El 27 de noviembre, hace unos cuantos días, el gran Jimi Hendrix hubiera cumplido 82 años, si no hubiera fallecido a la edad maldita de 27, hace ya una eternidad. Es una pena, pero estaba escrito que debía suceder así, el destino nos reserva estas jugarretas y faenas, lo mismo que propicia ciertos encuentros mágicos en nuestras trayectorias. El 17 de octubre de 1961, dos chicos londinenses que no se conocían de nada, se encontraron en la estación de tren de Dartford y ese encuentro dio origen a una de las bandas más longevas y prolíficas del rock: The Rolling Stones. Mick Jagger (18 años) esperaba el tren que lo acercaría a la London School of Economics donde estudiaba, y Keith Richards (17 años) se dirigía a la Sidcup Art School, donde intentaba perfeccionar sus habilidades como dibujante.
Y quiso el destino que se juntaran en la Plataforma 2 de la estación, a la espera de su tren. Jagger llevaba dos discos de Muddy Waters y Chuck Berry, que un conocido le había traído de los Estados Unidos, mientras que Keith Richards portaba su guitarra electrificada. Ambos iban preparados para impresionar a sus colegas escolares, a ver si ligaban un poco, que por entonces era uno de sus objetivos vitales prioritarios, junto con la música, por supuesto. Para Richards, esos discos eran un tesoro, así que abordó a Jagger, empezó a hablar con él y se subieron juntos al vagón en el que siguieron conversando al respecto. Jagger tenía ya un grupo de rock amateur con el que se reunía a tocar cuando podía y Richards se sumó a los pocos días a ese grupo, que todavía no había adoptado el nombre que les daría la fama. Vean una foto de ambos en la estación de marras. Se la hicieron unos días después de su encuentro, intuyendo que allí empezaba algo grande y había que inmortalizarlo.
Cosas como esta cuenta Keith Richards en su autobiografía Life (2010), un libro interesante y divertido en el que revela todos sus secretos. Yo me lo leí hace unos años y creo que es uno de los libros de memorias de músicos más maravillosos que he leído, junto con el que Miles Davies publicó en 1989, un texto clave para conocer la historia del jazz completa. Los Stones, ya con su nombre, completaron el grupo con sus otros tres miembros originales y empezaron a tocar versiones de temas de blues y soul que seleccionaban con mucho cuidado, antes de lanzarse a componer, un arte en el que se revelarían como maestros. Corría el año 62 y de eso hace ahora 62 años, lo que no deja de ser otra muestra de cómo el destino juega con nosotros. Y empezaron a ser conocidos, al rebufo del estratosférico éxito de los Beatles. De esa época es este You better go on, que tocaron de la forma que ven abajo para un programa de la televisión local. Este vídeo tiene exactamente 60 años, que manda carallo. Veánlo.
Muchos años después, ambos músicos, ya millonarios, se distanciaron y Mick inició una carrera en solitario, acompañado por otros artistas de prestigio, como Jeff Beck o Lenny Kravitz. Tuvo unos éxitos importantes, pero nada comparable a la repercusión mundial de los Stones. Durante ese tiempo, Richards se marchó a Jamaica en donde se dedicó a tocar y componer con diferentes músicos locales, sin otro propósito que el de pasárselo de puta madre. Añorante de las glorias pasadas en común, Jagger lo fue a visitar y reanudaron su relación, Desde entonces, los Stones hacen giras y giras, en las que estos ya octogenarios artistas desarrollan una energía sorprendente. Hace ya bastantes años que en sus giras se hacen acompañar por una unidad médica geriátrica permanente. Y en paralelo siguen grabando unos discos bastante presentables. Mientras el cuerpo aguante. Vean una foto de ambos más actual.
Hendrix murió ahogado en sus vómitos en el baño de un hotel de Londres en donde estaba alojado con una chica que no era su novia y que entró en pánico y no supo qué hacer hasta que era ya demasiado tarde (por cierto, esta chica y la novia americana de Jimi han pasado luego décadas peleándose por la herencia del músico, jalándose del moño, judicialmente hablando). Y cualquiera de ustedes, queridos lectores, puede caer en la tentación de pensar que el tipo se había abandonado a la mala vida, adobada por toda clase de sustancias, por lo que no es de extrañar que terminase como terminó. Pero yo les aseguro que Keith Richards no llevó una vida mucho más saludable durante muchos años, y aquí lo tienen, a punto de cumplir los 80, felizmente rodeado por su mujer, sus hijos y sus cinco nietos (no sé si tiene ya alguno más). Así que esta diferencia de trayectorias, únicamente cabe atribuirla a la buena o mala suerte; en definitiva, a lo que solemos llamar el destino.
