Aquí me tienen recién regresado
de Budapest, ciudad maravillosa que he visitado por primera vez, para pasar
allí la Semana Santa en buena compañía. Mi nueva situación personal, me lleva inevitablemente a
viajar en períodos del año como el mes de agosto o la Semana Santa, salvo algunos moscosos rebañados con no poco
esfuerzo, en contra de lo que solía hacer hasta ahora, que era aprovechar esos
tiempos en que todo el mundo viaja, para quedarme en un Madrid solitario y
recoleto, a disposición de los urbanitas que funcionábamos a la contra. No es este
un mal cambio, teniendo en cuenta que, por ejemplo, los últimos meses de agosto
que he pasado por Madrid ha hecho un calor infernal, de modo que la vida en mi piso de la última planta se volvía prácticamente insoportable, y no parece que las
cosas vayan a cambiar en los años venideros. Les diré que viajé a Budapest en el Jueves Santo, lo que
me permitió estar en Madrid durante la primera parte de la Semana Santa y constatar que
en mi barrio ya no se puede vivir durante esos días festivos.
Yo ya había comprobado que tampoco
es nada agradable el barrio los viernes por la noche, sábados y domingos, pero
ahora añado la Semana Santa. ¿Por qué? Pues por el turismo que yo suelo llamar pedorro, aunque queda más fino
adjetivarlo de tóxico. Me refiero,
por supuesto a esas masas de familias acarreando maletones enormes con ruedas, que se mueven despacio como grupos de hipopótamos, que te impiden circular por las aceras y también entrar en los bares y locales,
ante los que hacen colas muy largas que sufren consultando sus móviles. Esta gente camina a
menudo con paso torpe e irregular, porque andan despistados y no saben adónde
van. Son ruidosos y forman a veces grupos guiados por un/una joven que se para de tanto en tanto para contarles unas mentiras consistentes con un megáfono que te atruena, antes de salir hacia la siguiente parada con un paraguas cerrado en alto, para que no se les pierda nadie. Más los
cochecitos a pedales (los malditos tuk-tuks) y las limusinas gigantes que circulan a paso de tortuga entorpeciendo el tráfico de las
calles. Y la población flotante de raterillos y timadores, que acuden como moscas a la mierda y se dedican a acecharlos con
disimulo.
Durante unos días nos pasamos al
otro lado del espejo, para ejercer de turistas en Budapest, si bien les diré que
en todo momento huimos de las aglomeraciones camuflados de húngaros (a mí se me ponía cara de húngaro en cuanto echaba a andar), usando el transporte público y paseando arriba
y abajo por una ciudad estupenda, que conserva el esplendor de los tiempos del
Imperio Austrohúngaro y ha logrado sobrevivir tanto a la caída de dicho
imperio, como a una corta aunque letal invasión alemana (los nazis entraron en 1944) y 40
años de régimen soviético. Aprovechando los fondos europeos, se han
reconvertido ahora en una sociedad próspera, de la que tira la capital, especialmente
la parte de Pest, donde está la vida urbana más rica, mientras que, al otro
lado del Danubio, la pequeña colina de Buda conserva el aire medieval ensimismado
y los viejos museos e instituciones, que visita gran parte del turismo.
Ahora mismo, esa sociedad está
bastante dividida políticamente, como la de todos los estados europeos, entre los
escépticos de la democracia, complotistas paranoides y creyentes de las redes
de desinformación, que nutren la ultraderecha de Orban y admiran a Trump y
Putin y, por otro lado, los últimos demócratas en retirada tan asustados y
preocupados como yo lo estoy, frente a calamidades como la pandemia, la
invasión de Ucrania, la masacre de Gaza y la victoria de Trump en los USA, las
últimas cuatro desgracias que nos han jodido el futuro (aunque desastres como el
Brexit ya presagiaban esta deriva). En este mundo convulso, Hungría continúa a
su bola, con un gobierno a la contra, regido por un amigo de Putin y Trump, sin
integrarse en el euro (se siguen manejando en florines), entendiéndose en su idioma ininteligible para los demás, disfrutando de
su magnífica capital, de su gastronomía refinada, de sus baños termales
extraordinarios. Durante estos días, en todas las vallas de la ciudad se podía ver el cartel
cuya fotografía les pongo abajo.
