Bueno, aquí me tienen disfrutando
del primero de los cinco viajes veraniegos que les anuncié (el único del que
les di detalles, que tiempo habrá de anunciar los restantes), disfrutando de un
tiempo fresquito y medio gallego, justo ahora que ha llegado ya el calorazo a mi
ciudad, para deleite de Tarick Marcellino, que es un friolero de cuidado. Estoy
en casa de mis hijos Kike y Clarice, cerca de la Gare du Nord, adonde llegué el
sábado a primeras horas de la tarde. Volé con Iberia Express que al final es lo
más barato. Salí de casa a mediodía con mi equipaje ligero habitual, tomé el
Metro en Estación del Arte hasta Atocha, allí cogí el Cercanías hasta Nuevos
Ministerios, donde hice un segundo cambio a la Línea 8 de Metro que me llevó a
la T4.
En la puerta de embarque, le eché
el morro habitual y me acerqué al azafato ante el que se agolpaba la gente
haciendo ya una cola larguísima. Con total seriedad, le dije que yo tenía el Grupo 4, por lo que tenía que esperar al final de esa cola, pero que tengo 74
años, viajo solo y, a mi edad, me gusta acceder al avión al principio,
deferencia que tienen con los mayores en la mayoría de las compañías aéreas. Me
dijo que por supuesto y me coló con los de la business class, así que me puse
cómodo a esperar al resto del pasaje. Les cuento esto, porque ustedes, queridos
lectores, pueden hacerlo igual si se ven en esa tesitura. Sólo tienen que tener
cuidado de que no les dé la risa, porque eso puede desbaratar la escenografía y
dar al traste con la estratagema. Ya saben que yo aprendí estas mañas en
Brasil, donde se dispensa un trato preferente a los idosos como yo.
El vuelo fue como la seda,
aterrizamos en Orly y allí tuve que andar un rato hasta el acceso a un pequeño
tren, que parece de juguete y que te conecta con la red de Metro y RER, que es
como se llama en París el Cercanías. El tren cuesta 13€ y te lleva a la
estación de Anthony, donde hube de cambiar al RER B, que me llevó directamente
a la Gare du Nord. La verdad es que, después de habérmelas valido en
transportes tan complejos como el Metro de Tokyo, todo esto es para mí pan
comido, o como dicen los ingleses, a
piece of cake. Es la ventaja que tenemos los urbanitas como yo, que nos
bandeamos bien por estos escenarios urbanos. Les contaré que, en este último
mes, he tenido una serie de actividades relacionadas con mi larga experiencia
en el urbanismo madrileño, que se resiste a desaparecer de mi vida.
Por ejemplo, el jueves 8 de mayo, me personé en la ETSAM para asistir al homenaje a José Fariña, profesor de la Escuela y maestro de muchos de los urbanistas salidos de allí. Fariña, fallecido a los 82 años, era un gallego afincado en Madrid, gran viajero y buen profesor, que desde hace bastantes años mantenía un blog sobre los temas que le apasionaban: el urbanismo, la geografía y los viajes por todo el mundo. Ese blog era de una solidez apabullante y yo lo seguía de manera intermitente, lamento no haber sido más constante. En realidad, este hombre fue el que apadrinó a toda una serie de profesores que se apartaron de la línea irritante de los fabricantes de genios que me tocó soportar en mis tiempos y cuya aparición en la ETSAM con su línea disidente, me permitió volver a conectarme con un lugar que no había pisado en veinte años, después de acabar la carrera.
Hablo de Julio Pozueta, Ester Higueras, José Miguel Fernández Güell, Sonia de Gregorio, Patxi Lamikiz, Darío Rivera, Elisa Pozo y tantos otros. Todos ellos son amigos míos y estaban en el acto de homenaje, salvo Pozueta que no anda muy bien de salud. Fue un acto muy emotivo, que abrió la propia viuda de Fariña y en el que al final habilitaron la posibilidad de que interviniera quien quisiera decir algo, lo que abrió un turno larguísimo de compañeros, cada uno con alguna anécdota divertida o tierna de una persona a la que todos apreciaban mucho. Yo no tuve un trato personal muy cercano con Fariña, aunque recuerdo haber asistido a un homenaje que se le hizo en el Ateneo en el que en un momento dijo que eso de hacer deporte por la calle está muy bien, pero los patinetes eléctricos no eran tanto de su agrado, porque qué carallo de deporte es ese, si sólo hay que darle a un botón para que salga zingando. Comentario del que yo hice referencia en mi blog. Aquí les dejo una foto de este señor, a modo de homenaje.