Partiendo de un ateísmo básico, fundacional (mi padre era ya ateo convencido), yo tengo últimamente la percepción de que tal vez por ahí en alguna parte exista una especie de Gran Guionista, que determine todas nuestras vicisitudes sucesivas. De ninguna forma me lo imagino como un dios bondadoso como el que suelen evocar los cristianos, sino más bien un grupo de dioses traviesos y malévolos, a la manera de los de la antigua Grecia, que juegan a los dados con nuestros destinos, sólo para divertirse y desprovistos de cualquier tipo de empatía o sentimiento misericordioso. Después de más de 70 años de vida, mi mente se inclina últimamente a un concepto en línea con lo que los árabes llaman el maktub. Empezaré por decirles que el maktub no es un concepto musulmán, sino árabe, anterior al Corán, como lo prueba el hecho de que en ese texto sagrado se menciona una vez, cuando dicen que Mahoma siguió el maktub que ya le determinaban los Evangelios cristianos y la Torá judía.
El concepto es, pues, anterior al Corán. Para los árabes, el maktub es el camino que cada uno sigue a lo largo de su vida, un camino que está trazado completamente desde mucho antes de nuestro nacimiento. Si nuestro camino entero está trazado y predeterminado, solamente nos queda la tarea de caminar por él. A veces sucede que nos desviamos de nuestro camino, pero es entonces cuando el maktub nos lleva de vuelta, una versión árabe del karma de los hindúes. Entre los musulmanes creyentes se utiliza mucho el inshallah, que viene a ser un equivalente al Dios proveerá de los católicos. Pero el maktub no tiene necesariamente que ver con ninguna divinidad. Por tierras más próximas se solía usar un dicho que rezaba: ¡no caerá esa breva! Sin embargo, hay ocasiones en que el maktub o el karma hacen que te caiga finalmente la famosa breva. Sólo queda entonces reconocerlo y mostrarse agradecido con el destino.
Mirando hacia atrás con mi perspectiva de septuagenario, debo reconocer que, en general, soy una persona que ha ido teniendo bastante suerte en la vida (por ahora) y lo digo solamente a título comparativo, confrontando mi trayectoria con la de muchos de los que me rodean, o rodeaban; ya saben que he perdido a tres amigos muy cercanos en menos de un año. Ellos se han ido y yo estoy aquí, escribiendo mi blog para ustedes y viviendo la vida a grandes tragos. Dice mi admirada Maruja Torres que cuantos más amigos se le mueren, más ganas le entran a ella de vivir la vida lo más intensamente que pueda. Parte fundamental de esa suerte que presumo de haber tenido está en el hecho de haber nacido en Europa en la segunda mitad del siglo XX. Un tiempo en el que no nos tocó vivir ninguna guerra, circunstancia que se producía en nuestro mundo occidental por primera vez en la Historia.
Lo que viene ahora no parece tan halagüeño y lo siento por mis hijos. Con Trump a los mandos, nuestra sensación es de estar en un barco gobernado por un timonel medio loco. Sin olvidarnos de Putin, Netanyahu y los demás. Un panorama siniestro, pero hoy no quiero yo derivar mi discurso por estos vericuetos. Aunque sí les recomiendo el artículo de ayer en El País de la escritora portuguesa Lidia Jorge, una de las plumas europeas más cualificadas para hablar de nostalgia o saudade de los tiempos venturosos que nos tocó en suerte disfrutar a nuestra generación. Les voy a poner el enlace con este artículo crepuscular y les digo que, si no son suscriptores y no lo pueden abrir, pues búsquense la vida a través de algún amigo o alguna otra forma de acceder a su texto. Yo me limito a indicarles que pinchen AQUÍ.
Tremendo artículo este de Lidia Jorge. Pero retomando el hilo de más arriba, creo que además de un equipo de guionistas cósmicos, que ya lo quisieran en Hollywood, hay una especie de predeterminación que nos hace movernos en planos paralelos, en los que nos vamos entrecruzando todo el rato. De ahí eso de que el mundo es un pañuelo. Para mí el mundo es un paquete de pañuelos extendidos, que no tienen comunicación entre ellos. A pesar de que yo tengo amigos por todo el mundo creo que me muevo en un solo de esos planos y que con la gente que habita en los otros jamás me voy a encontrar. Un ejemplo. En el post anterior les hablé de la escritora ecuatoriana Natalia García Freire, cuyo libro de cuentos ya me he terminado. Los guionistas estelares de mi vida decidieron que acudiera a su presentación en la librería Tipos Infames, a pesar de que era miércoles y yo tenía mi sesión de guitarra en Palomeras.