¿Cómo dicen? ¿Que no entienden el
húngaro? No me lo puedo creer, unos políglotas contrastados como ustedes. Vale,
ya no les vacilo más. Para este tipo de vicisitudes, yo aprendí en mi viaje de
vuelta al mundo que hay una aplicación que viene de serie en mi móvil (y en el
de todos ustedes), que se llama Google Lens. Si ustedes hacen una foto de un
letrero en húngaro, o en coreano o en chino, el Google Lens se lo traduce al
instante. El cartel dice textualmente: Voto
por correo 2025. Votación sobre la admisión de Ucrania en la Unión Europea.
Ahora en grandes mayúsculas: ¡NO DEJEMOS
QUE DECIDAN SOBRE NUESTRAS CABEZAS! Acompañan las caras de Zelensky, Ursula
von der Leyen y Manfred Weber, líder de Alemania, sobreimpresos sobre una cruz
roja que, en cierta forma los tacha (es significativo que aquí no aparezcan las
caras de Putin, Trump o Netanyahu). Pero lo más preocupante es el pequeño
letrero que aparece abajo: Campaña
realizada en nombre del Gobierno de Hungría.
Está bien claro. Uno se
encontraba este cartel por todos lados, desde que salía del aeropuerto. Es lo
que sucede con gobiernos proclives a la autocracia. Los norteamericanos ya se
están empezando a dar cuenta de lo que esto supone. Ahora mismo, en todas las ciudades yanquis, si eres nacido en cualquier lugar de Latinoamérica, aunque tengas tus
papeles de residencia en regla, te pueden abordar por la calle unos tipos de
paisano que te llevan a un lugar desconocido, donde proceden a raparte al cero,
ponerte un sayón infamante y unas cadenas en pies y manos, proceso que filman minuciosamente para mostrarlo al mundo, antes de meterte en un avión y mandarte a El Salvador, donde
te pilla el presidente Bukele y te ingresa en esa especie de Guantánamo que ha construido
en la capital. Te da lo mismo estar casado con una norteamericana y tener
varios niños nacidos en el país.
Ya les dije que esta es la parte
de Trump que me preocupa y me aterroriza. En cuanto a la política (es un decir)
económica, como les pronostiqué, no le va a hacer ni cosquillas al sistema
financiero internacional. Ahora mismo, las bolsas de valores han recuperado más
o menos la mitad de lo que perdieron el día del trumpazo arancelario. Una parte
de este rebote es normal: cuando una noticia mete miedo (pandemia, guerra o
crisis), muchos pequeños inversores acojonados se apresuran a vender y eso es lo que hace que todo
baje. Unos días después, al estar los valores muy bajos, la gente se pone a comprar
como loca y los índices vuelven a subir. Pero aquí hay algo más que el llamado rebote técnico. Porque el
fanfarrón Trump metió realmente miedo el día de la proclamación de sus aranceles urbi et orbi. Pero ahora todo el mundo ha
visto cómo los poderes económicos le han doblado el brazo y ha tenido que
recular. Y esto ha tranquilizado a los inversores: este tipo va de farol.
Pero en lo que no va de farol es
en el recorte de libertades y derechos democráticos. Y ya empieza a decir que
no le importaría presentarse a un tercer mandato, algo prohibido en la
Constitución. Y mucho ojo con las elecciones de mitad de mandato, finales de
2026. Este señor va a empezar muy pronto a decir que, si no gana él, serán fraudulentas y
no sería de extrañar que trate de obstaculizarlas, boicotearlas, cuando no directamente impedirlas. Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez
andan de gira por todo USA poniendo en alerta a la gente. En uno de sus mítines
se presentó Neil Young, antes de venir a Europa, y juntos cantaron eso de Keep on rocking in a free world. El vídeo está en Youtube, pero no he querido traerlo al blog, porque su visión me resultó un
poco patética. Me recordó a los abuelos cabreados que hasta hace unos años
danzaban en círculo en la Puerta del Sol con sus canas y barbas blancas al
aire, coreando: Los crímenes del
franquismo NO-PRES-CRIBEN. Hace mucho que no los veo, tal vez se hayan
muerto todos.