El lunes 12, quedé con mis
colegas de Reinventing Cities, mi ex jefa Silvia Villacañas y mi compañera M.
de la que nunca revelé su nombre completo. Fuimos en su día los tres
mosqueteros de una iniciativa que impulsamos en los tiempos de la señora
Carmena y tuvo luego su continuidad en los años de Ciudadanos al frente de la
Concejalía de Urbanismo, hasta mi jubilación (ellas dos ya no siguieron con el
tema). Se trataba, como quizá recuerden, de que el Ayuntamiento seleccionaba una
serie de parcelas de propiedad pública en situación de abandono o deterioro,
para convocar unos concursos para empresas privadas que presentaran proyectos
innovadores. El ganador de cada uno de los concursos recibía la parcela en
derecho de superficie durante, por ejemplo, 70 años, con la condición de que
construyera el proyecto que había presentado y se encargara de su gestión
durante ese tiempo.
Era una iniciativa impulsada por
la red C40, en la que yo representaba al Ayuntamiento de Madrid, y para la que
organizamos dos ediciones, con un total de siete parcelas. En todas se presentaron
propuestas interesantes y hubo siete ganadores. Pues bien, sólo uno de estos
proyectos va adelante, aunque hay otros tres que no están paralizados del todo,
pero avanzan chafando huevos. Nuestro trabajo se terminaba con la designación
de los ganadores, y entonces empezaba lo más arduo: la pelea entre el equipo
ganador y los jurídicos del Ayuntamiento, que nunca habían visto con buenos ojos
nuestra iniciativa. El hecho de que sólo uno de los siete proyectos ganadores
esté yendo adelante, es bastante significativo de las ganas con que los
burócratas locales se han tomado el asunto, y no quiero ser más explícito.
Pero hay un proyecto que va
adelante. De hecho, se está construyendo y nuestra cita del pasado lunes 12 de
mayo respondía a una invitación a visitar las obras. El proyecto se llama Campus for Livig Cities y consiste en
una edificación para la Politécnica de Vallecas, destinada a residencia de
estudiantes y centro de actividades culturales y sociales del campus, con
posibilidades de utilización para las entidades cívicas de Vallecas Villa. El
proyecto es también innovador constructivamente, porque está planteado con
estructura autoportante de madera, un material que se considera muy ecológico y
sostenible. Toda la estructura está levantada y pronto empezará a ser cubierta,
salvo algunos paños que se dejarán vistos por motivos estéticos. Así que era el
momento de hacer la visita. El inmueble que se está levantando es impresionante
y quiero que vean algunas fotos.
Quiero que vean también una foto
del proyecto con el que se ganó este concurso, y que es lo que se está
edificando.
Es un proyecto muy impactante, que puede convertirse en el icono de este campus vallecano y está saliendo adelante gracias al esfuerzo y la cabezonería de dos mujeres: Margarita Chiclana, economista y jefa de la empresa promotora que concursó a Reinventing Cities y Brezo Martos, la arquitecta que firmó el proyecto y que está dirigiendo las obras con mano de hierro. Nos esperaban en las obras y las encontré muy bien; no las veía desde que comimos los tres en La Llorería, creo que hace más de un año. Digo creo porque, con motivo de mi viaje de vuelta al mundo, las referencias temporales se me han distorsionado un poco. Como ocurrió con la pandemia. Por ejemplo, hace sólo un año y tres meses que no venía a casa de Kike y Clarice, en concreto, desde mi 73 cumpleaños en febrero de 2024. Sin embargo, mi sensación es como si hubiera pasado mucho más tiempo. En la visita de obra nos hicimos los selfies correspondientes, que les pongo abajo.
Pero, aunque me atrape mi
condición de urbanista (jubilado, pero urbanista), yo no dejo de ser fiel a mi faceta
bloguero-literaria y mis andanzas urbanas más pintorescas, y eso explica el
final de esta historia. Como les he dicho, yo había quedado para esta visita de
obra a las 13.00 en el propio lugar. En condiciones normales, me habría
desplazado hasta allí en mi coche, como he hecho otras veces, dado que no hay un
acceso muy fácil en transporte público y en coche se va rápido y se aparca con
facilidad en el propio campus. Pero un par de días antes, mi hijo Kike me
anunció una visita relámpago por un tema suyo laboral, que le exigía ir ese
mismo día a la sede de su empresa en Torrejón de Ardoz. Cuando me anunció su
viaje, me preguntó si podía usar el coche y yo le dije que sí, como siempre.