Para poder llevar adelante esa decisión, estos cabrones hicieron enfermar a Henry Guitar, que se quedó sin voz y suspendió nuestra clase-ensayo, lo que me permitió a mí acudir a la presentación del libro. Todo esto se contó en mi post anterior, que se publicó oportunamente en el blog. Unos días después, acudí al bar Ricla, donde mi tocayo y su hermano Jóse me habían avisado que su madre había cocinado un pote asturiano, uno de los platos que más me gustan del lugar. Y allí, mi tocayo, que es seguidor puntual del blog, me contó que ellos conocían hace mucho a Natalia, cliente asidua del Ricla de cuya vida personal saben muchas más cosas que yo (que no voy a detallarles aquí). Es obvio que el mundo es un pañuelo, aunque se trata de un pañuelo de muchas capas, por una de las cuales nos vamos moviendo. Por cierto, aquí les dejo mi foto sosteniendo el cartel con el que me reservaron mesa en el lugar.
Si uno acepta estas cosas del maktub, el karma y el mundo estratificado en capas que no se comunican nunca, aunque sea a título poético, pues se alcanza una especie de paz interior o nirvana, a lo que ayudan mucho cosas como el yoga, el blues y la compañía de un gato tan especial como el bueno de Tarik Marcellino. En realidad, mi amiga Tato empezó a criar a Tarik para su sobrino Manu, pero aquí intervino el maktub y resultó que uno de los compañeros de piso de Manu vetó la presencia de animales en la casa que comparten. A mí me había mandado antes fotos y vídeos de otros gatos, pero ninguno me gustaba. Y, en cuanto me llegó el primer vídeo de Tarik, supe que ese era mi gato y le pedí que me lo reservara. Y así me encontré con el animalito más majo y buen compañero del mundo. Un gato que no está para nada triste y azul, ni tiene nada que ver con el gato de Schrödinger, aunque a menudo hace uyuyuyuy, como el famoso de Rosario Flores.
Con Tarik, el único problema es que está un poco gordo, pesa más de seis kilos y he decidido ponerle comida en el cuenco sólo una vez al día, antes de acostarnos. Es una medida que no le ha gustado demasiado y encima, como es un ansioso, generalmente se acaba toda la comida antes de mediodía, por la tarde pasa un hambre considerable y por las noches saca su acento gallego para clamar desesperadamente: ¡¡¡Pero cando se come nesta casa, carallo!!! Vean cómo se pone de elocuente el bueno de Tarik Marcellino Martínez para proclamar que no hay derecho, hombre, que él se porta bien y no es justo que lo tenga a dieta.
Pobrecito mío. En fin, mi vida plácida sigue a toda pastilla, en medio de este tsunami de locura consumista que nos anega a todos en estas fechas. Desde que han encendido las luces de Navidad en Madrid, ha comenzado una avalancha de turismo local pedorro, gente que viene de Toledo, Ávila o Segovia y, lo que es peor: de Villarejo de Salvanés, donde reside la gente más paleta del entorno. Todos ellos llenan las calles del centro, atestan los bares y atascan el tráfico, hasta el punto que los municipales cortan los accesos y a mí me cuesta un buen rato de elocuencia convencer al agente de turno de que vivo justo detrás y que lo único que quiero es dejar el coche en mi plaza de residente frente al Museo Reina Sofía. La forma de defenderse de esto es no salir apenas de casa, que es lo que yo hago, dedicado a la lectura y otras nobles ocupaciones.
Ya me he terminado el libro de Natalia, La máquina de hacer pájaros, que no me atrevo a recomendarles. Esta mujer tiene un mundo interior muy particular, que podríamos considerar surrealista y en el que a veces es difícil discernir de qué nos está queriendo hablar. Sus cuentos son cortos y algunos son fabulosos. En otros se queda uno un tanto estupefacto. Con este libro terminado, me he puesto con otro que me tiene entusiasmado: Nada es verdad (Niente di Vero, 2022, Veronica Raimo). Se trata esta vez de una escritora romana de unos 40, que disecciona las particularidades de una familia bastante peculiar, dominada por un padre preso de paranoias, que ve peligros por todas partes, de los que quiere proteger a sus dos hijos, la narradora y su hermano. Es un libro divertidísimo, que se lee con placer y que les recomiendo sin dudarlo.