El caso es que este martes
regresé a casa, después de haber dejado sólo a Tarick Marcellino durante cinco
días completos, con agua y comida suficiente, siguiendo las instrucciones del
veterinario, que dice que, en ausencias de hasta cinco días, el animalito
prefiere quedarse en casa, antes que sufrir el estrés de un traslado. Preferirá
quedarse en casa, pero tenía un cabreo supino. Y nada más entrar, me encontré
la muestra palpable de ese cabreo: había destrozado en parte la alfombrilla azul
que tengo puesta en la salida a la terraza y había esparcido minuciosamente los
pedacitos por encima de la alfombra de colores que he puesto este año. La cosa era tan llamativa, que grabé un video cortito para dejar constancia para
la posteridad de esa muestra de contestación ciudadano-felina, antes de
limpiarlo todo. Véanla.
El mundo felino es muy
particular, pero dentro de él, los diferentes gatos tienen cada uno su carácter
y una cierta tendencia a parecerse a sus amos con los que conviven. Por
ejemplo, Ulises y Mina, los gatos de mi querida amiga África, son tan buenazos
y divertidos como los demás miembros de su familia. Tarick Marcellino es un
tipo con carácter, con su mal genio, que hace travesuras consistentes, unas veces de forma
reivindicativa, como diciendo No hay
derecho, y otras por pura diversión. La noche del martes se debatió
entre dos pulsiones, la de hacerme ver que estaba muy enfadado conmigo por
haberlo dejado solo cinco días y la alegría enorme de que ya hubiera vuelto. En
mi academia de yoga hay dos gatos que andan por allí entre las esterillas
mientras hacemos las diferentes asanas.
Y la verdad es que son bastante sosos. Le he preguntado al profe cómo se llaman
y me ha dicho que Tigre y Juanelo. Los nombres que la gente le pone a sus gatos
son también un indicativo del carácter de sus amos. Tal vez ustedes recuerden
que Julio Cortázar tuvo durante muchos años un gato que se llamaba Teodoro W.
Adorno.
Pero yo quería hoy hablarles del
turismo masivo que está acabando con los centros de nuestras ciudades, como el
Barrio de las Letras en el que yo vivo. Este es un fenómeno muy reciente, de
dos años para acá, o más en concreto, desde que se acabaron los encierros por
la pandemia. Yo creo que la gente se asustó tanto de no poder ni salir a la calle
durante meses, que al solucionarse el tema se han lanzado a conocer mundo como
si no hubiera un mañana. Cierto que ya antes había ciudades muy machacadas,
como Venecia, Barcelona o Praga, pero ahora es que son todas. Y el asunto se
sustenta sobre una tipología urbanística concreta: los llamados apartamentos
turísticos. Los propietarios de pisos vacíos o que antes tenían inquilinos
fijos, se han decantado por esta forma de negocio que les asegura una ganancia
sustanciosa. En septiembre pasado, cuando yo estuve en Llanes (Asturias) ya me
dijeron que en todo el pueblo era imposible encontrar un piso para alquiler de
larga duración.
Es un fenómeno incontenible,
inmuebles enteros se convierten en colmenas de apartamentos turísticos que
están siempre llenos porque nos hemos vuelto locos colectivamente. Y los
inquilinos antiguos se van viendo expulsados a barrios menos céntricos. En
Madrid la gente ya no puede vivir en el Distrito Centro y se van a Carabanchel
o Usera. Y eso mismo está pasando en todas las grandes ciudades del mundo.
Aunque en otros lugares, como París, Londres o New York, al menos hay políticas
urbanísticas que tratan de controlarlo. Aquí, si hemos esperar que El Topillo
(por cierto, inminente padre en tesitura de disfrutar de cuatro meses de
permiso por paternidad, gracias a las políticas promovidas por Pedro Sánchez y
otros comunistas), si hemos de esperar, digo, que este elemento haga algo para
contener la avalancha, pues vamos dados.