Luego me di cuenta que ese día tenía
la visita de obras de marras, así que llamé a Silvia y quedamos en que yo me
acercaría a su oficina con tiempo, para que ella me llevara luego a la cita en
su coche. Mi compañera M. se vino en el suyo propio. Pero, después de más de
dos horas de visita, ambas me dijeron que tenían mucha prisa y que se iban por
la M-40 a sus siguientes asuntos. Así que me tuve que buscar la vida para salir
de allí, algo que no es mayor problema para un conocedor de la ciudad como yo:
más de una vez he ido a ese campus en Metro y sólo hay que caminar un poquito.
Me despedí de todas y me dirigí a la calle de La Arboleda, que es una cuesta
por la que se accede al casco de Vallecas Villa. Donde hay algunas paradas de
la Línea 1 de Metro. Pero eran las tres de la tarde y entonces me asaltó una
idea precisa.
En Vallecas Villa vive mi querido
amigo Críspulo, el batería de la Big Band Vallecana y, hasta hace poco de los
Puretones. Y la vida de Críspulo por el barrio suele gravitar en torno a dos
bares: el Dolmen y La Villa, ambos con muy buena oferta de comidas y bebidas.
Le llamé por teléfono, pero no conseguí hablar con él. Pero, como me había
imaginado, ambos bares me quedaban a mano del camino que me llevaba al Metro.
Puse los nombres en el Google Maps y los encontré fácil. La Villa estaba
cerrado, pero El Dolmen estaba en plena hora de mediodía. Así que, finalmente,
me pude apretar un cocido completo capaz de revivir a un muerto. El Dolmen es
un bar gallego, de forma que el cocido lo hacen con grelos y otras
exquisiteces. Después de dos horas de visita de obras y media hora de caminar
hasta el lugar bajo el sol, era un premio merecido.
Pero mis actividades profesionales
no se acababan aquí. Porque al día siguiente, cogí esta vez mi coche para ir al
parking de la ETSAM. Pero no iba a la ETSAM, sino a la vecina Casa de Velázquez.
Yo no lo sabía, pero ese bonito edificio es propiedad del Ministerio de Cultura
francés, que desarrolla en él unas actividades similares a las que hace el
Instituto Cervantes español por todo el mundo. Entre estas actividades, la Casa
de Velázquez se ofrece para estudiantes que quieran preparar un doctorado,
artistas o escritores que tengan algún proyecto y que consigan la beca para
hacer una residencia en el lugar, un paraíso de tranquilidad al lado de la
Carretera de La Coruña. Y allí está un profesor de urbanismo portugués, que se
llama Pedro Gomes, lleva 14 años de actividad lectiva en París y ha conseguido
que el Ministerio le financie una estancia de tres meses para una investigación
sobre el proyecto Reinventing Cities. Y, en cuanto empezó a buscar datos sobre
el caso español, averiguó que la persona que podía darle más información era
yo.
En realidad, la idea de Reinventing
Cities es bastante controvertida, porque desde sectores de la izquierda
entienden que es una forma encubierta de enajenar terrenos públicos a actores
privados. En París, esta apreciación es muy justa, porque, con motivo de
Reinventing, se han propiciado grandes pelotazos, que han favorecido a las
mayores inmobiliarias francesas. Cuando yo daba mis clases en el máster de
Alain Sinou en París, para los alumnos de su curso, Reinventing Cities era como
el demonio. Y este Pedro Gomes está muy interesado en conocer el caso de los
concursos madrileños, en los que se propusieron parcelas con muchas
dificultades y con un componente social muy superior al de negocio. Así me lo
dijo por teléfono.
Este Pedro es un joven muy
educado y agradable, con el que estuve hora y media hablando, charla que grabó
entera para luego sacar las informaciones que más le interesen. Lo cierto es
que la diferencia de Madrid con otras ciudades en relación con este concurso,
se debe a que el tema se planteó en los años de la señora Carmena y tiene un
componente ideológico fuerte. Pero el hecho de que el proyecto de Vallecas se
esté desarrollando, demuestra que era posible. En la segunda edición del
concurso, ya bajo el paraguas de Ciudadanos, elegimos tres parcelas más fáciles
y con más expectativas de negocio, que son las que están todavía en fase de
gestión administrativa.
