plato en su vida, que al final ha resultado ser el doctor Errejón y mister Hyde a la vez.
Tuve la oportunidad de verlo así a un par de metros de mí, en un acto de campaña de la señora Carmena, al que me colé para sentarme en las filas de delante. Y me pareció un tipo físicamente llamativo, muy alto, de piernas larguísimas, con un cierto aire de arácnido y a quien seguro debían coser los pantalones a medida, porque no se ajusta a las tallas convencionales. Yo, desde que tuve a la señora Carmena de jefa, me declaré carmenista incondicional, condición que aún ostento, y también, por reflejo, errejonudo irredento, etiqueta de la que renegué rápido. Al tipo hay que reconocerle que es piquito de oro, que tiene una labia acreditada para enhebrar discursos potentes, aunque no parecía que de esos discursos se derivara ninguna consecuencia práctica para los ciudadanos y votantes potenciales.
Y resulta que era un monstruo depredador. Lo primero que leí en este escándalo fue su propia carta de renuncia y abandono de la política. Menuda pieza de hablar, hablar, hablar para no decir nada, como la canción emblema de este blog. Es cojonudo, ahora resulta que la culpa de que él sea un salido de cuidado y un acosador violento, la tiene la presión a la que somete a los políticos esa vida intensa y sin momentos de descanso, que genera una subjetividad tóxica que en el caso de los hombres el patriarcado multiplica (sic). ¡Por Dios! qué cara más dura. Dice una amiga mía que sabe de esto, que el comunicado tiene un tufillo a estar redactado con la ayuda del ChatGPT, la herramienta de Inteligencia Artificial que suele hablar en este tipo de términos. Ahí lo dejo.
Todavía sin salir de mi asombro sobre lo que este señor sugería, llegó hasta mi vista el comunicado anónimo que una chica había enviado un día antes a la página de la periodista y escritora Cristina Fallarás. En este mensaje, la chica describe un patrón de conducta, puesto que luego otras afectadas por la subjetividad tóxica de este señor, explican más o menos lo mismo: que las llevaba a un hotel, las trataba de manera despótica y despreciativa, las forzaba a prácticas aberrantes contra su voluntad y, una vez consumado el tema, las echaba fuera de su vida y empezaba a hacerles gaslighting, que no sé por qué ha de escribirse en inglés lo que siempre se había llamado luz de gas, después de la magnífica película de Cukor en la que Charles Boyer le hacía eso a una angustiada y bellísima Ingrid Bergman.
Después, su ex novia Rita Maestre ha salido a la palestra para mostrar su estupor al constatar que esos comportamientos se produjeron durante el tiempo en que eran novios. Es decir, que el tipo se citaba en un hotel con alguna conocida eventual, se dedicaba a machacarla y luego volvía a casa a actuar como un novio perfecto. Doble personalidad de libro. La noticia apareció en Marca con un titular ciertamente portentoso: Errejón llevaba bastante tiempo sometiéndose a terapia para tratar su adicción al sexo y otras sustancias (sic). Si no se lo creen, pueden comprobarlo pinchando AQUÍ. Cojonudo, el sexo considerado como una sustancia.
Ya que estamos, la película de moda en estos momentos en todo el mundo se llama precisamente así: La sustancia (Coralie Fargeat, 2024). Yo la he visto y tiene un cierto interés, pero no deja de ser una película que empieza medio bien y sigue como un grand guiñol bastante yanqui o, si lo quieren ustedes en términos menos cultos, una auténtica astracanada, espasmódica, sangrienta, grasienta, asquerosa, con homenajes a diversas películas de terror, como Carrie, La Mosca o La Cosa. Yo les recomiendo ver antes La Infiltrada, por citar una película que me ha generado mucha más tensión y emotividad. La sustancia lo que provoca es la risa de las jovencitas a la vista del despliegue de sangre y vísceras desparramadas que se nos muestra.
Pero el titular del Marca hablaba por primera vez de adicción a sustancias y sólo le falta decir de cuál sustancia se habla. La cocaína es vox pópuli que es de uso corriente entre los políticos, porque sin ella es imposible resistir la presión del entorno 24 horas y siete días a la semana. Además un análisis toxicológico de las basuras en las alcantarillas de Londres, hace años reveló que donde más restos de coca había era en la City y en el entorno del parlamento. Parece claro que el amigo Errejón se dispensaba un tirito y se convertía de esta forma en el hombre lobo o el Mr. Hyde que luego perpetraba sus fechorías. Pero no nos equivoquemos. Ustedes y yo nos podemos dar un tirito y les puedo asegurar que no nos convertimos en depredadores sexuales. Para eso hay que tener, digamos, una patología de base, anclada en traumas de la infancia. La coca, administrada puntualmente, en cantidad discreta y en lapsus de varios meses, puede controlarse. Pero un errejónico es alguien incapaz de ejercer ese control.