Pero estos apartamentos turísticos
no estaban hasta hace poco preparados para competir con los hoteles y hostales,
que incluyen otros servicios y cobran por ello. Y en esta última marea
incontenible, como les digo, de dos años para acá, han empezado a aparecer una
serie de usos complementarios en las plantas bajas de los inmuebles de mi
barrio. En primer lugar, unos locales llenos de taquillas, en donde dejar los
equipajes. Han surgido como hongos y no tienen ninguna persona al cargo. El
viajero llega, teclea un código para abrir la puerta, deja sus maletas y se va
a la calle. Yo primero pensé que esto estaba al servicio de gente que llega en
tren y se ahorra el hotel: pasa el día viendo la ciudad y luego recupera el equipaje
para irse. Pero no es eso, o al menos no es sólo eso. Resulta que los
apartamentos turísticos han de ser dejados a las 10 de la mañana, por ejemplo,
y muchos viajeros tienen el avión o el tren por la tarde/noche. Los hoteles tienen
un cuarto en el que se puede dejar el equipaje durante todo el día, pero los
apartamentos turísticos no, porque en cuanto sale un viajero entra otro y no
hay espacio para ello. Por eso han surgido estos negocios de taquillas (lockers en
inglés). Esta mañana he hecho unas cuantas fotos que les muestro, todas en un radio de acción de unos cien metros de mi
casa.
Un segundo negocio complementario: los cajeros ATM, que presumen de ser los que menos comisiones te cobran por sacar dinero con tu tarjeta VISA. También han surgido como hongos, empotrados en los mostradores de todas las tiendas de los chinos y los pakis. Para que puedas tener dinero suelto sin tener que buscar un banco. Más fotos del entorno de mi casa.
Como verán abajo, estos cajeros son compatibles con cualquier otro negocio destinado a enganchar al turista: un ultramarinos (regentado por chinos), una heladería, una oficina de la Western Union para que te manden dinero en efectivo desde tu país, una lavandería de autoservicio y hasta un centro de taquillas como los que les he mostrado más arriba.
Y un tercer uso complementario: los antiguos bares del barrio están siendo progresivamente sustituidos por cafés con encanto, panaderías artesanales, lugares para el brunch y similares, además de tiendas de souvenirs baratos. En mi investigación, he descubierto que muchos de los turistas que hacen cola a la puerta de estos nuevos locales, van provistos de unos bonos de desayuno que les facilita la propia compañía de pisos turísticos, con los que se pagan el brunch o lo que haga falta. Otro servicio más que incluir en su oferta. Nuevas imágenes para que vean que no les engaño.
Lo dicho. Que estamos todos locos. El dinero mueve al mundo y si la actividad de las ciudades no se regula debidamente (¿lo recuerdan? se llama urbanismo), sino que por el contrario, promovemos la libertad-libertad-libertad de Ayuso y sus colegas, pues el resultado es que la gente se ve expulsada del centro y los barrios de interés, porque estos del negocio turístico no se van a detener o buscar una cierta proporcionalidad o equilibrio: estos seguirán atestando las ciudades de apartamentos turísticos y sus usos complementarios, hasta matar la gallina de los huevos de oro. Después de ello, abandonan los locales y aparecen los okupas, delincuentes y gente de mal vivir, y los barrios se van a la mierda. Es un clásico de la evolución de las ciudades. En mi barrio, tratamos de sobrevivir los que vamos quedando, defendiendo nuestros bares y comercios de toda la vida y ocupando las aceras de forma menos invasiva. A la espera de que venga el señor Trump y nos joda la vida. Me queda sólo desearles que sean buenos y que tengan cuidado: el mundo va deprisa y no se detiene. Pórtense bien y tengan cuidado de que no les arrolle.
Un verdadero timo, 1,5€ por la micción en los aseos turísticos. Me recuerda la puya del epigramista dedicada al duque de Sesto cuando, siendo alcalde de Madrid, estableció una multa de dos duros al individuo que pillaran orinando en la calle:
ResponderEliminarDiez pesetas por mear,
Caramba, qué caro es esto!
Cuánto cobra por cagar
el señor duque de Sesto?
Mil gracias por tu comentario, querida, tan ingenioso y divertido como todos los tuyos.
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