Hace años conocí a otro urbanista
que hizo su tesis sobre este tema, también en París. Se llamaba Alexandre
Pillado, tuvimos una larga entrevista on line y luego, en mis siguientes
visitas a París solíamos quedar a comer. Hasta que le entró la morriña y se
volvió a su Galicia natal. Pedro Gomes me dijo que se conocían. Como es lógico,
yo le había propuesto que viniera a nuestra visita de la obra, pero justo ese
día estaba en Valencia. Así que le di los teléfonos de Silvia y de Brezo Martos
para que se ponga en contacto con ellas y pueda completar y corroborar las
informaciones que yo le di. Y, ya por cerrar este tema de mis actividades
profesionales, les diré que el miércoles 21 dirigí un paseo didáctico por
Madrid Río, para un curso de la Escuela de Arquitectura de la Universidad
Antonio Nebrija, donde ejerce como docente mi amiga Alexandra Delgado, que
sigue teniéndome en cuenta para este tipo de visitas. Abajo una foto de grupo
que nos hicimos en el lugar más emblemático del parque.
Estas cosas son así: me paso
meses sin que nadie se acuerde de mí para temas de urbanismo y, de pronto, se
produce una especie de grumo en el transcurrir de los acontecimientos y se me
acumulan un montón de tareas. Pero hemos empezado este post con la muerte y los
homenajes a José Fariña, y no puedo dejar de referirme a la muerte de otro de
mis amigos más queridos, mi colega José Ignacio Partearroyo, más conocido por
Parte. Estaba malo desde hace un año y se suma a la tendencia que me está
haciendo perder a mis mejores amigos, desde Mariano a Joe y Enrique Ubillos.
Parece que a mi edad es algo consustancial y sólo puedo responder con la frase
de Maruja Torres, que dice que, cuantos más amigos pierde, más ganas le entran
de vivir a tope lo que le quede de vida. Eso mismo piensa también el gran Eric
Burdon, una de mis referencias musicales, que el otro día cumplió 84 años y
colgó en las redes una foto dándose un desayuno como Dios manda. Véanla.
Pensaba cerrar el post aquí, pero les voy a añadir otra historieta. Mi colega Parte era también arquitecto y al tanatorio acudieron algunos compañeros a los que hacía décadas que no veía. Entre ellos, uno al que llamaré P. Este hombre es pequeñito y bastante peculiar; siempre lo fue. Y sigue en su línea. En un momento, se me acercó con cautela y quiso saber cómo había venido yo (estábamos en Tres Cantos). Le dije que con mi coche. Me preguntó si lo podía llevar de vuelta a Madrid al final de los fastos y le dije que con mucho gusto. Me contó entonces que había venido en un UBER, porque en este momento no puede conducir, porque le han quitado todos los puntos del carné. Me quedé de piedra. No sé ustedes, pero yo no había conocido un caso así.
Me explicó que le habían ido
quitando puntos; en dos ocasiones por saltarse un semáforo saliendo de su casa,
cuatro puntos cada vez. Y cuando le quedaban sólo dos, se pegó una chufa no muy
fuerte con su moto y dio positivo en el antidoping. Con su historial, le
quitaron el carné seis meses y habrá de hacer un curso de reeducación para que
se lo devuelvan cuando cumpla esos seis meses. Lo dicho: genio y figura. Por
cierto, ya saben que a mí me quitaron dos puntos, por primera vez en la vida,
por un límite de velocidad que no vi (fue antes de operarme de cataratas y por
entonces yo no veía bien los carteles). Si pasaba dos años limpio me hubieran
devuelto esos dos puntos pero, casi al final de ese tiempo, sufrí la injusta
resta de otros cuatro, por culpa de un agente de movilidad del señor Almeida
que dijo que le había desobedecido (es cierto, pero también lo es que su orden
era injusta, ya se contó en el blog).
Eso fue el día antes de que Tarik Marcellino llegara a mi casa. Hay que ver cómo pasa el tiempo: mi gato lleva ya más de dos años conmigo. Precisamente fue tratando de descargar en mi portal los pertrechos y sacos de arena y pienso para mi gato, cuando el agente de movilidad capullo se empeñó en no dejarme. Pero la sanción con resta de puntos no se tramitó hasta el mes de junio. Quiere decir que yo tengo en este momento 9 puntos. Cuando cumpla dos años limpio, lo que sucederá en este mes de junio a punto de empezar, me restituirán tres, hasta los 12 iniciales. Tocaremos madera. De momento estoy en casa de mis hijos y pasado mañana me voy de excursión por la Borgoña con mi querido amigo Alain Sinou. Les tendré al tanto. Sean buenos como de costumbre.