Pero la cascada de testimonios contra el nuevo apestado sigue (y seguirá durante años). Dado el éxito de la primera denunciante anónima, la página de Fallarás en Instagram sigue registrando nuevas entradas. Los de Instagram se la intentaron cerrar y, ante el escándalo que se montó, se la han vuelto a habilitar. Así podemos leer ahora que el angelito este les desparramaba la coca por el culo a sus víctimas para esnifársela en tan noble localización. Aquí he de hacer una precisión. Lo malo de esto no es el tema en sí mismo, sino que el acosador forzara a la víctima a hacer algo que ella no quería─no quería, oiga. Porque el sexo sano es precisamente consensuar las prácticas que cada pareja es libre de elegir y no imponer nada a alguien a quien le incomoda la práctica en concreto de que se trate.
Conceptualmente, el asunto no es diferente al de los que se ponen nata montada sobre sus partes para que el partenaire se la coma sobre tan singular plato (si no han leído a Henry Miller, ni han visto El último tango en París, tal vez les suene todo esto a nuevo). Es decir, que lo impresentable de Errejón es que ejerciera la fuerza desde su posición preeminente como poderoso y famoso, para maltratar de palabra y obra a sus víctimas. Ya puestos, entiendo que la coca, que tiene un efecto anestésico instantáneo, no fuera lo más adecuado para unas membranas tan sensibles como las del culo; yo directamente probaría antes con la nata, que se puede comprar ya montada en el Alcampo y seguro que es menos agresiva para el ojete. En fin, voy a volver al tema de las alfombras, que en este blog a veces entran niños y no es cosa de seguir por la senda emprendida en esta larga digresión. Les diré que, nada más poner las alfombras, el bueno de Marchelino se instaló sobre ellas como un rey en su trono, como pueden comprobar en estas instantáneas que le tomé.
Este tipo de temas como el caso Errejón nos llevan a la conclusión de que nuestro mundo occidental está en plena decadencia; somos una sociedad enferma, algo que yo detecté claramente en mi paso reciente por los USA (por eso es altamente probable que gane de nuevo el señor Trump, una ruina para todos nosotros). Que sigamos yendo al cine y disfrutando de nuestros placeres cotidianos sin pensar en lo que está pasando en Gaza o en Ucrania, es insano. Por no hablar de que nos estamos cargando el planeta (y por eso la Tierra se defiende del virus que somos: a base de DANAs y otras calamidades, como la de ayer en Valencia, que va camino de superar el centenar de muertos). Y qué me dicen ustedes del hecho de que estemos usando móviles y coches eléctricos cuyas baterías se construyen con metales obtenidos en minas de África por mineros locales en condiciones de plena esclavitud. Y si no me creen, vean sólo dos imágenes como muestra.
Las imágenes que evidencian que estamos en un mundo enfermo son incontables. Yo les voy a mostrar hoy sólo tres, a título de ejemplo. Un atasco frente a un peaje o control en China, que supera ampliamente las colas de la frontera de Tijuana. Una vista aérea de la ciudad de Male, capital de Maldivas, que explica por qué las autoridades del país han decidido construir una nueva capital en un punto más alto, en previsión de que el calentamiento global lo inunde todo. Y por último, un edificio de lo que se puede considerar chabolismo vertical, en el centro de El Cairo.
El discurso de Serrat incide en que este mundo no nos gusta a los septuagenarios como yo y similares. Pero no quiero que ustedes salgan de este post abrumados por este desastre y eso les impida seguir disfrutando de los placeres de este pequeño sector del mundo en el que vivimos como auténticos pachás, preocupados por temas insignificantes comparativamente, como el llamado caso Errejón (ahora nos queda asistir a su proceso de destrucción, del que no sé si va a salir con vida). A estos efectos, me parece muy recomendable la lectura del reciente artículo en La Voz de Galicia, del escritor y editor Eduardo Riestra, por cierto, hermano de una compañera mía funcionaria también recientemente jubilada. En la línea de Serrat, este señor proclama que no sólo no debemos renunciar al disfrute de nuestros placeres, sino que nuestro empeño en seguir haciéndolo es lo único que nos puede salvar del desastre colectivo y el desánimo por nuestra impotencia al contemplarlo desde nuestros sofás. Para leerlo han de pinchar AQUÍ. Y sean buenos, desde luego o, al menos, inténtenlo.