Además de leer, continúo con mis actividades diversas. El día 28 tuve una entrevista de hora y media, a través de Zoom, con mi amiga Sonia de Gregorio, de la que ya les conté que la Comisión Europea le ha concedido una beca para que investigue durante tres años sobre el concepto Regeneración Urbana, del que es, en mi opinión, una de las personas más conocedoras a nivel nacional. Dentro de una ronda con expertos del tema, me ha incluido a mí como veterano y tuvimos una sesión muy interesante. A Sonia le preocupa que el nombre se esté empezando a usar de manera impropia (por ejemplo, la Operación Nuevo Norte, antes Chamartín, se vende ahora como proyecto de regeneración urbana). Estas confusiones no son para nada inocuas: cuando aparece un concepto moderno y que mola, dicho en lenguaje de la calle, el Sistema se lo apropia y lo desvirtúa. Ya les hablaré otro día más en profundidad de este interesante tema.
Hace unos días invité a mi hermano mayor Antonio y mi cuñada Gundi a degustar un potaje de los llamados de vigilia, que se ha convertido en la receta estrella de mi cocina particular. Con dos invitados de 89 años, quería yo aprovechar que pudieran venir antes de que resulte imposible moverse por la zona centro donde vivo. Después del banquete, les ofrecí mis sofás para que se echaran una siesta, oferta que conlleva el peaje de que Tarik Marcellino se te sube a compartir la siesta contigo. Entre ambos, escogió el regazo de mi hermano, en una escena que también quedó inmortalizada, como ven abajo.
Como les he dicho, para conseguir la paz, alcanzar el karma o recuperar el camino perdido del maktub, ayuda mucho un gato como Tarik Marcellino y unos hermanos como los míos. Y también lo que yo he dado en llamar el método Luisinho, con el que cierro ya este post. Luisinho fue un jugador de fútbol portugués, ya retirado, que durante varias temporadas jugó en el Deportivo de la Coruña. Era un tipo bastante bruto, con cara intimidante, al que a menudo expulsaban por darle unos meneos tremendos al delantero rival que pretendía entrar por la zona que él defendía. Además, protestaba todas las faltas que le pitaban, se encaraba con los árbitros, empujaba a los rivales. Era un auténtico energúmeno del fútbol. En una ocasión, el árbitro lo expulsó y puso en el acta que le había amenazado de muerte. Le cayeron cuatro partidos de suspensión. Sus compañeros mostraron su extrañeza de que el árbitro hubiera entendido lo que decía este hombre, dado que ellos no le entendían nada en su portugués cerrado.
Hasta que, después de un verano de descanso en su tierra, regresó convertido en una persona diferente. Ya no hacía faltas violentas, le daba la mano a los contrarios y les ayudaba a levantarse, no protestaba una sola falta y, desde luego, ya no lo volvieron a expulsar. La cosa era tan llamativa, que un periodista le preguntó qué le pasaba. Su respuesta es genial. Verá, amigo, es que este verano he reflexionado sobre mi vida, de dónde venimos, a dónde vamos. Y he tomado una decisión: ya nunca me voy a volver a enfadar por las cosas que de verdad no tienen importancia. Me parece una respuesta maravillosa, que yo he aplicado a mi vida. Porque por la calle, o conduciendo por la ciudad, uno ve continuamente escenas en las que la gente normal se pilla unos berrinches monumentales por tonterías. Yo era un poco así antes y al final sufría mucho más que el causante de mi mosqueo.
Ahora voy por la vida cediendo el paso a todo el mundo, saludando sonriente y, por supuesto, conduzco mi coche de forma mucho más cuidadosa con los demás. Ya nunca me enfado con los taxistas que me meten el morro para ganar la posición, o con los domingueros que conducen a paso de tortuga. Por no hablar de los conductores de VTC que no se conocen la ciudad y se paran a consultar su ruta en el móvil. Yo ya no me voy a enfadar nunca por las cosas que carecen de importancia. Y, desde que me aplico el método Luisinho, estoy mucho más cerca del karma, y de recuperar el camino que el maktub trazó para mí muchos siglos antes de que yo naciera. Sean buenos y hagan como yo, que la paz personal va a ser un factor clave para soportar los duros tiempos que vienen. Hasta luego.
Amigo: En esta vida hay muy pocas cosas, muy pocas, que se merezcan nuestro cabreo y hasta me atrevería a decir que ni siquiera nuestro disgusto; e incluyo ahí a la pérdida de los amigos o de los seres queridos, puesto que, dado que todo se nos ha dado a título de usufructo, es más justo sentirse agradecido por la felicidad que ha representado para nosotros el tiempo que hemos vivido gozando con su compañia.
ResponderEliminarPero para percatarse de eso, primero hay que haberlo vivido, y esto no todo el mundo sabe hacerlo.
Un abrazo
Gracias, como siempre, por tus sabias aportaciones, querido Ateo Piadoso. Y aprovecho para desearte unas muy felices pascuas. Un abrazo.
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